Hungría: las elecciones de la crisis

Tema: Tras las elecciones generales húngaras, un partido populista se enfrenta al desafío de tomar decisiones impopulares.

Resumen: El país que asumirá la Presidencia de turno del Consejo de la UE el próximo año está sumergido en una de las más graves crisis económicas de la UE y en un proceso de fuerte desprestigio de la clase política y de las instituciones democráticas que ha alentado el voto –minoritario– a una nueva formación radical antisistema. Las recién celebradas elecciones generales han acabado con el dominio que el Partido Socialista ejercía desde 2002 y han dado la victoria a un partido de derecha, de confusa ideología nacionalista y populista, que se encuentra en la obligación de realizar drásticos recortes en el gasto público, sometido a la disciplina del Fondo Monetario Internacional. El apoyo electoral que ha recibido se explica más por el descontento con el Partido Socialista que por el apoyo a su programa o su ideología.

Análisis

La crisis económica

Tras dos décadas de experiencia democrática, economía de mercado y adaptación a las normas e instituciones europeas, Hungría se encuentra inmersa en una crisis económica y social que tiene una larga raíz y alguna semejanza con la que provocó el final del experimento socialista en 1989: expresado brevemente, la incapacidad de los sucesivos gobiernos, ya fueran autoritarios o democráticamente elegidos, para restringir los gastos del país al nivel de sus ingresos. Hungría lleva cuatro décadas viviendo por encima de sus posibilidades. Gobiernos deseosos de satisfacer a sus clientes, ya fuera para lograr un sustento social al régimen socialista, ya para lograr apoyos electorales en la nueva democracia, han provocado un continuo aumento de la deuda pública. Ya en 1982 Hungría tuvo que ingresar en el Fondo Monetario Internacional y aceptar su disciplina para reducir la deuda pública, que en 1989 alcanzó el equivalente a 2.000 dólares por habitante, la mayor deuda per cápita de los países de Europa Oriental. La deuda pública no ha cesado de crecer en todo este período democrático: era de 25.000 millones de euros en 1996 y ha llegado a 78.000 millones en este año (8.000 euros per cápita), lo que equivale al 80% de su Producto Nacional Bruto.

La crisis financiera internacional declarada en el año 2008 golpeó con especial dureza a Hungría cuando los inversores extranjeros, temiendo por la estabilidad del país ante el peso de su deuda pública, se retiraron de su mercado provocando una depreciación de la moneda nacional, el fórint. Para los particulares la depreciación del fórint supuso un desastre: Durante los años anteriores el 90% de los préstamos hipotecarios o para la compra de un coche se establecieron en euros o en francos suizos, con tipos de interés más bajos que el fórint. En 2008, la combinación de la subida de los tipos del euro y la bajada del valor del fórint dejó a miles de familias en situación de insolvencia, incapaces de pagar sus deudas. La misma insolvencia amenazaba al Estado húngaro, que se vio obligado a acudir de nuevo al FMI para recibir un crédito de 25.000 millones de dólares en total (16.000 millones del FMI, 8.000 millones del Banco Central Europeo y 1.000 millones del Banco Mundial), una cantidad que equivale a 2.600 dólares por habitante.

La crisis se ha traducido además en una reducción de la actividad económica, con un descenso del PNB del 6,3% entre el 2008 y el 2009, un aumento del paro y un efecto depresivo sobre los niveles salariales.

