Il Cavaliere Rodríguez Zapatero

Tras la última victoria de Silvio Berlusconi en las urnas, Ezio Mauro -director de La Repubblica- publicó un artículo -L´eterno ritorno del Cavaliere- que brinda elementos para analizar y entender la época de la pospolítica en que vivimos. Afirma el periodista italiano que «Il Cavaliere ha creado un sentimiento común de rebelión y orden que él impulsa y agita en función de las etapas y las conveniencias, con total libertad, porque no tiene que responder a una verdadera opinión pública ni dentro del partido ni en el país, sino que le bastan una adhesión, un aplauso, una vibración de consenso, como ocurre cuando la política se celebra a base de grandes acontecimientos, los ciudadanos se vuelven espectadores y los líderes se convierten en ídolos modernos, para utilizar la definición de Bauman. Unos ídolos tallados a medida de la nueva demanda, que ya no cree en formas eficaces de acción colectiva; unos ídolos «que no indican el camino, sino que se ofrecen como ejemplos». Y Ezio Mauro concluye que asistimos a la emergencia de «un populismo de la modernidad» que ignora «la mala experiencia del gobierno», «la fatiga del lenguaje», «las obsesiones privadas convertidas en prioridades de la República». Del análisis a la prospectiva: sostiene el periodista que el fenómeno italiano «puede extenderse a Europa, porque, en momentos de globalización y desencanto cívico, puede permitir la ilusión de que simplifica los problemas y deshace con la espada del líder los nudos que se afana en hacer la política». Si Ezio Mauro analizara la irresistible ascensión de José Luis Rodríguez Zapatero al Gobierno de España, si valorara su discurso y acción de gobierno, comprobaría -satisfecho- la bondad de su hipótesis. Y es que el populismo de la modernidad ya ha llegado a España de la mano de Il Cavaliere Rodríguez Zapatero.

A la manera de Il Cavaliere italiano Berlusconi, Il Cavaliere español Rodríguez Zapatero inaugura un neopopulismo pospolítico que toma cuerpo y forma en torno al paternalismo, la adhesión y la emoción. Un neopopulismo que se expresa a través de una ideología gaseosa que apela a la autenticidad y a una nueva manera de entender y practicar la política que remueve y promueve los sentimientos y deseos del pueblo a través de un lenguaje -la paz, el talante, el diálogo, la solidaridad, la laicidad, la memoria histórica, la igualdad, el multiculturalismo, la Alianza de Civilizaciones o la España plural- que reduce la complejidad del presente a un discurso literalmente insignificante y repleto de tópicos. Un neopopulismo -sin sustancia, pero transmitido con gravedad y circunspección- que diseña una imagen de marca, dotada de un determinado aura, que se ofrece al ciudadano consumidor o no de política. Y el mérito de la imagen de marca ZP -un excelente trabajo de marketing, sí señor- consiste en haber captado el estado de ánimo -no sabemos si la naturaleza- de una sociedad indolora en que la persona es el mensaje.

¿Qué ofrecer a una sociedad indolora? Un pensamiento flácido -gaseoso, ligero, emotivo- que se construye -mejor sería decir que se diluye- gracias a una constelación de imágenes e ideas altamente reconfortantes y gratificantes que toman partido por las causas previamente ganadas como el diálogo, la paz, la tolerancia, la pluralidad, el medio ambiente, la igualdad o la diversidad. ¿Cómo vender este pensamiento flácido a una sociedad en que la persona es el mensaje? Diseñando, empaquetando y distribuyendo un candidato-mercancía que refleje las virtudes o intereses de un votante-consumidor que, al acudir al mercado electoral, otorgue el voto a quien percibe como su reflejo. El ciudadano elige al candidato, pero en realidad se elige a mí mismo. O -variante del mal menor- a quien percibe como opuesto a lo que rechaza. Y el elegido, consciente de que el secreto está en la imagen, crea un Ministerio de Igualdad, un Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino, designa a una mujer como Ministra de Defensa, anuncia la reforma de la Ley de Libertad Religiosa, no oculta el deseo de profundizar en la legislación sobre el aborto, llama a la reconciliación de culturas y civilizaciones o fomenta el turismo multicultural de la vicepresidenta del Gobierno. En cierta manera -como indicaba Ezio Mauro-, se podría decir que el pensamiento flácido y la imagen de marca de Il Cavaliere Rodríguez Zapatero convierten la política en una suerte de pasacalle -un spot en imágenes- para solaz y deleite del votante-consumidor. Pasacalle en que, por decirlo a la manera de Ezio Mauro, desfilan «las obsesiones privadas convertidas en prioridades de la República»; pasacalle que transforma al político en actor -comediante o galán, según imponga el guión- y al ciudadano en un espectador que aplaude. Un pasacalle proyectado y diseñado con el objeto -con algún matiz, Il Cavaliere italiano y el español se vuelven a dar la mano- de alcanzar y conservar el poder. Pero, más allá del escenario y la escena, más allá de la representación, está «la mala experiencia del gobierno» (Ezio Mauro) que, en el caso español, esconde o maquilla la realidad de la crisis económica, es incapaz de enfrentarse al fracaso escolar o consiente la debilitación del Estado, «la relación bilateral con las partes» en beneficio de unos nacionalismos periféricos que amenazan con la desafección. Frente a ello, el neopopulismo sonriente de Rodríguez Zapatero -sigue la imagen de marca ZP- responde con el discurso indoloro de la prudencia, la ética, la honestidad, y el compañerismo y la ideología (?) socialistas en defensa -Il Cavaliere otra vez- de los verdaderos intereses del pueblo y de España. Una suerte de judo moral que tiene un importante valor añadido al connotar negativamente, por exclusión -igual que Il Cavaliere Berlusconi hace con la izquierda-, a una derecha en pecado original permanente y sin posibilidad de redención. Una derecha -ahí reside uno de los secretos del éxito de Il Cavaliere español- a la que no le resulta fácil criticar la ideología y el discurso de la marca ZP por la sencilla razón que, propiamente hablando, Rodríguez Zapatero no tiene ideología ni discurso.

El artículo de Ezio Mauro termina con un anhelo: «tenemos la esperanza de que Berlusconi sienta la ambición de gobernar de verdad, de descubrir el interés general tras el abuso de unos intereses completamente privados. Si es así, será positivo para el país, que ya no tiene tiempo ni ocasión que perder». El deseo del periodista italiano, ¿tiene sentido en la España de Rodríguez Zapatero? Está por ver. Y es que, pese a las semejanzas entre uno y otro dirigente, Rodríguez Zapatero no es un doble de Berlusconi. Mientras el italiano no suele creerse el papel que representa, el español sí. Y precisamente ahí, en la capacidad de autoengaño de Rodríguez Zapatero -no hay engaño sin autoengaño-, está el problema. Ahí, y en el hecho que el personaje elude toda responsabilidad y carga toda culpa al otro. Ahí, y en la existencia de una opinión pública que se resiste a creer todavía que Rodríguez Zapatero es una suerte de dadaísta de la política que interpreta el papel que corresponde -todo vale: lo uno y lo contrario- en cada momento y lugar. De ahí el pesimismo.

Miquel Porta Perales, crítico y escritor.