El desembarco de la Inteligencia Artificial en nuestras vidas, en nuestro trabajo, en nuestra diversión, etc. es una de las transformaciones culturales o tecnológicas que estamos percibiendo con mayor velocidad. Como todo, tiene sus cosas buenas y otras más discutibles. Voy a hablarles aquí de estas últimas y desde mi experiencia en la Universidad, con dos perspectivas: como docente y como investigador. Verán que no son descubrimientos sorprendentes ni originales… pero considero urgente repetirlos, para mi propia reflexión y para conversar con ustedes.
En la enseñanza, hay un aspecto que me preocupa: la pérdida de la capacidad de escribir, redactar ideas, construir un argumento. Empieza a ser frecuente que los alumnos ya no respondan con sus propias palabras a las tareas que les encomendamos: se nota enseguida que han obtenido la respuesta de algún ChatGPT, que los programas ‘antiplagio’ no detectan, precisamente porque en eso consiste la habilidad del Chat. Hasta ayer era relativamente sencillo descubrir frases o párrafos copiados de otros autores (¡qué les voy a decir de nuevo sobre este asunto!); una mala práctica, pero con solución razonable por medio de las citas entrecomilladas, que sí respetan esa propiedad de las ideas ajenas. Ahora es imposible.
Y a este problema de la autoría se une la pérdida de la competencia lingüística a la que me refiero (mis compañeros de literatura, comunicación, periodismo, etc. seguro que pueden explicar esta idea mil veces mejor). Los alumnos no aprenden a redactar, porque casi no hay forma de conseguir que lo hagan por ellos mismos. La diferencia entre los trabajos presentados en clase y los exámenes escritos es abismal: como profesor, la única solución que se me ocurre para este problema es volver al papel y bolígrafo en el aula. Algo muy complicado, con estudiantes que vienen a clase solamente con su tablet o portátil, porque vivimos bajo el imperio de las aplicaciones y portales virtuales para la enseñanza. Claro, pensar en exámenes orales resulta una hazaña heroica (seguramente, además, sospechosa de más de una transgresión woke).
Sin abandonar este aspecto de la docencia, quería añadir otra consideración relativa a la pérdida del espíritu crítico entre nuestros alumnos. La IA les resuelve el problema de redactar conclusiones sin pararse a reflexionar sobre ello: no revisan los argumentos de sus tareas, porque resultan aparentemente indiscutibles con ese lenguaje –repito– imposible para un joven veinteañero. Claro, como el Chat GPT revisa toda la documentación, ellos tampoco necesitan leer (esta idea es de mi buen amigo Javier Camacho) ni cribar la razonabilidad de las diferentes posturas respecto a un problema, la consistencia de los autores, la actualización bibliográfica, etc.
En el otro campo que señalaba, la investigación académica, ocurren situaciones similares. Los autores ya no necesitamos revisar la literatura sobre un tema, porque eso lo hacen buscadores de IA cada vez más sofisticados. Otro compañero, Asaf Levi, me explicaba cómo había introducido decenas de artículos sobre un tema, y en cuestión de segundos tenía un perfecto análisis de la bibliografía… ¡sin necesidad de haberse leído ninguno de los trabajos!
¿Es este el futuro que queremos para la Universidad?
Al ya corrupto y mafioso (exagero un poco, solo un poco, los adjetivos) sistema de acreditación por publicar en revistas indexadas, se añade ahora esa puntilla final para terminar con cualquier incentivo al estudio y al progreso intelectual. En adelante, los académicos con más publicaciones van a ser los mejores expertos en IA… y los más ignorantes en sus respectivas materias. Lamentable, pero aquí nos está llevando ese tándem perverso.
Como solución final a tantos males que les he escrito, propongo una «vuelta a la palabra». Regresar a los exámenes y exposiciones orales, a las comunicaciones en congresos sin leer el texto (ojo: ¡y sin presentación PPT, por favor!). Recuperemos el arte de la Retórica. Porque la alternativa, algo apocalíptica –lo reconozco–, será la vuelta a la tradición oral, cuando salte por los aires una IA descontrolada tanto en la enseñanza como en la investigación. Regresar al tiempo de las leyendas, las sagas, las historias familiares, las conversaciones al calor del fuego como en las que nuestros antepasados transmitieron su saber durante cientos y miles de años.
León M. Gómez Rivas es catedrático de Ética y Pensamiento Económico en la Universidad Europea de Madrid.