La crisis política

La derrota electoral del Partido Socialista era una muerte anunciada desde el 17 de septiembre del 2006, cuando los medios de comunicación difundieron el discurso realizado en mayo por el primer ministro, Ferenc Gyurcsány, ante una reunión a puerta cerrada de los parlamentarios socialistas inmediatamente después de haber ganado las elecciones por segunda vez consecutiva. En ese discurso, destinado a concienciar al partido respecto a la dureza de las medidas que debían tomarse en adelante, Gyurcsány dijo: “En los meses anteriores hicimos todo lo que pudimos en secreto, asegurándonos de que los papeles con los que estábamos trabajando no salieran publicados en las últimas semanas de la campaña electoral (...) No hay muchas opciones. No las hay, porque la hemos jodido. No un poco, sino mucho. Ningún país de Europa la ha jodido tanto como nosotros (...) Está claro que hemos mentido en los pasados 18 ó 24 meses. Esta perfectamente claro que lo que decíamos no era verdad. Estamos por encima de las posibilidades del país hasta un nivel que no podíamos imaginar antes. Y además, no hemos hecho nada durante años. (...) La providencia divina, la abundancia de dinero en la economía mundial y centenares de trucos, de los que ustedes no tienen porqué enterarse, nos han permitido sobrevivir. No se puede seguir así. (...) Hemos mentido por la mañana, por la tarde y por la noche”.[1] Estas confesiones y advertencias de Gyurcsány tenían por fin explicar a sus correligionarios en el Parlamento que habían ganado las elecciones con falsas promesas, cuando aseguraban a la población durante la campaña electoral que no eran necesarios duros planes de ajuste porque la economía se encontraba con buena salud. Por otra parte, aunque hubieran conseguido ocultar en casa la gravedad de la situación, no lograron ser opacos para la Comisión Europea, que en varias ocasiones había advertido a Hungría sobre el riesgo de su situación, amenazando con la retirada de los fondos de cohesión.

La ola de protestas callejeras y de todo tipo que causó la revelación del discurso del primer ministro se saldó con clamores exigiendo su dimisión, batallas campales entre manifestantes y policías, el asalto a la sede de la televisión estatal, más de 200 heridos, acampadas continuas ante la sede del Parlamento y, poco después, la completa derrota del Partido Socialista en las elecciones municipales del 1 de octubre. Los desórdenes callejeros se reeditaron unas semanas después con motivo de la conmemoración del 23 de octubre, fecha en que se recuerda la sublevación húngara de 1956 contra las tropas soviéticas de ocupación, fiesta nacional y principal hito simbólico de la lucha por la independencia nacional. En esa ocasión, en un clima de división social y de enfrentamiento político entre el Partido Socialista y el principal grupo de oposición, Fidesz, la policía actuó con pelotas de goma y mangueras contra un grupo de unos 1.000 manifestantes que intentaban acercarse al Parlamento causando unos 70 heridos. Desde entonces, las encuestas han mostrado la pérdida de apoyos del Partido Socialista, cuya legitimidad para seguir gobernando quedó del todo en entredicho.

Pero el principal efecto de la filtración del discurso de Gyurcsány ha sido el deterioro de la imagen de la clase política y de las instituciones. Durante estos últimos años la desafección hacia la política, la desconfianza en los políticos individuales y en los partidos políticos y la insatisfacción con la democracia han crecido de forma alarmante. Así, mientras que en Europa Occidental la media de los que consideran globalmente insatisfactoria la forma en que la democracia funciona en su país es del 28% (con grandes diferencias internas entre el Norte y el Sur), en Europa del Este la media es del 55% y Hungría se sitúa en el pelotón de cabeza, sólo precedida por Bulgaria.

Tabla 1. Porcentaje de insatisfechos con la democracia de su país

País Porcentaje
Bulgaria 83
Hungría 71
Letonia 69
Croacia 59
Rumania 54
Estonia 46
República Checa 44
Eslovenia 42
Polonia 40
Eslovaquia 40

Fuente: Encuesta Social Europea, 2008.

Usando otros indicadores, también el Eurobarómetro de 2009 muestra que la confianza de los húngaros en el gobierno, el parlamento y los partidos políticos es notablemente menor que la media europea.

Tabla 2. Porcentaje de los que confían en las siguientes instituciones

Hungría Media UE-27
Gobierno nacional 14 29
Parlamento nacional 15 30
Partidos políticos 9 16

Fuente: Eurobarómetro nº 72, 2009.

La corrupción está directamente conectada con esta insatisfacción, aunque en menor escala que en otros países del Este. Con un índice de 5,1 sobre 10, Hungría se situaba el año pasado en el puesto 46 de los 180 que abarca Transparency International, con la mayoría de los Estados de Europa del Este en una posición inferior (también Italia y Grecia están por debajo). Según recoge el Barómetro sobre Corrupción de 2009, realizado por Transparency International como complemento a su Índice de corrupción, el 14% de los húngaros había pagado algún tipo de soborno en los meses anteriores y el 42% consideraba a los partidos políticos como la institución más corrupta.

