Igualdad de oportunidades e impulso a la digitalización

La celebración, el 8 de marzo, del Día Internacional de la Mujer convoca todos los años una serie de acontecimientos, artículos y declaraciones políticas de toda condición que, al ser por regla general coincidentes, podrían transmitir la impresión de que no han existido avances en esa materia a lo largo del tiempo. Nada más lejos de la realidad.

El anteriormente denominado Día de la Mujer Trabajadora se viene celebrando en España desde 1977, si bien es en los últimos 10 o 12 años cuando ha alcanzado una repercusión social significativa. En este período, particularmente desde 1977, apenas iniciada la transición a la democracia, se han ido sucediendo considerables avances a favor de la igualdad de género en multitud de ámbitos.

Podremos discutir sobre si esos cambios han llegado a la velocidad adecuada, si podrían haberse acelerado más con medidas mucho más correctivas o sí, a día de hoy, 45 años después, se han alcanzado la mayor parte de los objetivos perseguidos para lograr el equilibrio que toda sociedad moderna necesita para progresar.

Igualdad de oportunidades e impulso a la digitalizaciónLa respuesta es diferente en función de la perspectiva. Y es que el tiempo es relativo, y si para una joven apenas llegada a la mayoría de edad ese periodo es inabarcable y no acierta a entender la lentitud de tales cambios, para mujeres de mi generación, que sí hemos conocido periodos anteriores donde esa igualdad no existía y podemos compararlos con los actuales, los cambios habidos son de calado y muy relevantes.

Acelerar los cambios en materia de igualdad es, sin duda, posible. Y si hay voluntad para ello, todavía más. Pero hay diferentes maneras de afrontar los cambios y de conseguir que sucedan. Una de ellas es, como digo, forzar artificialmente que ocurran con propuestas en línea de lo que se ha dado en llamar «discriminación positiva», que al ser discriminatorias limitan la posibilidad de que sean también positivas. Y la otra forma es atacar los flancos y el entorno en donde esa situación de desigualdad se produce para generar las condiciones en las que esos cambios se desencadenen de manera natural y, como tal situación natural, sean aceptados sin fricciones y vistos con absoluta normalidad por la sociedad en su conjunto.

Y es que si la primera de las opciones puede llegar a generar disrupciones y saltos, que en ocasiones tienen el efecto perverso de desvirtuar su propósito, las segundas conforman esa «revolución silenciosa» que acaba consiguiendo posiblemente los mismos objetivos que con la fórmula anterior, pero con muchos menos recelos y mayores adhesiones.

El primer foco para atacar ese entorno al que me refiero es, sin duda, el de la igualdad de oportunidades en materia de educación, que es algo que debería propiciarse desde todas las instancias. Y no hablo solo de acceso a la educación, que, aunque puede ser algo imperioso en determinadas sociedades, en la nuestra está ya plenamente superado. Me refiero a igualdad en el acceso a cualquier tipo de educación, sin sesgos, sin discriminaciones y sin orientaciones, en donde unas disciplinas o materias o centros no tengan mayor peso o influencia para las niñas que para los niños, ni a la inversa.

Ganar la batalla de la igualdad en la enseñanza secundaria y en la universidad es un primer paso para ganar la igualdad en la capacitación para ejercer en el futuro cualquier tipo de profesión y escalar puestos directivos en todas las disciplinas, sin excepción. El resto del camino a recorrer siempre he creído, y sigo manteniendo, que era cuestión de tiempo.

Existe en la actualidad un debate, en ocasiones exasperado, sobre qué es y qué no es el feminismo. Aunque a veces este tipo de debates produzcan cierto rechazo, o la impresión de un gran despropósito, todo debate, si se hace con cierta serenidad, contribuye a aportar luz e ideas hacia el fin que estamos obligados a apoyar y fomentar: el de la igualdad de oportunidades y de derechos entre hombres y mujeres, una meta y un propósito en el que no concibo que haya persona alguna que no desee que se alcance.

