Iguales o separados

Cuando los dioses quieren destruir a alguien, le conceden sus deseos. ¿Será ese viejo proverbio aplicable ahora a la relación entre Estados Unidos y Japón?

Durante medio siglo, Estados Unidos, autor de la constitución “pacifista” de Japón, presionó a los japoneses para que tuvieran un papel más activo en el mantenimiento de la estabilidad en Asia y el mundo. Pero ahora que Japón por fin tiene un líder dispuesto a ello, Estados Unidos se está poniendo nervioso; se dice que el secretario de Estado, John Kerry, calificó a Japón bajo el mandato del primer ministro Shinzo Abe como un país “impredecible”.

Estas tensiones en la relación bilateral (indiscutible piedra basal de la estabilidad de Asia) se hicieron patentes en diciembre, cuando Abe visitó el santuario Yasukuni en Tokio, hogar de las “almas” de (entre otros) varios criminales de guerra clase A de la Guerra del Pacífico. Aunque Estados Unidos siempre criticó las visitas de funcionarios japoneses al santuario, hasta ahora sólo lo había hecho por canales diplomáticos. Esta vez, Washington expresó su malestar abiertamente.

La inquietud de Washington por el impacto negativo de estas peregrinaciones sobre las relaciones de Japón con sus vecinos (particularmente China y Corea del Sur) es comprensible. Pero la severidad con que el gobierno del presidente Barack Obama cuestionó públicamente la visita a Yasukuni generó preocupación en algunos miembros del gobierno de Abe, que ponen en duda el compromiso de Obama con la alianza bilateral y sospechan que está usando este tema como un pretexto para dar señales de un debilitamiento del compromiso de Estados Unidos con la defensa de Japón.

Sospechas que se agudizaron cuando China declaró la creación de una zona de identificación aérea que se superpone con la soberanía territorial japonesa. La respuesta de Estados Unidos fue ambigua: aunque el gobierno de Obama envió bombarderos a cruzar la nueva zona de identificación como demostración de su negativa a aceptar la jugada de Beijing, al mismo tiempo pidió a las aerolíneas estadounidenses que respeten la zona e informen de sus planes de vuelo a las autoridades chinas.

Del mismo modo, la pasividad de Estados Unidos cuando China expulsó a Filipinas del arrecife de Scarborough (un afloramiento rocoso en disputa en el mar de China Meridional) generó en Japón dudas sobre la supuesta armonía de intereses entre ambos países. De hecho, aunque Estados Unidos celebra las virtudes de la sociedad que mantiene con los japoneses, sucesivos presidentes estadounidenses han sido poco claros respecto de los detalles concretos. Parece ser que la idea, en definitiva, es que Japón se haga cargo de los gastos de defensa y deje a Estados Unidos fijar los objetivos de la alianza.

Pero la idea que tiene Abe de la sociedad entre Estados Unidos y Japón presupone una relación mucho más equilibrada. Después de todo, para un país como Japón, que pugna por dejar atrás dos décadas de dificultades económicas, no es tan sencillo subcontratar toda su estrategia de seguridad nacional, incluso a un aliado tan respetado y confiable como Estados Unidos.

La estrategia de seguridad nacional de Abe no es una cuestión de exhibicionismo nacionalista, sino ante todo reflejo de una profunda comprensión del efecto que tuvo sobre la sociedad japonesa la pérdida de toda una generación de crecimiento económico. Su audacia diplomática puede a veces generar la impresión de que la asertividad japonesa en la arena internacional no fuera nada nuevo; extrañamente, muchos olvidan (sobre todo los chinos) cómo durante dos décadas Japón observó en silencio y tras bambalinas el ascenso de China (e incluso colaboró con él, al punto que inversores japoneses llevaron a China miles de millones de dólares en las tres décadas transcurridas desde que Deng Xiaoping abrió su economía).

De hecho, Abe fue tan exitoso en la reintroducción de Japón en la escena internacional, que ahora sus críticos en Estados Unidos y Asia actúan como si el único problema fuera la autoconfianza de Japón y hubiera que moderarla, una idea que sólo dos años atrás hubiera sonado ridícula. Pero queda en pie el hecho de que una de las principales preocupaciones de Abe es el decaimiento espiritual que acompañó el largo período de estancamiento económico de Japón. Quienes ven en su retórica patriótica un deseo de lavar las culpas de la historia pasan por alto cuál es su verdadera inquietud: para Abe, el renacimiento económico no es nada si no asegura a Japón un lugar de liderazgo en Asia.

Pero para Estados Unidos, que busca forjar una relación duradera con China y remodelar su presencia estratégica en el Pacífico, la preocupación de Abe por el espíritu japonés es algo secundario. Por ejemplo, los estadounidenses ven el Acuerdo Transpacífico (el amplio arreglo comercial entre Estados Unidos, Japón y otros diez importantes países de la cuenca del Pacífico) ante todo como un mecanismo técnico para la obtención de beneficios económicos por medio del comercio. Pero para Abe, también es importante lo que este acuerdo aportará al sentido de identidad de Japón, ahora que es una nación más volcada al exterior.

En opinión de Abe, para poder hacer frente al desafío que plantea China, Japón necesita recuperar, en la medida de lo posible, el derecho a tomar decisiones en forma independiente. Esto no implica que bajo su mandato Japón se convertirá en un aliado a la manera de Francia en tiempos de Jacques Chirac, desdeñoso del liderazgo estadounidense sólo porque sí; lo que Abe pretende es una política de cooperación con Estados Unidos que refleje su carácter voluntario. Considera que dado el nuevo equilibrio de poderes en Asia, la alianza con Estados Unidos sólo tendrá sentido en la medida en que ambos integrantes tengan la opción real de actuar en forma autónoma o con otros aliados regionales, y los medios para concretarlo.

Felizmente, Japón y Estados Unidos interpretan las señales chinas de manera bastante similar. En términos generales, ambos consideran que China se lanzó a una estrategia de sondeo, a la busca de puntos débiles donde pueda expandir su alcance geopolítico. Y ambos creen que una negociación seria sobre una estructura de seguridad integral para Asia sólo será posible cuando China se convenza de que esos sondeos no le reportarán ningún beneficio duradero.

Pero en esto también hay una diferencia. Estados Unidos, que está convencido de la importancia de las intenciones en política exterior, cree que en cuanto China reconozca que su poder tiene límites, la estructura de paz surgirá naturalmente. Abe, en cambio, cree que es esencial contar con un equilibrio de poder favorable, y está decidido a lograr que Japón participe en la construcción de ese equilibrio.

Abe dio a Japón nuevos horizontes y reforzó su autoconfianza, pero sabe que el país enfrenta límites reales. También Estados Unidos debería reconocer que el grado de subordinación que se le puede pedir a un aliado tiene límites. Algunos deseos es mejor que no se cumplan.

Yuriko Koike, Japan's former defense minister and national security adviser, was Chairwoman of Japan's Liberal Democratic Party's General Council and currently is a member of the National Diet. Traducción: Esteban Flamini.

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