Humanización 4.0, motor para Davos

Una élite global compuesta por más 3.000 participantes del mundo de la política, la economía y la sociedad civil está enfrascada en cuatro días de reuniones en las que vienen abordando algunos de los mayores desafíos planetarios. El resort alpino de Davos, con su belleza de tarjeta postal, acoge esta vez 350 sesiones de trabajo en las que líderes políticos como Shinzo Abe, Angela Merkel o Pedro Sánchez -que pronunciaron ayer sendos discursos- se encuentran con líderes del mundo empresarial con el objetivo general de "mejorar el estado del mundo".

Es muy de destacar que gentes señaladas de la cultura también ocupen un lugar central en la cumbre, como sucede con el nonagenario Sir David Attenborough, creador de unos documentales deslumbrantes sobre el mundo natural para la BBC, quien recibió el lunes uno de los Premios Crystal que se otorgan a quienes pueden servir de modelo a todos los líderes de la sociedad. Que personajes de este estilo sean escuchados en este foro reviste especial importancia pues, desde el ámbito cultural, estos líderes pueden ser tan influyentes como los políticos o los económicos a la hora de promover cambios positivos en el mundo.

Sin embargo, en esta cumbre también hay ausencias muy sonoras, como la del presidente de Estados Unidos, Donald Trump -muy ocupado con el cierre de su Administración-, Macron -sumido en la crisis de los chalecos amarillos-, la premierTheresa May -enfrascada con el Brexit-, además de Putin y Xi Jinping. Sus ausencias resultan aún más notables cuando tenemos en cuenta algunos de los temas clave que se están discutiendo, como el irresistible ascenso de los populismos o el frenazo en el crecimiento económico chino (que en 2018 ha sido el más bajo de las últimas tres décadas), frenazo que puede prolongarse tras la guerra comercial entre China y EEUU.

No lo están teniendo fácil los líderes en Davos, enfrentados a un nuevo mundo multipolar en el que las decisiones que se tomen ahora sobre las políticas en materia de medio ambiente, de tecnología y en el desarrollo de los sistemas industriales van a tener una influencia decisiva en la configuración del planeta durante los próximos años. Y es que la humanidad se enfrenta hoy a grandes amenazas que pueden resumirse en estas cinco: el cambio climático, el agotamiento de los recursos fósiles, la necesidad de alimentar a todos los habitantes del globo, la contaminación generalizada del medio ambiente y la disminución de la biodiversidad. Estos grandes riesgos, que ya han sido traídos muchas veces sobre la mesa de Davos, vuelven a ser discutidos ahora y, presumiblemente, lo seguirán siendo durante muchos años.

La receta avanzada esta vez para dar respuesta a todas estas amenazas es la llamada cuarta revolución industrial, la denominada Globalización 4.0. Se trata de un concepto ideado y desarrollado por el empresario alemán Klaus Schwab, uno de los fundadores del Foro de Davos en 1971 y autor del libro La cuarta revolución industrial (Ed. Debate). Esta nueva revolución seguiría a la primera que supuso el paso de la producción manual a la mecanizada a principios del siglo XIX, a la segunda desencadenada por la electrificación hacia 1850 y a una tercera impulsada, en la segunda mitad del XX, por el desarrollo de la electrónica y la informática.

La Revolución 4.0 vendría impulsada por el desarrollo de nuevos sistemas ciberfísicos, construidos a partir del internet de las cosas, que posibilitarán el diseño de fábricas inteligentes capaces de mantener interconectadas máquinas y sistemas de manera muy eficiente. Estas fábricas estarán dotadas de una nueva flexibilidad en su intercambio de información con los mercados, permitiendo así ajustar al milímetro la oferta a la demanda y las exigencias impuestas por una competencia cada vez más despiadada. Este concepto de industria 4.0, enunciado por vez primera en 2011, es desde hace años una prioridad nacional en Alemania y supondría una reconversión total del mundo industrial.