Las elecciones generales de abril 2010

Las sextas elecciones que celebra Hungría desde la instauración de la democracia pluralista en 1989-1990 han arrojado por la borda probablemente de forma definitiva a varios de los grupos que protagonizaron la transición y los primeros años democráticos: la víctima más notoria es el pequeño partido liberal (SzDSz, Alianza de Demócratas Libres), que ha pagado cara su participación en el gobierno en la pasada legislatura, en coalición con el Partido Socialista (MSzP) a cuya ala reformista y pro-mercado estuvo próximo desde sus inicios a finales de los 80, y que ejerció un papel muy relevante de liderazgo intelectual y político durante la transición.

Por su parte, el partido vencedor, Fidesz-Unión Cívica Húngara, ha fagocitado a varios de los grupos que se disputaban el campo del tradicionalismo agrario nostálgico de la Hungría precomunista, el populismo, el nacionalismo, el cristianismo y, en conjunto, el anticomunismo. Varios de los partidos que recogían este voto en los primeros años 90, incluido el partido vencedor de las primeras elecciones y que gobernó desde el año 1990 a 1994, el Foro Democrático Húngaro (MDF), han perdido gradualmente su electorado a manos de Fidesz y en estas elecciones se han quedado sin representación parlamentaria.

Fidesz es un caso llamativo de transformismo político: creado en 1988 por estudiantes universitarios como grupo de oposición, sus siglas proceden de las palabras húngaras para “Alianza de Jóvenes Demócratas”. Durante varios años mantuvo en sus estatutos la prohibición de militancia a los mayores de 35 años para marcar así su completa separación con la red de compromisos que sostuvo al régimen socialista hasta 1989. Era un grupo radical en sus expresiones contra el socialismo, desafiante, informal, cercano ideológicamente a los “adultos” del grupo liberal SzDSz, y, aparentemente, sin vocación de convertirse en un partido de gobierno. Desde esa posición intrínsecamente provisional de “movimiento juvenil”, Fidesz evolucionó a partir de 1994 hacia el nacionalismo y el populismo en lo que sólo puede interpretarse como la conversión de sus líderes en pragmáticos profesionales de la política, decididos a convertirse en un partido “normal” con aspiraciones de gobierno. Desde entonces, su mayor capacidad de influencia en los medios de comunicación y su mejor adecuación a la modernidad le han permitido absorber gradualmente a los grupos del campo democristiano y nacionalista. En el año 2000 Fidesz abandonó la Internacional Liberal y se integró en el Partido Popular Europeo.

De la misma forma, Fidesz ha conseguido capitalizar el desengaño, rencor y frustración de todos los que consideran intolerable que muchos de los militantes del antiguo Partido Socialista de la etapa autoritaria se hayan convertido en exitosos empresarios, banqueros o financieros y que desde esas posiciones hayan saltado al gobierno de la nación. De hecho, todos los primeros ministros socialistas de las dos sucesivas legislaturas en que han gobernado (2002-2006-2010) procedían del mundo financiero. Fidesz sigue utilizando su juventud –ya menos joven– para argüir sobre su ausencia de responsabilidades en la etapa autoritaria, mientras que acusa al Partido Socialista de “poscomunista” para sugerir una continuidad con ese pasado. Con 46 años, Viktor Orban, futuro primer ministro, tenía sólo 25 años cuando se produjo la debacle del sistema socialista en 1989.

