Illa y la Cataluña tóxica

Ahora que Illa ya ha disfrutado bastante en el Ministerio de Sanidad, le deja a Darias que se divierta un rato también ella con la pandemia. Ese «vas a disfrutar» en medio de la peste es el traspaso de poderes más siniestro en los anales, y existen dudas sobre cómo interpretarlo. Los que no son catalanes, y tampoco malintencionados, han preferido creer que ese señor relamido, reiterativo y con una gran mala leche contenida que llamamos Illa estaría traduciendo de su lengua materna. Lamento decirles que se equivocan. No hay justificación por ese lado. Cualquier versión catalana de la que hubiera podido traducir mentalmente suena incluso peor, a mayor recochineo. No les cansaré con lo sabido: en otro país sería un escándalo y tal. Pero en otro país no habría sanchismo, ni Illa, ni cuatro quintas partes de medios mesmerizados.

Perdónele a Illa el exabrupto quien así lo desee. En España hay una tradición de infinita clemencia para con los tipos de ese perfil: el catalán altivo con dificultades para expresarse. A mayor altivez y menor elocuencia, más respeto. Es un fenómeno desconcertante que solo se explica por siglos de prestigio del hombre catalán. Serio, digno de confianza, solvente, algo excéntrico, de espíritu cumplidor. Virtudes que compensaban con creces le eventual falta de don de gentes, la hosquedad, el carácter calculador. A estas alturas del fin de la historia de España, una miríada de ceñudos, sosos y metepatas se bajan cada lunes del AVE en Atocha para explotar el anverso de la moneda que fueron sus abuelos y que hoy solo tiene cruz.

Cuando a uno lo meten sus amigos en el AVE de vuelta a Barcelona, en primera, y aparece en la estación de Sants con su habitual cara de despiste, tenemos el efecto Illa. El efecto Illa es, por tanto, el reflejo de una sombra. Es el hipotético provecho que un catalán saca en Cataluña por el hecho de haber sido respetado por error en Madrid dada su condición de catalán. Si hay que leerlo dos veces para fijar el concepto, adelante.

Explotar el reflejo de una sombra no es cualquier cosa. Ha llegado por fin la ocasión de averiguar si Illa sirve para algo. En caso de alzarse con la presidencia de la Generalidad, se demostraría el poder de la ilusión y el del ilusionismo. También la inexistencia de la personalidad catalana, pues pese a las apariencias de un fuerte carácter propio, y a despecho de todos los fets diferencials, a la postre lo más valioso que un catalán tendría es haber sido reconocido en Madrid. Consignemos, por cerrar el círculo, que ese mismo reconocimiento de Illa en Madrid es una patraña. Si dan con alguien serio que defienda su gestión, dígale que se lo cuente mirándole a los ojos. Nadie que no viva de la PSOE o de la Pesecé se atreverá a tanto. Pero si encuentra al valiente, no necesitará usted un curso de programación neurolingüística para saber que le miente.

Fíjense en la cadena, que esto sí es disfrutar y no lo de Darias: Illa llega a Madrid con toda su torpeza a rastras; desoye a las autoridades europeas que le instan a adquirir material de protección de forma preventiva; encarga las compras tarde y a sociedades ajenas al ramo o dudosas; desaconseja el uso de mascarillas porque no las hay; se encarniza con Madrid; se explica mal; los medios del régimen dicen que es un fenómeno; los despistados se lo creen por el prestigio aquel del catalán de pro que ya no existe; regresa a Barcelona con la misma torpeza a rastras, pero ya confirmada; allí, una masa indeterminada cree que todo lo anterior lo sitúa en cabeza de cara a la próxima legislatura catalana. El efecto Illa es el reflejo de una sombra chinesca, pues la sombra inicial llevaba mucho teatro.

Inmediatamente, los partidos constitucionalistas catalanes hacen lo que suelen: equivocarse, creer que el PSC es uno de ellos y salir a la arena con el pecho henchido de espíritu perdedor. Rindiéndose antes de la primera escaramuza, la ganadora de las últimas elecciones, con el doble de diputados en la cámara que el PSC, se manifiesta dispuesta a una coalición con Illa, poniéndole a huevo el desdén que, indefectiblemente, este mostrará. La primera en la frente. Apenas había empezado la precampaña y el partido mayoritario de Cataluña ya aparecía como subordinado; el PSC, como el pretendido que se puede permitir no mojarse. Al llegar las piezas publicitarias, descubrimos que la estrategia, contra todo pronóstico, podía empeorar. El partido fundado por intelectuales, el partido recientemente apoyado por esos intelectuales, salta a las calles con una frase a toda cartelería que parece sacada de una conversación entre las últimas de la clase (una clase de niñas de siete años criadas en el excursionismo y la homeopatía): «Unir és molt, molt, molt, molt, molt, molt, molt, molt més bonic que separar». ¿Cómo te quedas?

Las imágenes: individuos que se abrazan a sí mismos. El lema: «Vota abrazo». Desde luego, lo más alarmante es la frase, si bien lo otro merece un análisis que considere: la distancia social, la autocomplacencia, el solipsismo, la deliberada falta de sentido. ¡Ojo, es una falta de sentido sugerente! Todo lo que en ella parece significar algo, es inmoral y es una renuncia. Viene a decir más o menos: hay que abrazar a los golpistas. Sí, abrazarse a los tuyos no es novedad ni es nada. En la misma línea está la estrategia de otros perdedores profesionales, como el PP, que se enfrenta a los partidos del golpe de Estado de 2017 con un emoticono. ¡Qué divertido! Vienen de una precampaña donde presentaban a las dos Cataluñas como el perro y el gato. ¡Haya paz! Es un ambiente tóxico.

Juan Carlos Girauta

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