Igualdad, diversidad

El feminismo y el cambio climático son dos temas que han ido ganando en protagonismo en la última década. Todavía les queda mucho recorrido pero ya forman parte del debate diario y la ciudadanía reclama soluciones urgentes y concretas.

El mismo proceso van a seguir los dos siguientes temas: la necesaria diversidad, fundamentalmente en el mundo laboral y el intelectual, y la lucha contra la desigualdad, tanto la económica, como la educativa, la legal, la tecnológica, la cultural, la sanitaria, la territorial y otras muchas.

Estamos en los comienzos de una nueva sociedad que se va a caracterizar por actitudes más críticas y más agresivas con las injusticias vigentes y sería poco responsable ignorar los riesgos que ello conlleva porque estas actitudes se van a ir polarizando con fuerza. Esta nueva sociedad va a tener además que afrontar problemas con índices de complejidad desconocidos que van a requerir comportamientos muy distintos a los habituales, comportamientos en donde habrá un espacio escaso para los dogmatismos y las intransigencias.

Va a ser además una sociedad laica, totalmente adicta a la tecnología, en busca permanente de nuevos valores morales que la dignifiquen. El debate ético cumplirá un papel decisivo pero no se alcanzarán propuestas válidas a corto plazo. Aunque no lo parezca, la eticidad de las conductas humanas admite, en estos tiempos, posiciones muy diversas y aún contradictorias.

Lo cierto es que sin diversidad y sin igualdad podríamos vivir climas de enfrentamiento social aún más graves y dramáticos que los que ya se están afrontando en muchos países del mundo y fundamentalmente en Iberoamérica, en donde además se está cuestionando el modelo democrático.

La diversidad va a ser una clave fascinante. Ninguno de los problemas que se van a plantear podría ser, no solo resuelto sino ni siquiera entendido, aplicando una sola óptica. El contraste -y si preciso la confrontación- entre opiniones científicas, legales, sociológicas, culturales y especialmente las del «hombre y la mujer de la calle», alrededor de una misma cuestión, enriquecerá nuestro conocimiento y podrá desvelar las vías a seguir para abordarla con sentido. Habrá, también que aceptar -sin resignación, con ánimo positivo-, que en un buen número de casos será preciso que nos acostumbremos a renunciar a soluciones completas y exactas y a convivir, por lo tanto, con dudas razonables. La tendencia latina y en concreto la española a poseer toda la verdad tendrá que moderarse al máximo y la tentación a la uniformidad de opiniones acabará desapareciendo como un factor tremendamente negativo en el desarrollo y la innovación. Cuanto más potenciemos la diversidad más sostenibilidad y movilidad social generaremos, y por ende, más creación de riqueza cultural y económica.

En el mundo anglosajón, la inclusión de minorías en todas las áreas de trabajo se ha convertido en una prioridad importante y se multiplican los estudios que analizan las dificultades visibles e invisibles que frenan este proceso. Como sucede en el caso de las mujeres, hay techos de cristal difíciles de detectar. Por su parte la desigualdad, conjuntamente con el tema migratorio, están influyendo decisivamente en los mapas políticos de casi todos los países, ya sean desarrollados o emergentes. La ciudadanía no acepta el crecimiento imparable de las desigualdades comenzando por la básica que es la económica en tanto en cuanto provoca, directa o indirectamente, todas las demás. La concentración del poder cada vez más en menos manos, ofende a la razón y a la justicia. Estamos en camino de volver a cifras de inequidad como las que soportaron nuestras sociedades en el proceso de las revoluciones industriales.

No podemos, en definitiva, poner en peligro de forma simultánea tanto el modelo económico como el democrático. Lo que hay que hacer es reconocer que los dos modelos necesitan una revisión y adaptación profundas a las circunstancias y a las realidades que imperan en este momento histórico. Un momento en el que la humanidad vive la incertidumbre con intensidad y tiene una cierta sensación de desamparo.

Hacen falta liderazgos más serenos, más confortables, menos pretenciosos que transmitan la convicción de que no es necesario resignarse ni renunciar a nuestros valores básicos ni menospreciar la condición humana. Estamos viviendo sin duda la revolución tecnocientífica más importante de la historia y tenemos que saber utilizarla en nuestro beneficio evitando su potencial capacidad disruptiva. No nos pueden cegar sus apariencias y sus tentaciones. Esta sociedad hiperconectada tiene que asumir una regulación legal y una vigilancia política que impidan abusos y manipulaciones que lleguen a afectar, por ejemplo, a derechos como la privacidad y la intimidad o permitan la generalización de falsedades y engaños. El riesgo a superar será el que plantea el distinto ritmo y la distinta velocidad que tienen, de un lado, el derecho y la justicia y de otro, los avances tecnológicos. Habrá que lograr acompasarlos para que la distancia no sea insalvable.

España ha demostrado a lo largo de muchos siglos su capacidad para la convivencia positiva y civilizada de distintas etnias y empieza a sensibilizarse en cuanto a los dramas de la desigualdad que están creciendo más que en otros países europeos. Al igual que en los Estados Unidos nuestras élites empresariales y financieras hablan ya con claridad de estos problemas y asumen su responsabilidad en la búsqueda de soluciones. Es este un signo especialmente positivo que debe ir acompañado de medidas concretas. Pongámonos de una vez a ello. Tienen que aparecer signos claros de cambio de actitud, y además con celeridad. Este sería, por ejemplo, un buen momento y a lo mejor no hay muchos otros. Los procesos de cambio, como el paso del tiempo, son imperceptibles, y en esta época el índice de aceleración crece sin cesar. Que no nos coja el toro. No tenemos barrera alguna. Hagamos algo mejor. Cojamos al toro por los cuernos. Es más fácil de lo que parece.

Podemos volver a ser un ejemplo para el mundo. Somos una sociedad responsable y solidaria. Somos gente buena. Seamos también listos y pragmáticos.

Antonio Garrigues Walker es jurista.

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