Humor, por favor

Una de las cosas que más me alarman en los comentarios periodísticos de este país, en las críticas, en las reseñas e incluso en los debates políticos, es la casi total ausencia de humor. En esto los ingleses, los italianos e incluso los franceses nos llevan considerable ventaja. Leí, por ejemplo, una reseña crítica de la biografía del historiador Toynbee en la cual el crítico del Time acababa diciendo que no sabía si el estudio de la historia de Toynbee era una obra histórica monumental o equivalente histórico de Indiana Jones. El director de orquesta sir Thomas Beecham decía que Brahms es el equivalente musical de la estación Saint Pancras. En un juicio por estafa de dinero empresarial, el fiscal preguntó a lord X, el propietario, qué costaba un día de ojeo de grouse (perdiz escocesa) en su finca. “Depende del minibar”.

Cosas de este tipo serían bienvenidas en el árido y, a veces, desabrido intercambio de acusaciones que se produce en este país.

El humor es un tipo de estimulación que tiende a disparar el reflejo de la risa. La risa es un reflejo motor producido por la contracción coordinada de quince músculos faciales y acompañados de una alteración de la respiración. La estimulación eléctrica del músculo cigomático mayor, que está en el labio superior, por medio de corriente de diversa intensidad, produce expresiones faciales que van de la sonrisa a la mueca y de esta a la contorción de la risa incontenible.

La risa es un reflejo, pero de un tipo singular, porque no tiene ninguna utilidad biológica aparente. Existe además una considerable discrepancia entre la naturaleza del estímulo que la provoca y la reacción. Que una actividad mental compleja como el leer una historia de Gibbon puede causar una contracción refleja de los músculos faciales es un fenómeno que ha maravillado e intrigado a los filósofos desde Platón. Así como no hay una manera segura de saber cuándo un conferenciante ha convencido a su auditorio, si cuenta un chiste, en cambio, la risa sirve como comprobación experimental de que ha conseguido su propósito. Esta respuesta es un indicador de la presencia de esa cualidad fugaz que se llama humor. Según Harold Nicolson el humor es una actitud mental, una manera de tomarse las cosas. No es una reacción a un suceso, sino una mood o actitud que implica una captación especial de relaciones.

Arthur Koestler escribió el artículo “Humor” en la Enciclopedia Británica, donde, partiendo de una serie de ejemplos, estableció su teoría. “Un masoquista es una persona a la que le gusta la ducha fría por la mañana, de modo que se toma una caliente”, o bien, un diálogo de una película de Claude Berri: “Señor, tengo el honor de pedirle la mano de su hija. ¿Por qué no? ¡Ya se ha quedado con todo el resto!”. El mecanismo en este tipo de historias humorísticas es el choque inesperado de dos códigos de reglas mutuamente incompatibles, que nos obliga a percibir la situación desde dos marcos de referencia consistentes pero incompatibles entre sí y de hacerlo al mismo tiempo. Es un delicioso sobresalto mental que nos hace pasar de un plano o contexto asociativo a otro.

El humor tiene diversas graduaciones, la más simple sería el gag visual de una película cómica, donde las propias acciones de los personajes, a través del gesto, provocan hilaridad. Luego viene el juego de palabras, como en aquel espléndido chiste de Perich “el tiburón es un pescado mortal”; y en un nivel superior, el juego de ideas como las anécdotas famosas de las grandes tertulias. En otro ámbito se mueve la ironía, que es una demostración a contrario, una reducción al absurdo, por la cual se toma una situación o una idea y se lleva a su límite extremo de forma que se vuelve en su contrario.

La risa, como el llanto, según los estudios de fisiología, tiene un considerable efecto terapéutico; las contracciones y descargas provocadas por la risa producen un relajamiento de la tensión, una serenidad, un consumo de adrenalina que son de gran utilidad para mantener el equilibrio mental y psicosomático. Lo mismo cabe decir del llanto: una emoción acumulada que consigue romper en llanto se diluye de manera mucho más sana que una emoción contenida a la cual no se da salida. Por eso, costumbres como las plañideras, velatorios, el luto y todo el ceremonial de los entierros que se realiza en los países mediterráneos son de una gran sabiduría, ya que permiten asimilar la emoción provocada por la muerte de manera más eficaz que en aquellos países donde la muerte se minimiza y ritualiza de manera rápida y sin mirarla a la cara.

En este país nuestro en que hemos sabido canalizar sabiamente las emociones tristes, parece que no hemos sido tan hábiles a la hora de dar rienda suelta a los reflejos humorísticos. Nuestro humor es o bien negro o bien de grano grueso, como diría Pla, o lo que es peor, teñido de una dosis de mala leche que lo convierte en sarcasmo, que es el humor agriado por el mal humor. José Bergamín padre era muy feo. Un día lo increparon en las Cortes: “Su señoría tiene dos caras”. “¿Usted cree que si yo tuviera otra cara vendría con esta?”.

Es una lástima que este sentido del humor no abunde en las formaciones políticas y partidos españoles. Tendríamos entonces no sólo una lectura más agradable de la prensa diaria, sino también una cierta dosis de humanidad, incluso de bondad, que el humor introduce inevitablemente en las relaciones humanas.

Luis Racionero, escritor.

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