Iberoamérica: construir desde la educación, la cultura y la ciencia

En los últimos años, en Iberoamérica han convivido, en ocasiones con disensos políticos, dos bloques que se identificaban por la ubicación geográfica de las naciones que los conformaban: la Iberoamérica liberal del Pacífico y, la que algunos titulaban como progresista o bolivariana, del Atlántico. Pues bien, la salida de la última crisis económica, penúltima para algunos países en los que el colapso de sus economías se reproduce con precisión cíclica, ha puesto en evidencia algunos hechos notables. Según la Comisión Económica para América Latina de Naciones Unidas (Cepal), entre 2002 y 2014 se redujo la pobreza en la región desde el 44,5% al 27,8%, disminución que ha registrado una evolución similar en el caso de la pobreza extrema. Como balance de ese periodo, podemos afirmar que la clase media ha aumentado de manera notable en nuestra región, y lo ha hecho en países con democracias consolidadas en los que la inversión social, a pesar de algunos ajustes, no solo mantiene su peso en el total del gasto público, sino que incrementa su participación en el conjunto del PIB.

Podríamos ser optimistas, pero la insatisfacción social crece. El flagelo de la corrupción, los altos niveles de inseguridad y violencia, la precariedad en el empleo, la volatilidad de la economía y los recelos hacia los políticos, entre otros aspectos más, producen desconfianza y desafección frente a las democracias y sus instituciones. Estos sentimientos se traducen en una baja participación en la vida política, sobre todo en una nueva clase media, aún pequeña e inestable -en palabras del expresidente chileno Ricardo Lagos- que es presa fácil de la demagogia y de las políticas populistas que seducen haciendo creer que existen rápidos atajos para alcanzar mayores niveles de desarrollo económico y social. La experiencia demuestra que no hay atajos, lo que realmente hay son trampas.

Esto ocurre en un tiempo en el que las organizaciones políticas cuyos fines eran la integración iberoamericana casi han desaparecido, como son los casos de Unasur o Alba, o sobreviven ocupándose de temas más comerciales que de políticas de integración regional. El asunto es grave, no solo por la renuncia a uno de los principios políticos que inspiraron la creación de las repúblicas americanas sino, también, porque nuestro desarrollo pasa de manera indefectible por tener voz propia como región, competir juntos en una economía global y consolidar el concepto de ciudadanía iberoamericana a partir de identidades culturales e históricas, intereses compartidos y marcos confiables de reconocimiento de derechos, saberes y oportunidades.

Vivimos un momento histórico en el que la cooperación y la educación garantizan soluciones viables y eficaces ante este gran reto. La cooperación, especialmente sur-sur, multilateral y orientada a asuntos estructurales y estratégicos, como son la educación y la cultura, fortalece la dimensión regional y asegura mayores niveles de eficacia, mejor aun si reduce su excesiva burocratización y abandona cansinas retóricas y huecas declaraciones que generan más desconfianzas que compromisos y que disuaden a posibles aliados.

La educación y la cultura han demostrado ser estrategias imprescindibles para la reducción de la desigualdad, para fortalecer las capacidades de esa nueva clase media y evitar sus frustraciones y ofrecer mejores oportunidades de vida para todos. Con más razón cuando nos encontramos frente a la incertidumbre que están produciendo en nuestras sociedades y sistemas educativos la sociedad digital y el desarrollo de la inteligencia artificial que ofrecen posibilidades de crecimiento, así como nuevos riesgos de desigualdad interna y frente a otras regiones.

Quizás el caso de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) tiene una significación especial. Hoy es un referente regional, no solo por su dilatada historia con sus 70 años de existencia, sino por su incesante crecimiento con oficinas en la práctica totalidad de los países, con cientos de proyectos operativos en ejecución en todo el continente, estrecha relación con otras organizaciones internacionales, gobiernos y entidades de la sociedad civil y, lo que hoy es clave: es una organización del sur y para el sur, arraigada y apropiada por los países americanos, quienes aportan ya casi el 99% de su actividad presupuestaria y programática.

Iberoamérica, la región más diversa y rica del mundo, no obstante incertidumbres coyunturales tiene un gran futuro por delante en un mundo globalizado. Para ello es necesario seguir apostando por la integración; estrategia en la que la OEI, organización que es ya una seña de identidad iberoamericana, va a seguir trabajando a través de los ejes vertebradores más sólidos y compartidos: la educación, la ciencia y la cultura.

Mariano Jabonero es Secretario General de la Organización de Estados Iberoamericanos.

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