Iglesias, el chamán de los apolíticos

A pocas semanas del 26-J, parece claro que los resultados van a confirmar la transformación de nuestro sistema de partidos. De un bipartidismo con aderezos nacionalistas hemos pasado a un sistema de cuatro partidos estatales sin que los nacionalistas hayan perdido fuerza. El bipartidismo podría volver pero no será el escenario de formación del próximo gobierno.

¿Cómo han pasado PP y PSOE de repartirse el 80% de los votos elección tras elección a tener que conformarse con el 50%? La explicación más repetida atribuye la crisis del bipartidismo a la situación económica y a la corrupción. Los ciudadanos, acosados por el paro y el deterioro de los servicios públicos, se negarían a tolerar el gobierno de los de siempre, que además de ineficaces son corruptos.

Es obvio que la credibilidad de los dos grandes partidos está en números rojos. Y así seguirá mientras el imaginario colectivo los asocie a Bárcenas, Barberá, Chaves o Griñán. Al margen de responsabilidades penales, PP y PSOE han perdido la batalla de la imagen. Hasta sus tótems González y Aznar son irrecuperables para la causa.

Sin embargo, nuestra historia reciente está cargada de crisis económica y corrupción sin que ello hiciera tambalear al bipartidismo. A principios de los noventa los titulares se llenaban de paro, fondos reservados y terrorismo de estado. Nada fue suficiente para amenazar la hegemonía bipartidista. El 15-M fue una explosión de indignación sin precedentes pero a los seis meses el PP arrasaba con una sobrada mayoría absoluta y se repartía más del 73% de los votos con el PSOE.

La crisis económica y la corrupción son factores coadyuvantes, incluso necesarios, pero nunca suficientes para explicar el cambio del mapa político español. Quien realmente rompió el duopolio fue Podemos. Con gran habilidad y muchos minutos de televisión, Iglesias y los suyos han creado de la nada un partido que en dos años ya tiene posibilidades de tocar gobierno. La genialidad de Podemos consiste en haber sabido conquistar al votante moderno sin ahuyentar al clásico.

Podemos se mueve como pez en el agua entre los menores de 40 años, muchos de ellos votantes modernos, desconectados de la política y alejados de las ideologías. La paradoja es que un grupo de profesores fuertemente ideologizados haya pescado también entre los sectores menos ideologizados de la población.

Podemos fue desde el principio una Izquierda Unida remasterizada. El votante clásico lo vio y decidió subirse al carro o no. Para atraer al votante moderno, alejado del discurso y estética postcomunistas, hizo falta un envoltorio más original, la lucha del pueblo contra la casta, los de abajo contra los de arriba. Este manual político de Barrio Sésamo es perfecto para la televisión y les ha dado un gran resultado.

Podemos es ahora un imán de votantes clásicos de izquierda pero también de votantes modernos. La necesidad de atraerles explica que, contra toda evidencia, se hayan empeñado en definirse como un movimiento transversal, ni de izquierda ni de derecha. Y ahora que los han convencido no quieren arriesgarse a perderlos. Por eso exigen a Izquierda Unida que no haga ostentación comunista ni republicana en los mítines conjuntos.

La capacidad para atraer tanto a votantes clásicos como a modernos distingue a Podemos de sus tres adversarios. El PP sólo puede apostar por el votante clásico, a quien le advierte del peligro de un gobierno de extrema izquierda y se le ofrece como única alternativa.

Ciudadanos ha creado un discurso propio, casi de la nada, dirigido a votantes clásicos y modernos. A los modernos les intenta convencer con propuestas argumentadas, adornadas con cifras y fuera de la dialéctica izquierda-derecha. Su principal dificultad es el votante clásico, que no entiende qué es Ciudadanos. A pesar de lo que venden sus críticos, Ciudadanos no es la marca blanca del PP y precisamente por ello ahora corre el riesgo de perder votantes clásicos temerosos de la extrema izquierda.

El PSOE es quien lo tiene más difícil en términos de posicionamiento: el votante clásico de izquierdas se siente ahora atraído por Podemos, que es la fuerza en ascenso; y el votante moderno tiene dificultades para identificarse con un partido al que ve más pasado que futuro. Los movimientos encaminados a gustar a unos pueden ahuyentar a los otros.

El gran éxito de Podemos es haber conseguido el apoyo de votantes modernos que nunca habrían votado a Izquierda Unida, a pesar de tener un programa muy similar. Pablo Iglesias, el líder más ideologizado desde la retirada de su admirado Julio Anguita, ha triunfado como el gran chamán de los apolíticos. Podemos atrae a mucha gente con ideología pero si asalta el cielo el día 26 habrá sido por su capacidad para atraer a los que nunca la tuvieron.

José Díez Verdejo es máster en políticas públicas por la London School of Economics y máster en política europea por la Université libre de Bruxelles.

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