Huérfanos de banderas

"La España de los balcones”. A ella alude enfáticamente el líder actual del centro derecha. Se refiere a las banderas que cuelgan en las ventanas de miles de hogares españoles desde la radicalización del nacionalismo catalán y la demanda de independencia de Cataluña. Desde hace dos largos años se ven banderas constitucionales que han resistido el paso del tiempo y los embates del clima. Símbolos de condensación del sentimiento nacional español, han contribuido a la habituación de una enseña durante decenios identificada con el franquismo. Y a que los ciudadanos se acostumbren a ver en el espacio público una bandera que hace solo diez años, cuando el Gobierno en mayoría del Partido Popular la enarboló de manera ostensible en la plaza de Colón de Madrid, fue considerada como una provocación.

Huérfanos de banderasY cuando se ha pasado de la desatención durante lustros a la habituación reciente, surge en el espectro político la extrema derecha, que añade a la bandera algún símbolo del españolismo más rancio, como el toro. Ondea la bandera en las manifestaciones de la derecha, como muestra de un españolismo “sin complejos” por parte de ciudadanos que exhiben una identidad nacional española manifiesta y rotunda. El procés ha activado un nacionalismo español caliente que reacciona a los embates del independentismo catalán que no tiene visos de amainar. Y con este nacionalismo español vuelven los tópicos del centro izquierda y de la izquierda populista, que ven en el ondear de las banderas el retorno del espíritu franquista. Todo ello contribuye a crear un clima político incívico donde se enfrentan un discurso, el de la derecha, cada vez más radicalizado, y el del centro izquierda, que denuncia los trazos más gruesos de aquel, pero que no ofrece una alternativa al nacionalismo español exacerbado.

Hace años, el centro izquierda trató de enfrentar al nacionalismo subestatal con el patriotismo constitucional. Pero dicha apuesta fracasó. Adolecía de un déficit emocional y de una falta de referentes simbólicos que le hacía impotente frente al nacionalismo soberanista, henchido de banderas, mitos e himnos. El patriotismo constitucional fue insuficiente para enfrentarse al nacionalismo, español y subestatal.

El PSOE celebró los 175 años de la bandera española con una exposición en Toledo de la que los medios se hicieron poco eco. Hubiera sido mejor hacerla en Madrid, para que dicho desplazamiento geográfico no se interpretara como cierto “complejo”. Por su parte, el populismo de izquierdas utiliza el patriotismo como ancla retórica solo en época electoral, mientras apoya el derecho a la autodeterminación. Y es que la izquierda en España ha sido desde la Transición, al menos, antisimbólica: nadie antifranquista debía aplaudir la bandera, el himno nacional sin letra ni los héroes culturales de un nacionalismo español entendido siempre como conservador. La unión dinástica de los Reyes Católicos, el descubrimiento de América, la conquista de América, la guerra de Independencia eran hitos de una historia mítica y reaccionaria. (El nacionalismo español era conservador y cultural, no liberal y político. Así lo entendieron la mayoría de los intelectuales desde la Transición hasta hoy, con notables y escasas excepciones, como Andrés de Blas).

El antisimbolismo de la izquierda española es impensable en Francia, donde Juana de Arco, Luis XIV o Napoleón forman parte de una identidad estable ni de una historia que, como en España, está en continua reconstrucción. La bandera tricolor es ubicua y París enseña en cada esquina su historia con letreros, creando franceses desde hace decenios. En Madrid el Ayuntamiento ha pintado en muchas calles enseñas como: “Coge un pensamiento y échalo a volar” (cito de memoria), y cuyo autor más conocido es el cantante Antonio Vega. ¿Por qué no citar a Cervantes, Lope, Quevedo, Delibes, Marías?

Y ahora, con el surgimiento de la extrema derecha, reaparece la condena, tras los embates del independentismo, del nacionalismo español, de nuevo identificado con el franquismo. Quizá debiéramos abordar un debate hurtado desde la Transición en un país cuyas élites políticas han descuidado siempre la cultura y la educación. Algo que sí han cultivado los nacionalismos subestatales. Necesitamos una reflexión sobre el nacionalismo español y la conciencia de pertenencia española desprejuiciada e imaginativa, emancipada del franquismo y de la extrema derecha renacida. El centro izquierda y en general quienes se sienten españoles, o tan españoles como de su comunidad autónoma, merecen ver la bandera constitucional en más espacios públicos, en manifestaciones y celebraciones electorales, en eventos deportivos y en exposiciones que recuerden una historia común. Podemos ser cosmopolitas —como ilustrados—, pero no dejemos de defender la identidad española —como románticos— si no queremos que la extrema derecha se apropie, como lo hizo el franquismo, de símbolos que pertenecen a todos. Abandonemos la inercia ideológica. Quienes se sienten españoles y no son de extrema derecha sufren una privación relativa respecto a los soberanistas porque solo tienen una identidad vergonzante. Se sienten desprotegidos porque ni se identifican con los extremos ni pueden manifestar su conciencia nacional.

No tienen ni bandera que exhibir, ni nacionalismo que defender. La identidad nacional ha sido una condición proyectada en el caso español. Nacionalistas son los otros: los independentistas para el nacionalista español, los “fachas” para los independentistas y demasiado a menudo para el centro izquierda. Y el nacionalismo español sigue presa de un callejón sin salida: si no se muestra es porque oculta su entraña vergonzosa, su identificación con el franquismo. Y si se exhibe es porque es propio de una derecha extrema, incívica, o como poco autoritaria. No dejemos que la extrema derecha continúe con el rapto de los símbolos. El abandono del nacionalismo español, cultural, político y liberal, por parte del centro izquierda, ha construido una profecía autocumplida. Ha dejado que otros hagan suya la identidad nacional común. Ahora y, con renovados bríos, la bandera de todos pertenece a unos cuantos. Los que la exhiben de manera vociferante.

La España de las banderas debería ser de todos. De lo contrario, muchos sentirán una orfandad ideológica y sentimental que puede alimentar el populismo extremista.

Helena Béjar es catedrática de Sociología.

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