Sin embargo, la conversión de Fidesz en un partido con vocación de gobierno y, por tanto, con un discurso de responsabilidad, ha dejado libre un espacio de radicalismo que él ya no puede ocupar y que ha cubierto Jobbik, un grupo cristiano, anti-sistema, nacionalista y antisemita, que en estas elecciones de 2010 ha conseguido un 16% de los votos, convirtiéndose en el tercer grupo parlamentario. Jobbik (cuyo nombre completo en húngaro puede significar tanto “por una Hungría mejor” como “por una Hungría más de derechas”) se fundó en 2003 pero su eclosión real se produjo en 2006, cuando capitalizó la expresión más radical del descontento producido por las revelaciones del discurso de Gyurcsani. Desde septiembre de 2006 el número de organizaciones locales de Jobbik ha crecido hasta abarcar casi todo el territorio, con fuerza concentrada en las zonas menos beneficiadas por la globalización de la economía húngara, el este y el norte del país. Jobbik, además, por su carácter antisistema, es capaz de explotar el extendido sentimiento antigitano que, ya fuerte tradicionalmente, se ha hecho más intenso desde que la transición económica suprimió miles de puestos de trabajo de poca o nula cualificación, dejando a muchos trabajadores gitanos en paro y aumentando con ello su carácter marginal. Los gitanos representan un 7% de la población húngara (unas 600.000 personas) pero son mayoría entre los más pobres y entre los fracasados en la escuela y el porcentaje de los delitos de que son responsables es muy superior a su peso en la población, como lo es en consecuencia su presencia en las cárceles.

El primer resultado importante de la extensión de Jobbik fue su éxito en las elecciones europeas de 2009, en las que obtuvo tres escaños con el 17% de los votos, en pleno ajuste económico del país. Un porcentaje idéntico ha sido el obtenido en estas elecciones parlamentarias húngaras, a sólo tres puntos de distancia del Partido Socialista. Jobbik se ha apresurado a anunciar su disponibilidad a cooperar con Fidesz en la legislatura, algo que éste no va a necesitar ya que cuenta con una cómoda mayoría de dos tercios en el Parlamento (el 68% de los escaños). Probablemente esta irrelevancia en el Parlamento permita y anime a Jobbik a seguir actuando en los próximos años como un partido radical antisistema.

Tabla 3. Composición del nuevo Parlamento húngaro

Partido Escaños
Fidesz 263
Partido Socialista 59
Jobbik 47
LMP (verdes) 16
Otros 1

Conclusión: El éxito de Fidesz es el resultado del voto de castigo al Partido Socialista por la gravedad de la crisis económica y por el reconocimiento de sus mentiras durante la campaña electoral de 2006. En realidad, el Partido Socialista ha estado gobernando durante toda esta pasada legislatura sin apoyo popular. En ese castigo, la mayoría del electorado ha optado por el voto útil al único partido con posibilidades de gobernar y que ya había demostrado en el período 1998-2002 que podía hacerlo sin causar graves daños, Fidesz. Una minoría, el 17%, ha optado por el voto expresivo de protesta, apoyando a Jobbik, para mostrar su rechazo al conjunto de los grandes partidos. En definitiva, este resultado muestra un electorado pragmático, volátil y con escasa identificación partidista, que a pesar de su poca confianza en las instituciones democráticas y los partidos políticos ha acudido a votar en un 64%.

En términos de política europea e internacional es poco probable que el cambio de gobierno y de mayoría parlamentaria tenga efectos sustanciales. Como país pequeño, con algo menos de 10 millones de habitantes, dependiente de las ayudas del FMI y del BCE, y con un sector privado en manos de las empresas multinacionales (un 35% del empleo en el sector privado se encuentra en empresas de capital extranjero), Hungría tiene poca vocación y capacidad para ejercer un papel relevante en la vida internacional. En la UE Hungría se sitúa, como los demás países que proceden de la experiencia socialista-comunista, en el grupo atlantista: a fin de cuentas, fue EEUU y no Europa Occidental quien derrotó a la URSS en la Guerra Fría. Esa proximidad a EEUU la demostraron cabalmente al apoyar su intervención en Irak en el año 2003. La UE es vista en esta zona como una unión económica y, en mucha menor medida, política, pero la seguridad sigue cifrándose en EEUU y en la OTAN. El pragmatismo en las relaciones con la UE se ha impuesto al idealismo y al orgullo de “volver a Europa” que impulsaban el deseo de entrada en la UE en los años 90 y primeros 2000, y el euroescepticismo es ahora uno de los más altos en la Unión. Según el Eurobarómetro de octubre de 2009, sólo el 38% de los húngaros consideran que su país se beneficia de la pertenencia a la UE, un porcentaje muy inferior a la media (57%) y con sólo Letonia (37%) y el Reino Unido (36%) por debajo.