Esa "igualdad positiva" a la que me refiero, que es primero igualitaria -es decir, que contempla el equilibrio- y que después y en consecuencia es también positiva, y que tan diferente es de las políticas discriminatorias, es la que desde siempre hemos practicado en Bankinter. Pues no en vano somos una entidad que ha hecho de la diversidad y de la diferenciación algunas de sus ventajas competitivas. Y estoy convencida de que esa apuesta por la diversidad e igualdad de oportunidades ha servido como polo de atracción del mejor y más diverso talento, en un círculo virtuoso en el que el banco ha salido favorecido, pues una empresa es más rica y más capaz cuanto más diversa sea la plantilla que la compone, y cuanto mejor refleja la diversidad que hay en su entorno.

Nuestra entidad cuenta con una plantilla equilibrada desde hace décadas, algo difícil en un sector tan masculinizado como el financiero, y esa diversidad se reproduce y se refleja en todos sus niveles y órganos de dirección, dando como resultado una presencia de mujeres en el Consejo de Administración o en el Comité de Dirección del 45% y del 50%, respectivamente, cifras superiores a las recomendadas por las normas de buen gobierno y muy por encima del resto de grandes empresas.

El lema elegido este año por la ONU para el Día Internacional de la Mujer tiene un enfoque que considero actual y acertado: «Por un mundo digital inclusivo: Innovación y tecnología para la igualdad de género». Y es que la digitalización y el uso de la tecnología están generando enormes desigualdades. Se trata de un enemigo silencioso al que no prestamos excesiva atención, pero que poco a poco está forjando una sociedad a dos velocidades, con el riesgo de dejar relegadas de ella a amplias capas de la población. Lo hemos visto en el ámbito de la empresa, donde las compañías más pequeñas, con menos recursos y, por tanto, menor acceso a la digitalización, corren el riesgo de desaparecer, al contrario de startups con un enfoque totalmente distinto y que por ello atesoran un enorme potencial para despegar.

Lo hemos visto también en el ámbito de nuestros mayores, que por ese menor acceso a la capacitación digital corren el riesgo de quedar excluidos de una sociedad que avanza muy deprisa y en la que cualquier trámite o gestión, por pequeña y cotidiana que sea, requiere de unos mínimos conocimientos digitales.

La capacitación tecnológica y digital es una de nuestras asignaturas pendientes. Y urge corregir los desequilibrios que existen a ese respecto entre algunos colectivos sociales o empresariales. Y desgraciadamente el de las mujeres es uno de ellos. Una desigualdad en cuanto a habilidades digitales y acceso a la tecnología que deja atrás a las mujeres en un mundo donde lo digital va a ser cada vez más una variable excluyente. Es por ello que una educación digital entre las mujeres tiene tanta importancia para un futuro sostenible.

Y eso en Bankinter, una entidad que tiene en el uso eficiente de la tecnología una de sus características diferenciales, cobra una dimensión especial. Por eso consideramos esencial que se fomente el acceso de las mujeres a los estudios STEM, pues no es posible que, según datos del Ministerio de Ciencia e Innovación, las mujeres en estudios de máster en Ingeniería y Arquitectura representen el 32%, menos de la tercera parte; y que en estudios de doctorado en Informática e Ingeniería la cifra descienda a un 20%, confirmando una infrarrepresentación en ámbitos que van a determinar el futuro profesional en la próxima década.

En definitiva, ojalá este 8 de marzo sirva como punto de inflexión para una sociedad donde impere la igualdad de oportunidades en la base educativa, a partir de la cual se genere la misma igualdad en el acceso a todos los niveles profesionales y donde la digitalización se potencie entre todos los colectivos sociales, especialmente las mujeres, evitando así esa brecha que, en el mundo actual, supone un freno a la verdadera igualdad de género.

María Dolores Dancausa es consejera delegada de Bankinter.

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