Humala, en el dominó de Chávez

Álvaro Vargas Llosa, director del Centro para la Prosperidad Global del Independent Institute en Washington D.C. (ABC, 08/01/06):

VA segundo en los sondeos a fuerza de recitar el manual del perfecto idiota latinoamericano y acaba de ser ungido por Hugo Chávez como candidato del «eje» La Habana-Caracas-La Paz en las elecciones que tendrán lugar en Perú en abril. No seré yo quien niegue que mis torturados compatriotas son capaces de llevar al teniente coronel Ollanta Humala al poder, de modo que hay que irse preparando (debí tratarlo con más cariño cuando, a comienzos de 2001, meses después de encabezar una fallida asonada contra Alberto Fujimori, vino al hotel que había sido la improvisada sede de campaña de la resistencia democrática para que cambiásemos impresiones).

No hay en su caso nada que no hayamos visto antes. Es más: tres dictadores del Perú fueron, como Humala, agregados militares en París antes de dar su golpe de Estado: Benavides, Sánchez Cerro y Velasco. La novedad consiste en que el «golpe» de Ollanta contra la democracia viene desde su interior. Un sector del pueblo peruano se rebela hoy contra la democracia, como los fascistas de los años 20 y 30 en Europa, desde dentro del sistema. En todo caso, lo que no es nuevo es la aleación de nacionalismo y populismo. El militarismo seudoprogresista irrumpió con Omar Torrijos en Panamá, continuó con un Juan Velasco en Perú y desembocó, hace siete años, en el triunfo de Hugo Chávez. Y la estirpe populista iberoamericana, madre de la criatura, es tan antigua como la Revolución mexicana.

Resortes parecidos a los que impulsaron a muchos peruanos a volcarse con Fujimori en 1990 favorecen hoy a Humala. Aquello fue una reacción contra la democracia peruana de los años 80. Ésta es una reacción contra la democracia del nuevo milenio. Las diferencias entre ambas -la primera estuvo marcada por la inflación y por Sendero Luminoso- no son más importantes que lo que hay en común: la incapacidad para dar al ciudadano sentido de pertenencia al marco institucional, al Estado-nación. El último ensayo, el Gobierno de Alejandro Toledo, ha sido el mismo fiasco que tentativas anteriores. El peruano de a pie ve con rencor al juez, al policía, al parlamentario, al ministro, al presidente.

Los congresistas peruanos ganan en promedio 10.000 dólares mensuales, tienen cuentas telefónicas de hasta 30.000 dólares y hace poco se otorgaron una remuneración adicional de 40.000 dólares. En protesta, los ciudadanos prestan oídos a los cantos de sirena de un iluminado que despotrica contra la «clase política». Muchos expresan su rechazo yéndose del país: la población solía aumentar a un ritmo del 2 por ciento al año y, según el último censo, lo hace ahora a un ritmo del 1,4. Los que no se fueron, vivan a Humala sin saber que ya lo han hecho antes y con trágicos resultados.

Humala es un militar retirado, nacido en Lima hace 43 años, que alcanzó el rango de teniente coronel como artillero. Como Hugo Chávez, perteneció a una logia en el interior del Ejército conocida como «MEC», acrónimo de «Militares Etnocaceristas». El nombre es un homenaje al mariscal Juan Avelino Cáceres, héroe de la guerra con Chile en el siglo XIX, que lideró una guerrilla contra el ocupante cuando la clase dirigente se había rendido.

La hora de Humala llegó en octubre de 2000, cuando se alzó contra Fujimori desde Tacna, localidad colindante con Chile. Durante cuatro semanas, él y su hermano Antauro deambularon por el sur, incrustándose en la retina nacional. Como Chávez, los Humala fueron amnistiados por la democracia naciente. Ollanta fue enviado al exterior y uno de sus seis hermanos, el energúmeno Antauro, lanzó un movimiento «etnocacerista» apoyado por reservistas del Ejército que se encargó de mantener vivo el recuerdo de aquella intentona.

Los «etnocaceristas» recorrieron el país vendiendo el pasquín «Ollanta» y cosquilleando en los ciudadanos el resentimiento contra lo establecido, contra Chile y contra la economía moderna. Hoy, Antauro está preso por haber capitaneado, hace un año, otra asonada que costó la vida a seis personas.

Ollanta ahora se desmarca de él, pero la asociación de su nombre (literalmente, «guerrero que todo lo ve») con la movilización «etnocacerista» ha servido para colocarlo en boca de mucha gente. Su hermano habla de «fusilar a los corruptos»; él, como lo hizo Hugo Chávez en su campaña electoral en 1998, evita ese lenguaje prematuro.

La figura central en la familia Humala es el padre, Isaac, un ex militante comunista que predica un nacionalismo de corte racista «porque de las cuatro razas que existen en el mundo, la cobriza es la marginada». La ideología «etnocacerista» rechaza la influencia extranjera. Hablan, como el dictador Velasco, de «peruanizar» las empresas y de «reivindicar al indio». Ollanta es la cara más sofisticada del «etnocacerismo» (ha eliminado de su Partido Nacionalista Peruano el prefijo «etno»). Su alianza con los cocaleros se hace eco de la de Evo Morales. Aunque el movimiento cocalero peruano no es tan significativo como en Bolivia, ha crecido a medida que la erradicación de cultivos en Colombia ha forzado la «emigración» de las plantaciones de coca a Perú (donde han aumentado un 14 por ciento en un año).

Humala pone el acento nacionalista en temas fronterizos. Critica los acuerdos de Itamaratí (Brasil) que pusieron fin al conflicto de 1995 entre Perú y Ecuador, y fustiga la «penetración chilena» de la economía peruana (más de 3.000 millones de dólares). Sin embargo, sostuvo hace pocos meses que si la CONAIE indígena logra gobernar Ecuador y Evo Morales lo hacía en Bolivia, «se podrán diluir los problemas». La ideología populista de corte socializante, pues, prevalece sobre el nacionalismo.

Ollanta, como Chávez, ve una Suramérica regida por gobiernos afines, enfrentada a Estados Unidos. Todos los ingredientes del militarismo socialista de Chávez están en Humala. Últimamente ha empezado a enfatizar la idea de la «integración latinoamericana». En la familia nacionalpopulista a la que pertenece, eso significa una alianza geopolítica entre líderes afines a través del manejo férreo de sus estados para concentrar poder y gobernarlo todo. Humala ataca la globalización, pero ya no opone a ella un modelo autárquico, sino «latinoamericano». La súbita «bolivarianización» de su discurso delata sus vasos comunicantes con Chávez. A poco más de tres meses de los comicios peruanos, Chávez ha empezado a salivar intensamente desde Caracas, y con razón.