Idus de marzo

Dirigida a Julio César por un adivino al inicio de la obra, se trata de la admonición tal vez más conocida de todo el teatro inglés: "Beware the ides of March!", "¡Guárdate de los idus de marzo!". Julio César no le hace caso, como se sabe. Cuando llega la fecha fatal, se le cruza otra vez en el camino el agorero. "Ya han llegado los idus de marzo", le espeta retador el emperador, como diciendo "y ya ves, no ha pasado nada". "Sí, César, han llegado --contesta el augur--, pero, ¡ay!, todavía no se han ido". Unos segundos después Bruto y sus secuaces llevan a cabo el vil asesinato.

Es difícil no tener presente la magna tragedia shakespeariana en estos momentos de extraordinaria gravedad en los que, dentro de nada, los españoles van a decidir sobre el futuro inmediato de su país. ¿Momentos de extraordinaria gravedad? No tengo la menor duda. La vuelta al poder del PP, no probable pero posible --si los electores que aún dudan deciden no votar--, sería la postergación, una vez más, de la gran España socialmente avanzada. Ya lo ratifican abiertamente Mariano Rajoy y los suyos. Sabemos lo que nos espera si triunfan. Para mí hay cinco grandes áreas de especial preocupación.

LA MENTIRA DE ATOCHA. Después de su cuatrienio en la nunca esperada oposición, el PP sigue instalado en la mentira contumaz y se niega tercamente a admitir que trató de engañar al país a raíz del atroz atentado de los trenes. El espectáculo ha sido lamentable: cuatro años sin aceptar la legitimidad de la derrota y con la única política de meter cizaña. Si el PP gana estas elecciones, es difícil imaginar que rectifique nunca. La única esperanza de que el partido purgue su error es que se vea forzado a pasar otra legislatura (como mínimo) en la oposición, con un nuevo liderazgo más progresista.

LA JERARQUÍA CATÓLICA. Los socialistas han tratado con respeto a estos señores poseedores de la verdad eterna y dueños de una radio vergonzante. Sin embargo, los obispos no dejan de quejarse y de crispar. Es evidente que todavía no han asumido que España es hoy un Estado laico y que lo va a seguir siendo. Prometieron hace años autofinanciarse, pero siguen dependiendo de los contribuyentes, seamos católicos o no. Si el PP gana, es de prever que les conceda aún más facilidades. Si prevalece el PSOE, habrá que ponerles en su sitio, que es atender a las necesidades espirituales de sus fieles y dejar de inmiscuirse en política. ¿Será necesario revisar el acuerdo económico y hasta la relación con el Vaticano? Tal vez. Si España tuviera una jerarquía como la francesa, la paz estaría asegurada. Con la que hay --y, presumiblemente, la que viene--, una entente cordiale es casi imposible lograrla.

EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA. La Iglesia y el partido político de su preferencia rechazan tajantemente la nueva asignatura, y, de ganar el PP, se encargará, dice, de enviarle al garete. Y es que, si los esencialistas no aceptan la separación de Estado e Iglesia, la desaparición de la religión como asignatura evaluable les revuelve las tripas, y cualquier alternativa se les aparece nefasta. A la vista de los arraigados comportamientos incívicos de muchos ciudadanos, la necesidad de la nueva asignatura está más que demostrada. Existe en otros muchos países europeos. Bien impartida, con creatividad, podría influir de manera permanente en la vida de los futuros españoles y en la calidad de su convivencia. Pero el PP y los obispos la rechazan de plano. Me parece un craso error.

LOS HOMOSEXUALES. A este servidor le produce orgullo vivir en un país que, notoriamente brutal en el pasado con los homosexuales, tiene hoy una de las legislaciones más avanzadas del mundo en materia de derechos de los gais. Pero a los del PP no les hace gracia alguna. Dicen que lo único que rechazan es el nombre dado a la unión, y que se debería reservar la palabra matrimonio para los tradicionales enlaces heterosexuales. Pero hay mucho más. Si gana el PP, no sería sorprendente que los homosexuales viesen mermadas sus libertades recién adquiridas.

XENOFOBIA. "Detrás de cada inmigrante hay un ser humano", acaba de señalar Rodríguez Zapatero. Claro que lo hay, y no debería ser necesario decirlo. Recuerdo muy bien los malos tiempos en Gran Bretaña cuando aquel siniestro tory Enoch Powell, portavoz de la xenofobia de entonces, despotricaba contra los inmigrantes e incluso propuso que se les pagara para volver a sus países de origen. Eran en su mayoría ciudadanos de la tan cacareada y democrática Commonwealth británica, pero el hecho de ser súbditos de la reina no les daba el derecho automático de instalarse en la madre patria. ¿Quiénes se creían? El PP está ahora propalando lo de España para los españoles, con el subyacente mensaje de desprecio hacia quienes llegan de fuera. Rajoy hasta quiere que firmen un documento diciendo que respetarán "las costumbres españolas". Pero la verdad es que, sin inmigrantes, el país ya no funcionaría. Fomentar la xenofobia para fines electorales es una ruindad.

Quiero creer que una mayoría suficiente impedirá el próximo domingo que venga otra vez el lobo a amargarnos la fiesta. Si no, nos esperan --y no hace falta ser ningún adivino-- tiempos aciagos.

Ian Gibson, escritor.