Ignorancias mutuas

El presidente de la Generalitat actúa, casi a todos los efectos, como si fuera el jefe de Estado de Catalunya, sin tener que rendir cuentas a nadie que no sean los ciudadanos catalanes. No se siente como el representante del Estado en Catalunya, sino como el máximo responsable de un Estado propio. Mariano Rajoy, por su parte, ignora las pretensiones de Mas y actúa como si el conflicto con Catalunya pudiera resolverse con un golpe de ley o con una sentencia del Tribunal Constitucional. Viajó a Barcelona el pasado sábado y no consta que propiciara una iniciativa para el encuentro de los dos presidentes.

No es un choque de trenes con vagones tumbados fuera de la vía y ambulancias socorriendo a las víctimas del siniestro. Es, simplemente, un recorrido ferroviario en el que no hay estaciones comunes y, por lo tanto, es imposible un encuentro para discutir aunque sea la reafirmación de que una ruptura es inevitable.

Esta situación es insostenible a largo plazo. Por dos razones: la primera porque más pronto que tarde se abrirán de nuevo las urnas autonómicas, municipales y generales, y ofrecerán el diagnóstico de la llamada voluntad general. La segunda es el peso que Europa va a tener en este conflicto que no quiere tener interlocutores.

Los calendarios tienen una gran relevancia. Todo parece indicar que los primeros escrutinios serán los autonómicos, ya sea en forma de lista unitaria, de tres listas soberanistas por separado, o como finalmente se decida. Las urnas hablarán y en la mayoría de los casos reflejarán una implosión inesperada. Son improbables las mayorías absolutas y será necesario volver al pacto entre distintas fuerzas para formar gobierno. El presupuesto presentado ayer por el conseller Mas-Colell entró cojo en el Parlament y tiene un incierto recorrido. Tanto en Madrid como en Barcelona, el panorama político dentro de un año puede cambiar radicalmente por el imperativo de las urnas.

Las primeras elecciones que se celebren despejarán muchas incógnitas y darán la medida de lo que puede ocurrir a lo largo del 2015, que se presenta como un año convulso. El poder que no sirve a una mayoría de ciudadanos es debilitado en las urnas con aquello de que la democracia no es para formar gobiernos sino para echarlos. El que se exponga primero a unas elecciones escuchará los pálpitos de sociedades abatidas, cansadas y con una rabia contenida por una situación económica y social que se prolonga desde hace demasiados años. La cuestión nacional es prioritaria para muchos, pero la precariedad social es igualmente importante para tantos otros. La causa nacional y la social no tienen necesariamente que ir juntas.

En todo caso, la cita inexorable se producirá en las elecciones municipales, y en muchos casos autonómicas, del mes de mayo. Se verá entonces si la mayoría absoluta de Mariano Rajoy sufrirá sólo una dentellada o bien recibirá un zarpazo irreparable que señalaría una corriente de fondo cara a las generales de otoño.

El Partido Popular ha entrado en aquel punto que señala la perdición de muchos gobiernos. Se trata de negar la realidad de los hechos que pueden llevar a muchos al reproche que don Quijote hace a Sancho: “Mira, no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas”. La quietud y el inmovilismo de Rajoy pueden ser una estrategia de Arriola y la corte de la Moncloa. Pero el suelo se está moviendo con sacudidas sísmicas alarmantes. No basta con calcular que Podemos va a fragmentar a la izquierda sino de saber hasta qué punto los populares vayan a retirarle su apoyo y, posiblemente, un buen número se pasen a Pablo Iglesias.

Todo este juego de ignorancias mutuas entre Rajoy y Mas es posible mantenerlo interinamente porque nos movemos bajo el paraguas de la UE. Sin este escudo de seguridad europeo, los acontecimientos se habrían precipitado de forma dramática hace ya unos meses. La interdependencia es un concepto clave en el funcionamiento de las instituciones europeas.

El presidente Rajoy recurre a Europa para que niegue cualquier posibilidad de secesión catalana. La UE viene a decir que no es un club de particulares sino de estados que defienden su integridad territorial. Y el president Mas, simplemente, no habla con ningún europeo de cierta relevancia política. Tampoco se producen visitas europeas de primer nivel a Catalunya.

Tal como están las cosas, la salida de esta confrontación política sólo puede venir a través de las urnas, que el año próximo se abrirán en dos ocasiones preceptivamente, y en el caso de Catalunya podemos asistir al fin de una nueva legislatura truncada, corta, que tendría mucho que ver con las concentraciones reivindicativas en las calles en tres Diadas consecutivas y en el simulacro de elecciones del 9 de noviembre.

Si las urnas no aclararan el panorama, lo cual sería un fracaso para todos, la Unión Europea podría ser la garantía para evitar una ruptura no pactada entre Madrid y Barcelona. Un conflicto mal cerrado en el sur de Europa se intentaría neutralizar por la comunidad internacional por motivos muy diversos. Esta situación de confrontación abierta entre Mas y Rajoy no puede durar indefinidamente. O intentan pactar una solución o tendrán que apartarse de la primera línea para que otros puedan llegar a un acuerdo pactado.

Lluís Foix

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