Iglesias quería irse y Sánchez que se fuera: los dos se quedan contentos

Pablo Iglesias quería irse del Gobierno y Pedro Sánchez quería que se fuera. A los dos les viene muy bien la salida del vicepresidente segundo.

Al socialista, para remodelar su Gobierno. Al marxista, para escapar de la jaula en la que descendía hacia los infiernos de la desaparición política.

La convocatoria electoral en Madrid ha propiciado la jugada de billar. Iglesias coloca para el futuro a Yolanda Díaz, la ministra de Unidas Podemos con mejor imagen. Hubiera sido imposible plantear su sustitución por Irene Montero. La anormalidad de un matrimonio en la mesa del Consejo de Ministros queda resuelta.

De paso, la salida de Iglesias del Gobierno le da a Sánchez y a la parte más liberal de su equipo, con la vicepresidenta Nadia Calviño a la cabeza, mayor margen de negociación con la exigente Europa, con el BCE, con el FMI y con resto de socios de la UE.

También desaparece el problema provocado por la presencia de Iglesias en los entornos del CNI y los servicios de inteligencia. Otro problema resuelto.

Haya tomado la decisión de forma rápida, o tras un largo proceso de reflexión en el que habrán tenido su importancia las encuestas, lo innegable es que Pablo Iglesias se ha convertido en el eje de la oposición a Isabel Díaz Ayuso y al PP, muy por encima de Ángel Gabilondo y de sus antiguos compañeros de Más Madrid.

En 2019, su examigo y compañero Íñigo Errejón consiguió 20 escaños en la Asamblea, mientras que la candidatura de Unidas Podemos se quedaba en siete. Razón más que suficiente para que el primer llamamiento del nuevo candidato haya sido hacia ese espacio del electorado.

Es parte esencial de su propia salvación como líder político. Algo de lo que, con casi total seguridad, es consciente Iglesias.

La sorpresa ha sido para el resto de partidos, que no esperaban una reacción de este tipo por parte del vicepresidente segundo. Sin riesgo, no hay premio.

Para Iglesias, evitar el desplome de Podemos es ya una victoria. Si, además, supera los 179.000 votos y los siete escaños que logró Isa Serra, podrá intentar un resurgir de la coalición que se quedó en 35 asientos en el Congreso tras haber acariciado el ansiado (e imposible) sorpaso sobre el PSOE.

La política nacional está cambiando muy rápido. En esta España de 17 gobiernos y 17 territorios, tan inestable como necesitada de Europa, ya se ha demostrado que no existen barreras y que los terremotos en cualquiera de las partes afectan de forma inmediata al resto.

Ocurrió primero en Andalucía, gracias a Vox, con la salida del PSOE del poder cuando nadie lo esperaba y, menos que nadie, Susana Díaz.

Ha seguido con los resultados independentistas en Cataluña, a la espera del futuro Gobierno de Pere Aragonès.

Y ha explotado con el culebrón de Murcia (no se espera que ocurra mucho en Castilla y León) hasta llegar a Madrid. El centro de todo.

Ayuso consiguió lo inesperado, al igual que el alcalde José Luis Martínez-Almeida. Los dos eran opciones pensadas para perder, porque se preveía un triunfo de las izquierdas.

Los dos han demostrado que tienen recorrido y futuro político. Tanto por sus méritos como por la falta de alternativa en la oposición.

Lo más probable es que el PP consiga la victoria que no tuvo en 2019 y que, con ayuda de Vox (que exigirá entrar en el Gobierno y no quedarse de mero espectador), mantenga los sillones de la Puerta del Sol.

Ese escenario lo tiene que tener presente el candidato Iglesias. Pero es el menor de sus problemas si piensa en su propio futuro. Y en el de Irene Montero.

Raúl Heras es periodista.

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