Iberoamérica existe

Si se introduce en Google el término “Asociación Iberoamericana” aparecen más de 3.190.000 entradas. Es un ejemplo algo banal pero muy gráfico de la importancia de lo iberoamericano. Existe una realidad iberoamericana que subyace a la formulación política de la comunidad iberoamericana que desde 1991 hemos construido sobre el esquema de las cumbres iberoamericanas y de la Conferencia iberoamericana. Nuestras empresas, sociedades civiles, sindicatos, universidades, gremios profesionales, periodistas, entre otros muchos, se encuentran e identifican en lo iberoamericano. También nuestros ciudadanos, con un entramado de relaciones sociales y familiares de una intensidad que raramente se encuentra en otras zonas del mundo, conforman ese sustrato tangible, esa realidad irrenunciable por encima de las visiones ideológicas o de las interpretaciones de la historia.

Es cierto que América Latina necesita menos a España y Portugal para relacionarse con la UE o para canalizar cooperación e inversiones de lo que necesitaba a estos países en 1991, cuando arrancaron las Cumbres. América Latina ha conseguido un marco estable de relaciones con la UE, de contenido y calado, en el que México, Chile, Centroamérica, Colombia y Perú cuentan con acuerdos de libre comercio que incluyen mecanismos de diálogo político y cooperación. También es muy positivo ver hoy cómo la mayoría de los países en América latina han experimentado un desarrollo económico muy notable. Por último, el flujo de las inversiones ya no es sólo Este-Oeste y el surgimiento de fenómenos como las multilatinas, empresas latinoamericanas con capacidad inversora internacional, y la aparición de nuevos competidores en países como China, Corea, Rusia o India hacen que los países latinoamericanos sean menos dependientes de las inversiones españolas.

Pero lo mismo cabría decir de la relación inversa. España necesita menos a Iberoamérica que en 1991. Hemos profundizado extraordinariamente nuestras relaciones con la UE y sus Estados miembros, hemos acentuado nuestra presencia en Rusia y las repúblicas caucásicas, hemos desarrollado planes en Asia y en África para acrecentar nuestras relaciones políticas, comerciales y de cooperación con numerosos países en ambos continentes. Con ser muy importante la inversión española en América Latina, desde hace diez años, más del 70% de nuestras inversiones se dirige a Europa y a Estados Unidos.

Pero los datos anteriores no desdicen la realidad iberoamericana, sólo indican que dicha realidad no se agota en sí misma. Como reza el título de este artículo, Iberoamérica existe, y nosotros, España, formamos parte de ella. Hemos desarrollado unas relaciones bilaterales intensísimas con los países latinoamericanos que no tienen parangón con ningún otro. A los componentes tradicionales de nuestras relaciones se unen los nuevos flujos migratorios, en ambos sentidos, que dan un carácter y una profundidad antes desconocida a esos vínculos. Más de un millón y medio de latinoamericanos residen legalmente en España, a los que hay que añadir más de 500.000 que han adquirido la nacionalidad española por residencia. Por otro lado, más de la mitad de los españoles que viven en el exterior, residen en un país latinoamericano (más de un millón). El stock de inversiones de España en América Latina asciende a unos 130.000 millones de euros y supone más del 12% de nuestro PIB. Sí, Iberoamérica existe. Una Iberoamérica que se impone en su diversidad de facetas pero en cuyo fondo late una expresión de identidad común, que tiene sus mejores manifestaciones en un espacio cultural compartido, sobre cuya base caminamos para hacer comunes otros espacios: el del conocimiento, la educación, la ciencia y la innovación tecnológica.

Pero, además, esa realidad iberoamericana tiene, queramos o no, una traducción política. Y esa dimensión, que en ningún caso pretende competir ni suplantar a América Latina y a sus mecanismos de articulación política, fue la que permitió que en su día Cuba, que no participaba en ningún foro regional, pudiera hacer oír su voz entre los pares de su región. Y es esa dimensión política la que hoy nos obliga a articular un mecanismo renovado en el que necesariamente el formato y el contenido de las Cumbres deben ser revisados porque ya no se ajustan a estas nuevas realidades.

Precisamente para eso se han aprobado algunas medidas en Panamá que incluyen la bienalidad, la alternancia con las cumbres UE-CELAC y el mandato a la SEGIB para una mayor coordinación con la UE, por un lado, y con la CELAC, por otro; un reparto más equilibrado de la carga financiera entre la península ibérica y América; la integración de los diferentes organismos iberoamericanos bajo la batuta de la SEGIB y la sustitución de las pesadas declaraciones por un documento más ágil que refleje los contenidos de las discusiones entre los Jefes de Estado.

El éxito o el fracaso de la Cumbre se mide siempre en función del número de asistentes. Ello obvia unas realidades innegables como que todos los países asisten y están representados en la Cumbre y que las Cumbres son un hito más de un proceso intenso de reuniones ministeriales, foros y seminarios que van ampliando y consolidando el acervo iberoamericano. En la próxima Cumbre de Veracruz se pondrán en práctica las reformas adoptadas y se aprobarán otras nuevas que agilicen el formato de las Cumbres, concentren los esfuerzos de la SEGIB y de la Conferencia Iberoamericana en los temas ya identificados en Panamá, se adecue en consecuencia la estructura orgánica de la SEGIB, se integren los diferentes organismos iberoamericanos y, en definitiva, nos dotemos de un mecanismo más atractivo y acorde con los nuevos tiempos, respondiendo así a la necesidad de actualizar el marco jurídico y político de la realidad iberoamericana.

Jesús Gracia es Secretario de Estado de Cooperación Internacional y para Iberoamérica (SECIPI).

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