Pero, en mi opinión, el término de cuarta revolución industrial es una simplificación. El mundo está a punto de sufrir varias revoluciones simultáneamente, pues el impulso llega esta vez desde varios ámbitos tecnológicos. El desarrollo de grandes herramientas como la inteligencia artificial, el big data, la nanotecnología, la ingeniería genética y la integración de la tecnología en el cuerpo humano, dotan ya al homo sapiens de una capacidad inusitada para modificar el mundo y la humanidad. Es decir, no sólo se trata de la transformación de la industria, sino de la modificación profunda de los puestos de trabajo, del mundo del ocio, de la asistencia sanitaria... en resumidas cuentas, de nuestra manera de vivir.

Las transformaciones industriales resultan muy atractivas para los empresarios más ágiles que encontrarán la oportunidad de desarrollar nuevos modelos de negocio, por eso no es extraño que siempre acudan numerosos a Davos. Pero, ¿beneficiarán estos cambios de manera equilibrada a todos los países del mundo y, en cada país, a todos los ciudadanos? Si no fuese así, las consecuencias podrían ser muy graves. En primer lugar, si la industria 4.0 no se lleva a cabo con un mínimo de responsabilidad, podría conllevar una revolución en el mundo del trabajo que originase la pérdida de un gran número de empleos en el planeta, incluso de empleos de alta cualificación, lo que ocasionaría grandes sufrimientos en un porcentaje importante de la población.

Además, no todo el planeta tiene acceso a estas nuevas tecnologías de vanguardia, y su implantación puede hacer que los desequilibrios globales continúen y se acentúen. En este caso, la emigración podría continuar creciendo llegando a ser un fenómeno desmedido, con grandes masas de nuevos nómadas que derribarán todos los muros de acero para buscar una vida mejor. Si no se dan respuestas globales al cambio climático, a la escasez de energía, de agua potable y de alimentos, las desigualdades se harán más profundas en todo el planeta y los conflictos, las mafias y los piratas se multiplicarán, creando un caldo de cultivo óptimo para un incontrolable auge de movimientos populistas, nacionalistas e integristas progresivamente más peligrosos.

En Davos se sigue discutiendo, pero hace tiempo que llegó el momento de pasar a la acción, de que los gobiernos actúen teniendo en cuenta no los intereses electoralistas sino los intereses a largo plazo de los ciudadanos por preservar el planeta y un nivel de vida digno para la humanidad. Para que los mercados sin fronteras no prevalezcan sobre las democracias, cuyo campo de acción permanece delimitado a sus territorios, es importante que se intensifique la colaboración internacional entre Estados, haciéndolos así más fuertes en contrapartida a las empresas multinacionales. Desgraciadamente, los nuevos populismos y otros fenómenos, como el Brexit, no parecen favorecer estas políticas de colaboración internacional, sino todo lo contrario.

Confío en que en Davos también se esté hablando de educación, pues es importante que los gobiernos se esfuercen por facilitar desde edades tempranas la educación en materia de tecnología y de informática, cuestiones clave en el mundo de hoy, poniendo énfasis en que las niñas no queden descolgadas de estas disciplinas. Los estudios universitarios también deben reformarse para hacerse mucho más interdisciplinares, prácticos, y adaptados a los tiempos que vienen. Y todo esto sin descuidar las humanidades, en el sentido tradicional del término, pues materias como la psicología, la historia y el arte también nos hacen más humanos y están cada vez más intrincadamente amalgamadas con las ciencias. La división compartimental en disciplinas estanco está trasnochada y debe dar paso a una nueva concepción más flexible del conocimiento.

Davos es un lugar idóneo para hablar de la creación de instituciones supranacionales y para el desarrollo de las ya existentes, utilizando las nuevas tecnologías, lo que podría favorecer la recuperación del medio ambiente, el acceso al conocimiento, la responsabilidad y la solidaridad. De la misma manera que internet posibilita hoy el acceso a la información y a la cultura de un amplio sector de la población y de manera casi gratuita, se podría seguir produciendo servicios de bajo coste en el ámbito del cuidado del medio natural, de la alimentación y de la salud. Pero para ello es preciso que la nueva economía no esté basada exclusivamente en la obtención de beneficios crematísticos. Foros como el de Davos serán útiles en tanto en cuanto se centren en lograr que las nuevas tecnologías nos hagan más humanos, si ponen énfasis en que los nuevos desarrollos vayan guiados por valores morales, si logran que la globalización 4.0 venga de la mano de una humanización 4.0.

Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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