Mi liberada:
Como te adelanté la semana pasada, en la pregunta anual de Edge hay útiles respuestas para el periodismo. El oficio lleva años lamiéndose las heridas de la irrupción digital. Pero extrañamente, y a diferencia de lo que deben hacer los oficios sometidos por la realidad a una crisis devastadora, no lo ha aprovechado para revisar a fondo su naturaleza. El oficio trata de adaptarse a la pérdida del monopolio en la conversación social cambiando de piel y sin preguntarse hasta qué punto puede seguir siendo lo que ha sido. Una línea posible de renovación está contenida en lo que se llama Tercera Cultura, de la que Edge es su principal portavoz. Yo he aprendido mucho del movimiento, que en el fondo no propone más que la aplicación del método científico y del pensamiento crítico, pleonasmo; y creo que el oficio puede también hacerlo. Debería empezar por el principio, que es la verdad. Postruth es la palabra del año, pero el periodismo hace mucho tiempo que la pronuncia. Durante la segunda mitad del siglo XX fue sensible a las majaderías posmodernas y antirrealistas y trató la verdad como si fuera un relato más. El periodismo, sobre todo en la Europa no anglosajona, fue casi siempre un oficio de gente de izquierdas y la izquierda post 68, esa izquierda fragmentadora que prefirió las políticas de la diversidad a la fuerza aglutinadora de lo común, recelaba de la verdad por su carácter autoritario: esa cosa incomodísima de la verdad, que es una y cazurra a diferencia de su némesis, siempre tan plural, diversa, antidogmática, poseuse ¡y gochista! La verdad era de derechas. El punto de vista aún colea entre los patéticos restos del naufragio. Hace algunas semanas y durante las maniobras de botadura de lo que quiere ser un medio de comunicación vinculado al partido Podemos, uno de sus portavoces del género humano aún sentenciaba que la objetividad no existe.
El modelo débil de la verdad se ha manifestado de muchos modos en el periodismo. Uno de los más dañinos es la equidistancia entre verdad y mentiras y la consideración de que la verdad es una versión más de los hechos. Las informaciones siempre han tenido el prurito democrático de darle a la mentira la oportunidad de expresarse. Aunque el periodista tuviese pruebas de que un hecho es verdadero daba la palabra al que lo negaba. Hasta hace unas cuantas semanas el Times no percibió cómo esa práctica distorsionaba la representación de la realidad y las obligaciones del oficio. Tuvo que llegar Trump para que lo hiciera. Tal vez demasiado tarde. El público, mecido en el líquido amniótico digital y en la adulación permanente de sus creencias, ya es capaz de sostener con la impasibilidad que solo da la burricie que el sintagma Roma venció a Cartago es una simple versión de los hechos. El psicólogo David Pizarro, en sus respuestas a Edge, da cuenta del mecanismo psicológico (razonamiento motivado) que consiste en creer de modo más rápido y fácil los hechos que confirman nuestras convicciones antes que aquéllos que las perturban. Lo que lleva a pensar si no es el motivo comercial lo que prescribe la equidistancia. El cliente siempre tiene razón.
Recordarás que Steven Pinker proponía recuperar el segundo principio de la termodinámica. Parte de su respuesta detalla otra cosa importante que la Tercera Cultura puede hacer por el periodismo: "La segunda ley presupone que la desgracia puede no ser culpa de nadie. El mayor avance de la revolución científica fue arrumbar la intuición de que el Universo está saturado de designios, que todo sucede por una razón. Esto impulsa a la gente a buscar a un acusado, a un demonio, a un chivo expiatorio o a una bruja a los que castigar por ello". Al periodismo le aguardaría una vida difícil sin culpables. Siempre hay que hacer dimitir a alguien. Pero en muchas ocasiones la exigencia solo describe una visión inmadura de lo real que se completa con esa búsqueda forzada del sentido de las cosas que confunde la vida con la novela.
Jared Diamond, el autor de Armas, gérmenes y acero, propone una recuperación conceptual subversiva: el sentido común. Cita en su respuesta edgiana la recomendación de Mr Bridgess, su viejo profesor de geometría: "Use el sentido común y no se deje seducir por los detalles. Tarde o temprano alguien descubrirá errores en esos detalles". Una recomendación ideal contra el periodismo conspiranoico. A la luz de un foco desmesurado, cualquier asunto revela oscuridades en la cadena de sucesión de los acontecimientos. Cuando el periodista vincula alguna de esas oscuridades con una hipótesis turbadora los resultados pueden ser hirientes: se acaba sugiriendo que Lyndon B. Johnson mató a Kennedy o que el 11-M lo organizó el Psoe. No todas las oscuridades pueden iluminarse en un determinado estadio del conocimiento: pero el sentido común evita el mal mayor de la ignorancia, que es el de la fabulación histérica, oportunista y organizada.
El periodismo tiene que arrimarse también a la Tercera Cultura para investigar su responsabilidad en la fábula de los buenos viejos tiempos. Al parecer hay presiones biológicas ("Detectar una cara enojada entre la multitud es más fácil y rápido que dar con un rostro feliz", dice Michael Shermer, alertando sobre el sesgo negativo) para que los hombres se adhieran a la melancolía, incluso como programa político, pero el periodismo ha de curarse para siempre de la enfermedad infantil del perrodismo, noticia-es-hombre-que-muerde-perro. El periodismo contemporáneo tiene un reto ante la normalidad y el progreso, ante la necesaria dialéctica entre el sobresalto y la continuidad y en el subrayado del fino subtexto que llevan los periódicos y que murmura: "Hoy también amaneció". Y, por último: el periodismo debe compensar su sistemática afición a describir el mundo por el lado de las letras (Nurture) antes que por el de las ciencias (Nature). Se comprende que sea más fácil viajar al barrio de un psicópata y entrevistar a los vecinos que hacerlo a su cerebro y lograr que la sinapsis correspondiente declare: "Era un hombre muy normal". Pero nadie dijo que este fuera un oficio fácil. ¡A pesar de la apariencias! Porque, desdichadamente, quizá sea este el oficio donde se da una desproporción mayor entre su importancia social y la calidad intelectual de los que lo practican. Y lo peor: la desproporción crece por los dos lados.
Pero ya advierto tu mohín escéptico. No solo la verdad. La objetividad, los hechos, la termodinámica, el sentido común, el futuro, la biología, la inteligencia... Todo de derechas.
Así que sigue ciega tu camino.
Arcadi Espada