Huid, insensatos, huid

Chipre es una isla europea más cercana a Beirut, Jerusalén y Damasco que a Berlín y Madrid. Pues bien, esta antigua colonia británica, habitada fundamentalmente por griegos, y que está en la lista española de paraísos fiscales, es miembro de la Unión Europea desde 2004 y su moneda es el euro. Este pasado fin de semana, el Gobierno chipriota, en una situación económica crítica, ha tenido que aceptar un gravoso rescate de la Unión Europea.

Chipre no estaba en las listas de paraísos fiscales por casualidad. Si un territorio tiene unos impuestos muy bajos (una tasa nominal del 10% en el impuesto de sociedades), un secreto bancario blindado, escasísima cooperación administrativa con otros Estados y un cumplimiento «mejorable» de la normativa europea y de los tratados contra el blanqueo de capitales, los demás Estados lo suelen incluir en este tipo de listas, por una cuestión de pura auto-defensa.

Los paraísos fiscales generan infinidad de problemas: pérdida de impuestos para los demás Estados, fuga de capitales... Sin embargo, lo que no es tan conocido es que, además, dificultan extraordinariamente la supervisión bancaria, precisamente por la opacidad y la ausencia de regulación y supervisores cualificados. En el mundo existen muchos, desgraciadamente demasiados, paraísos fiscales. En estas condiciones, los bancos situados en «centros financieros off-shore», especialmente los de menos reputación, además de ofrecer opacidad (perdón, «confidencialidad reforzada»), ofrecen también, especialmente a los inversores extranjeros, altas rentabilidades. Si estas rentabilidades no se materializan, porque se ha invertido, por ejemplo, en productos derivados finalmente fallidos, o en deuda pública griega en la que finalmente hay que aceptar una quita, la banca puede acabar siendo insolvente. Todo esto no es nuevo, y ya ha pasado antes. Lo que es una peculiaridad es que todo esto suceda en un Estado de la Unión Europea.

A estas alturas, parece que la integración de Chipre en la Unión Europea fue un error catastrófico. Incluir un paraíso fiscal en la Unión es terriblemente pernicioso porque en la UE existe libertad de establecimiento y sobre todo, absoluta libertad de circulación de capitales. Esto hace dificilísimo aplicar cualquier medida fiscal antiparaíso e imposible controlar los capitales. Además, hasta ahora existía una garantía sobre los depósitos en bancos europeos, por lo menos hasta 100.000 euros. Esto ha posibilitado que la banca chipriota haya podido captar más depósitos de los que ha podido razonablemente gestionar; aprovechando las libertades comunitarias y haciendo a las instituciones europeas responsables, ya que compartimos la misma moneda. En el camino, todos los Estados europeos han perdido recaudación fiscal: un pésimo negocio.

Aun así, las necesidades totales de capital de la banca chipriota ascienden a 17.000 millones de euros. Para hacernos una idea, sólo las pérdidas de Bankia en 2012 ascendieron a 19.000 millones de euros, con lo que lo de Chipre, desde una perspectiva europea, no es mucho dinero. Sin embargo, de recibir el dinero como préstamo, los chipriotas hubiesen tenido que asumir una deuda pública del 140% de su PIB, es decir, no hubiesen podido devolver el dinero del rescate. Con este panorama, sólo cabían tres opciones: darle a Chipre el dinero a fondo perdido, dejar quebrar a las entidades financieras chipriotas, es decir, no conceder rescate alguno, o que los acreedores de la banca chipriota pagasen, a fondo perdido, parte del desfase en las entidades financieras. Traduciendo, prestar a alguien que no te puede devolver el dinero no es otra cosa sino regalárselo. Por lo que, si no se está dispuesto a regalar miles de millones de euros a un paraíso fiscal, sólo cabe la opción de que pague el contribuyente chipriota o el que haya invertido en la banca de ese país. Si la banca de Chipre le debe a depositantes e inversores más del 500% del PIB chipriota, no hay forma de que el contribuyente de Chipre asuma toda la factura, ni ahora ni en el futuro. En estas condiciones, si el principal contribuyente, que es Alemania no quiere prestar con altísimo riesgo de impago, sólo queda la opción de la quita a los acreedores de la banca.

Esta quita se podía hacer de tres formas, básicamente: sobre los acreedores no europeos, sobre los depósitos que excediesen de 100.000 euros, no garantizados por la UE, o sobre todos los depósitos. Cualquiera de las dos primeras opciones implicaba una quita superior al 30% para los afectados. Esto hubiese castigado a los inversores fundamentalmente rusos, que se habían aprovechado del paraíso fiscal. Con un castigo tan fuerte, seguramente no hubiesen vuelto. En consecuencia, el Gobierno de Chipre ha preferido girar la factura también al ciudadano que tiene el dinero en el banco. Como era previsible, ante la airada reacción social, el Gobierno de Nicosia no ha conseguido la aprobación de este «plan de rescate». Esto ha obligado a prorrogar el cierre bancario, estableciendo el primer corralito en la Historia de la Unión Europea.

En mi opinión, todo el esquema era disparatado. El error de la incorporación de Chipre a la UE no se arregla con castigos indiscriminados en los planes de rescate. La actuación del Gobierno de Chipre, que sólo buscaba minimizar las pérdidas de los inversores extranjeros, no sólo era injusta sino que garantizaba seguir teniendo un paraíso fiscal en la UE. Es cierto que Chipre debía elevar el impuesto de sociedades al 12,5%, pero no era suficiente. Parece que no hemos aprendido nada del rescate irlandés: Irlanda salvó su sistema financiero subiendo todos los impuestos, pero manteniendo los privilegios fiscales de las multinacionales, que acaban remansando su dinero en paraísos fiscales y eludiendo su tributación en toda Europa. Para todos los contribuyentes europeos, incluyendo los alemanes, hubiese sido preferible que eso se hubiese desmontado aunque las condiciones del rescate hubiesen sido más suaves.

Además, que la UE admitiese la quita sobre los depósitos inferiores a 100.000 euros, aunque ahora reniegue de la idea, lanza el peligrosísimo mensaje a los europeos, sobre todo del sur, de que su dinero no está seguro en el banco: «Huid, insensatos, huid». Esto puede provocar un pánico financiero y favorecer la acumulación de efectivo, lo que no es precisamente positivo para la lucha contra grandes lacras como la economía sumergida o el blanqueo de capitales. Además, es imposible la reactivación del crédito y de la actividad económica si los ciudadanos retiran los depósitos del banco o los transfieren masivamente al norte de Europa o a Suiza. Que a estas alturas no haya ningún tipo de solución, sólo está agravando los problemas. De hecho, las bolsas europeas han perdido en dos días una cifra muy superior al famoso rescate.

Para una voz tan autorizada como la de Mario Draghi, presidente del BCE, «Chipre es una pequeña economía, pero los riesgos sistémicos nunca son pequeños». Nos guste o no, y aunque la situación de los demás «países periféricos» no sea en nada comparable, el de momento fallido rescate a Chipre crea un peligrosísimo precedente para Europa, su sistema bancario y sus ciudadanos.

Francisco de la Torre Díaz es inspector de Hacienda.

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