Ni en Hungría ni en ningún otro de los países ex comunistas se ha desarrollado un movimiento europeísta relevante, ni la UE juega un papel importante en los debates políticos, los programas o las campañas electorales (algo en lo que coinciden con la gran mayoría de los Estados miembros). De su futura Presidencia del Consejo de la UE en 2011 puede esperarse preocupación por el mantenimiento de la PAC –el sector agrícola es importante en el país– e impulso a la coordinación de la política energética para disminuir la dependencia frente a Rusia.

Del próximo gobierno de Fidesz cabe prever un mayor atlantismo y “anti-rusismo” y renovado énfasis en la demanda de autonomía para las minorías húngaras que viven en los países vecinos, lo que podría provocar un empeoramiento de las relaciones con esos países, especialmente con Eslovaquia, tensas desde la transición a cuenta del medio millón de húngaros (un 10% de la población eslovaca) que vive en una franja paralela al Danubio, la frontera natural entre ambos países. Estas relaciones han pasado por varios momentos de crisis ante los repetidos intentos del pequeño Estado eslovaco de reafirmar su identidad nacional a costa de la húngara. El futuro primer ministro, Viktor Orbán, ha mencionado varias veces que su gobierno concedería la nacionalidad a los 2,5 millones de húngaros de los países vecinos que lo solicitasen, un plan que probablemente el pragmatismo obligará a abandonar porque causaría un enfrentamiento grave con Eslovaquia y con Rumanía, en la que reside más de un millón de húngaros. Esta iniciativa entorpecería otra, también propuesta por Fidesz, dirigida hacia el aumento de la cooperación militar en la región, en la franja que va desde los países bálticos y Polonia en el norte hasta Croacia en el Sur, pasando por Eslovaquia (pero no por Rumanía) destinada a aumentar la seguridad ante Rusia. Pero esto a su vez puede resultar poco congruente con la necesidad de mantener buenas relaciones con Rusia, de la que Hungría depende energéticamente en un 60%.

En cualquier caso, el resultado de estas elecciones y de la historia reciente húngara muestra un importante éxito de estabilidad política. Desde las primeras elecciones de 1990, todas las legislaturas han agotado sus cuatro años, el número de grupos políticos presentes en el parlamento se ha ido reduciendo progresivamente, lo que facilita la gobernabilidad, y los grandes partidos han mantenido una continuidad a lo largo de los años. Es un panorama de estabilidad que no muchos Estados en la zona oriental de la UE puede igualar.

Hungría no podrá entrar en el euro, como pretendía, en 2011, y al nuevo gobierno no le quedará otro remedio que seguir aplicando duros ajustes bajo la estricta vigilancia de los organismos financieros internacionales, lo que a su vez hará disminuir el apoyo al partido de gobierno. El riesgo es que, en esta situación, Fidesz recurra a la manida estratagema utilizada en la zona para distraer la atención: provocar el conflicto con los países vecinos a cuenta de las minorías. Ya lo hizo cuando gobernó el país entre 1998 y 2002 y consiguió la aprobación de la Ley de Estatus para conceder derechos en Hungría a los húngaros de los países vecinos, pero entonces Hungría estaba en pleno proceso de adaptación a la UE para su integración (producida en 2004) y por ello sujeta a intenso escrutinio y obligada a acatar las decisiones del Consejo de Europa o de la Comisión Europea, y finalmente la Ley de Estatus, que provocó la indignación de los vecinos, quedó en agua de borrajas. Ahora, ya dentro del club de la UE, la capacidad sancionadora de las instituciones europeas sobre su política regional es menor y por tanto el riesgo más alto.

Notas:

[1] El propio Gyurcsany incluyó la transcripción de su discurso en su blog cuando su intervención se hizo pública.

Carmen González Enríquez, investigadora principal del Real Instituto Elcano.

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