¿Igualdad para todos?

El mes pasado, me invitaron a hablar en el York Festival of Ideas, un foro anual para debatir sobre objetivos políticos alternativos y predominante progresistas. Hablé acerca de mi trabajo sobre la estabilización de los precios de los activos. Andy Wood de la consultora Grant Thornton habló sobre el carácter de inclusión en los negocios, Neil McInroy del Center for Local and Economic Strategies presentó sus ideas sobre las formas locales de organización, y Ander Etxeberria de la Corporación Mondragon nos contó sobre sus cooperativas de propiedad de los empleados en el País Vasco. Pero, el tema más importante lo planteó la fascinante presentación de Wanda Wyporska sobre el principio de “igualdad para todos”.

Hoy en día pocos que se ubican políticamente a la izquierda o a la derecha abogarían activamente por la desigualdad para todos. Más bien, la división se da entre los conservadores que promueven la igualdad de oportunidades y los progresistas que promueven la igualdad de resultados. Esta es una distinción importante. Pero, sea cual sea su definición de igualdad, la pregunta más importante es cuál es la mejor manera de lograrla.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo adoptó el Sistema de Bretton Woods, según el cual los países mantenían tipos de cambio fijos frente al dólar, y el capital permanecía en gran medida inmóvil a nivel internacional. Cuando los turistas del Reino Unido viajaban a Francia, Italia o España, enfrentaban restricciones sobre cuántos francos, liras o pesetas podían comprar; y la inversión internacional se vio limitada por un sistema generalizado de controles de capital.

Con la descomposición del sistema de Bretton Woods en el año 1971, el mundo se embarcó en una nueva aventura audaz al adentrarse en la globalización. El resultado fue una reducción masiva de la desigualdad global, a medida que el capital fluía a lugares donde los niveles salariales eran una pequeña fracción de aquellos en las democracias occidentales. La teoría económica predice que cuando dos países participan en el comercio, ambos saldrán mejor. Pero no nos dice que cada habitante de esos dos países estará mejor. Por el contrario, predice que la globalización generará ganadores y perdedores, y décadas de experiencia lo han corroborado.

La liberalización de los mercados internacionales de capital ha sido inequívocamente buena para 800 millones de trabajadores chinos no calificados. Ha sido inequívocamente buena para los occidentales que obtienen sus ingresos principalmente del alquiler de su capital físico e intelectual al mejor postor. Pero, para los occidentales cuya principal fuente de ingresos es la venta de su mano de obra no calificada al mercado, la era de la globalización ha coincidido con décadas de estancamiento de salarios.

A pesar de que el Estado-Nación no es una institución perfecta, ha proporcionado a los partidos socialdemócratas occidentales las herramientas para mejorar las condiciones de vida de sus conciudadanos. Las democracias occidentales no siempre proporcionaron pensiones y atención médica a sus ciudadanos. Las leyes que rigen las condiciones de trabajo, que prohíben el trabajo infantil, brindan educación gratuita y otorgan el sufragio universal a todos los hombres y mujeres adultos no surgieron de la nada. Dichas leyes sobrevinieron como resultado de los movimientos de reforma y conflictos políticos – a menudo violentos – a lo largo de 200 años.

La liberalización de los controles de capital post-Bretton Woods, en ausencia de protecciones equivalentes para los trabajadores, condujo a resultados predecibles. Los sindicatos que durante mucho tiempo habían protegido los derechos de los trabajadores en los países occidentales perdieron su poder de negociación, y con ello su capacidad de negociar condiciones de trabajo más humanas y salarios más altos dentro de sus países.

Cuando los líderes de opinión de las democracias occidentales promueven el libre movimiento internacional de capitales, se podría decir que están promoviendo la causa de la igualdad global elevando los salarios de los trabajadores en los países en desarrollo. Pero, por supuesto, las elites occidentales también se benefician de salarios más altos y mayores ganancias cuando el capital intelectual y físico fluye a países de bajos salarios con protecciones laborales más débiles. Cuando promueven la globalización como un nivelador universal, generalmente no piensan tanto en el bienestar de los trabajadores chinos no calificados, sino que tienen más en mente su propio interés personal. Si los occidentales se benefician de los teléfonos celulares y artefactos electrónicos de consumo menos costosos que se fabrican en China y de los automóviles hechos en Corea del Sur, ¡tanto mejor!

Sin embargo, mientras que la globalización ha reducido la brecha entre los países ricos y pobres, la brecha entre los ricos y los pobres dentro de las democracias occidentales se ha ampliado, debido al estancamiento del crecimiento del ingreso medio. Los economistas no están de acuerdo sobre las causas de esta divergencia. Parte de esto probablemente se debe a las nuevas tecnologías que reemplazan cada vez más a los trabajadores que realizan tareas repetitivas. Pero, la investigación realizada por David H. Autor, académico de MIT y por otros halló que una gran parte de la creciente brecha de ingresos refleja una mayor competencia que proviene desde China.

Ese hallazgo presenta un dilema para aquellos que buscan promover la igualdad para todos. El mundo en su conjunto no es una democracia y es poco probable que se convierta en uno en el futuro previsible. Si los políticos de las democracias occidentales continúan promoviendo políticas que erosionan los límites del Estado-Nación, los ciudadanos de clase trabajadora y de clase media – quienes están en competencia directa con trabajadores poco cualificados en los países en desarrollo – los echarán de sus puestos con sus votos. La igualdad para todos es un objetivo admirable. Pero, al esforzarnos por lograr ese objetivo, no debemos arriesgarnos a perder los logros de la igualdad interna que han proporcionado dos siglos de progreso social.

Roger E.A. Farmer is Professor of Economics at the University of Warwick, Research Director at the National Institute of Economic and Social Research, and author of Prosperity for All: How to Prevent Financial Crises. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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