Me alegré cuando en la primavera del 2001 Juan José Ibarretxe derrotó a Jaime Mayor Oreja, apoyado por los socialistas de Nicolás Redondo, en las elecciones vascas. Tras la mayoría absoluta del 2000, José María Aznar se creía ungido por Dios y lo quería controlar todo, desde diarios y televisiones hasta los gobiernos de las autonomías históricas. Los españoles le dieron mayoría absoluta en el 2000 porque, con la ayuda de Jordi Pujol, había gobernado cuatro años desde posiciones templadas. Y porque el PSOE tenía crisis de posgobierno. En la legislatura 1996-2000 sufrió cuatro liderazgos: el Felipe González de la dulce derrota; el de Joaquín Almunia heredero; el iconoclasta Josep Borrell tras el vendaval de las primarias, y, de nuevo, un resignado Almunia que desempeñaba su papel. Ibarretxe fue entonces el primero que frenó la colonización aznarista de la democracia española. Y muchos lo recordamos.
Creo también que el PNV es un partido sustancial en la conformación de una España plural que reconozca el papel de las nacionalidades históricas, a las que se refiere la Constitución al distinguir entre nacionalidades y regiones.
Pero el plan Ibarretxe-1, presentado sin consensuarlo con ninguno de los dos grandes partidos españoles --que representan a más del 40% del electorado vasco-- fue un error. Y el plan Ibarretxe-2, con su curiosa propuesta de dos consultas, es más un desvarío que un desafío, como ha dicho la vicepresidenta Fernández de la Vega.
Ibarretxe acierta cuando afirma que ETA no puede tener el interruptor del diálogo entre Madrid y las fuerzas vascas. Por ello, Euskadi estuvo gobernado muchos años por una coalición PNV-PSOE en la etapa del lendakari Ardanza, cuando se firmaron los pactos de Ajuria Enea (con el PP incluido), que abrían la posibilidad de un nuevo marco legal en Euskadi si cesaba la violencia.
Pero cambiar el marco legal de Euskadi es una asignatura compleja. El fin de la violencia de ETA sería importante, pero se necesitan, además, mayorías sociales y políticas amplias. Como repetía el dimisionario presidente del PNV, Josu Jon Imaz, se precisa un clima de confianza, en el que una exigua mayoría nacionalista, de poco más del 50%, no pretenda imponer su criterio. Y en el que los partidos españoles renuncien también a vetar el consenso alcanzado en Euskadi. Es la formula del "no imponer, no impedir". Por ello, por encima de consideraciones jurídicas, el Gobierno minoritario de Ibarretxe, que necesita los votos del PSOE para aprobar el presupuesto, no puede imponer un plan Ibarretxe-2 que consista en la celebración de dos consultas, vinculantes o no, que se centren en el derecho de los vascos a decidir su futuro. Es más, Ibarretxe no tiene la mayoría necesaria en el Parlamento vasco para sacar adelante las consultas. A no ser que recurra a los votos (no seguros) del Partido Comunista de las Tierras Vascas. Al visto bueno de ETA. Necesitaría entonces también el tan criticado interruptor.
Pero es que sería difícil celebrar las consultas. No solo por motivos legales y la oposición del Gobierno de Madrid, sino porque el PP y el PSOE --opuestos ambos a dos consultas decididas unilateralmente-- tienen el control de muchos ayuntamientos vascos (para empezar, el de Donostia y el de Vitoria, dos de las tres capitales vascas), y la mayoría de la Diputación Foral de Álava.
Además, la consulta es una iniciativa de Ibarretxe que tiene el apoyo de solo una parte, quizá no mayoritaria, del PNV. Imaz buscaba consensos transversales. Y el presidente que se perfila, Iñigo Urkullu, defiende la propuesta de Ibarretxe más como un abogado que como un político. Y al hombre del PNV que tiene el cargo de elección más relevante después del lendakari, el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, le faltaron minutos para, el primer día laborable tras la propuesta, censurar la consulta de Ibarretxe y vaticinar que no se iba a celebrar. Y nadie ha llamado al orden a Azkuna.
Y es que el PNV es un partido de gobierno. Su primer objetivo es obtener un resultado electoral que permita seguir gobernando. Y el plan Ibarretxe-2 tiene demasiados riesgos. En el 2004, Ibarretxe pensó que su plan era un magnífico reclamo electoral, sobre todo si Madrid lo rechazaba. Pero no fue así. El Congreso, con los votos del PP y del PSOE, lo rechazó a principios del 2005. Y en las elecciones de la siguiente primavera, Ibarretxe, que obtuvo un gran triunfo contra Aznar en el 2001, perdió 140.000 votos y un 4% del electorado. Ahora ha de gobernar en minoría y recurrir a Patxi López para aprobar los presupuestos.
Y los resultados podrían ser todavía peores si en las próximas elecciones enarbola una consulta, aprobada con los votos del PCTV, como un nuevo enfrentamiento con Madrid. Muchos ciudadanos vascos se inclinan por votar al PNV, pero saben que el progreso de su nación, que fiscalmente ya es casi independiente, depende más del clima de confianza entre los vascos que de una agria batalla entre dos mitades muy igualadas de la ciudadanía. Y tienen horror a que des- empaten quienes no condenan las pistolas como arma política.
Ibarretxe es nacionalista y quiere cumplir su palabra de celebrar la consulta. Pero ¿qué pretende en esta huida hacia adelante que da munición a los que pregonan que España se rompe?
Joan Tapia, periodista.