Huérfanos de autoridad

Por Fabricio Caivano, periodista (EL PERIÓDICO, 09/01/06):

"No hay que confundir libertad con libertinaje", nos decían cuando desobedecer era casi una obligación cívica. Contra Franco desobedecíamos mejor, diría el añorado Vázquez Montalbán. El tiempo es un óxido implacable que corroe las palabras. Hoy parece que la confusión es otra: se toma toda autoridad por autoritarismo. Autoritarismo es el ejercicio no democrático de la autoridad. Sin embargo, la palabra autoridad tiene también una connotación neutra: es la facultad de mandar sobre otros. Ésta se ejerce como modelo y virtud, mientras que aquélla es poder absoluto. Una es imposición, la otra seducción. Así diremos que una determinada educación se basa en el autoritarismo; y que un buen profesor sabe imponer su autoridad. En un caso remite a una relación coactiva, en el otro a las virtudes docentes y a su prestigio educativo. Una busca imposición y la otra es generada por la admiración. La democracia se mantiene con una trama social de autoridades legítimas que se ejercen bajo normas explícitas de control y de participación. Por el contrario, la dictadura es el ejercicio unívoco del poder sin otro argumento que el de la obediencia forzosa. Se usa la fuerza cuando la autoridad fracasa. Toda dictadura se basa en una autoridad inmoral que reprime el ejercicio de la responsabilidad tanto individual como colectiva. Su contrario, el permisivismo, es la ausencia de poder, de autoridad moral, y su consecuencia es la extensión de la irresponsabilidad. Paradójicamente, el resultado de ambos extremos es el mismo.

EN LAS sociedades democráticas la autoridad se deriva de una trama frágil de derechos y deberes que los ciudadanos aceptan en un pacto fundacional. La autoridad es tan necesaria como la misma libertad porque realmente es su otra cara. Mi libertad de hacer limita con la de mi vecino. La palabra y el acuerdo son su base, la autoridad razonada su mecanismo. Por eso es tan difícil lograr un equilibrio satisfactorio en el ejercicio de los derechos y en el de los deberes. Y por eso también es mucho más fácil obedecer que asumir las consecuencias de mis actos. En la instrucción pública, se suele afirmar que hemos pasado de un extremo al otro, del más rígido autoritarismo y la obediencia estricta al rechazo sistemático de toda autoridad. Del autoritarismo al permisivismo. Y es cierto, al menos en parte. En el escenario de las sociedades premodernas, el itinerario estable en el que se aprendía a obedecer la autoridad, a aceptar el orden social dominante, era claro y taxativo. Sus cinco instancias simbólicas eran: padre, profesor, patria, patrón y paraíso. Cada una de estas instancias era un umbral, un rito de paso hacia adelante, simple y expeditivo, pero que daban sentido a la vida y estaban enraizados en unos valores y conductas indiscutibles. Familia, escuela, milicia, trabajo y religión componían un itinerario tan natural como obligado. De la cuna a la tumba: obedecer, trabajar y salvar el alma. La larga transición a la posmodernidad ha erosionado ese orden moral que parecía inmutable. Hoy llamamos crisis a la rápida, desigual transformación de cada uno de esos cinco escenarios educativos. El precio del cambio es alto: esfuerzo, incertidumbre, autorresponsabilidad. Es necesario renovar tanto los ámbitos educativos --viejos y nuevos-- como los modelos de prestigio y excelencia a imitar. La educación se amplia, salta los muros de la instrucción pública y encuentra fuertes competidores . Y en ese contexto, los modelos de vida y los arquetipos morales que proponen por los nuevos y potentes medios formativos no suelen ser los mejores. A menudo, y eso es preocupante, se presenta como modelos a admirar e imitar toda una galería de actitudes y valores muy poco edificantes y que, sin exceso, podemos tachar de antieducativos. El permisivismo pedagógico, el constante estímulo de los mass media y la anulación de los tradicionales factores morales y educativos de inhibición vienen a desgastar a los ya escasos modelos positivos. Y la educación precisa de esos ejemplos morales y éticos, de su coherencia entre aprendizaje formal y las conductas que se derivan.

¿CÓMO EDUCAR ese instinto imitativo y admirativo? Imaginen la siguiente situación educativa: unos niños aprenden a jugar a fútbol con un magnífico maestro, Ronaldinho (o si prefieren, Robinho). Aquí se activarán tanto el saber como el saber hacer, y la relación de aprendizaje se basa en la admiración deslumbrante, se tensa la voluntad de imitación, de emulación reglada y de socialidad en común. Es sólo un ejemplo. ¿Pero dónde están hoy las fuentes de la socialización? ¿Cuáles son los modelos intelectuales y morales? ¿Dónde están ahora esos maestros de vida con los que medirse? No hay educación progresista sin autoridad ni tradición. Pero a veces también, aun teniéndolas, no es suficiente..