Iluminación e ideología

El pacto de Estella de 1998 -acumulación de fuerzas nacionalistas asumiendo los postulados radicales y marginando a los constitucionalistas- fue recibido con mucho mayor entusiasmo que su segunda versión, el detallado itinerario expuesto por Ibarretxe en el Parlamento vasco el pasado 28 de septiembre. No ya en la sociedad vasca en su conjunto, sino en el mismo mundo nacionalista existe una amplia percepción del error que se cometió en Estella, que ETA lo vivió como una legitimación de su historia y salió fortalecida. Pero hay sectores irreductibles que están dispuestos a repetir el intento, articulándolo, incluso, con más fuerza, y que cuentan con un líder empecinado e inmune al desaliento y al clamor de la realidad. Se lanza el plan sin importar traicionar la palabra dada (sus condiciones eran un apoyo transversal y el cese de la violencia), sin importar que se esté vulnerando la legalidad, ni que la propuesta fracture gravemente la sociedad vasca, ni que implique un choque frontal con el gobierno central, ni que recargue el victimismo del que se nutre ideológicamente ETA, ni que divida al mismo partido principal que sustenta al Gobierno vasco. Los iluminados se consideran tocados por una gracia especial, tienen un gestualidad y una retórica inconfundibles y consideran ramplonería de cobardes las exigencias obvias de la realidad. Los mesianismos suscitan emociones y tienen una indudable capacidad de arrastre, pero siempre acaban mal.

Lo preocupante en el caso que nos ocupa es la ponencia política preparada para la próxima Asamblea Nacional del PNV. En un grupo que cultiva las emociones patrióticas, que reafirma su unidad de forma reactiva ante supuestos ataques externos, que controla la sociedad y reparte cargos e influencias y que, además, está aún traumatizado por una escisión reciente, no es esperable que se dé una discusión libre y a fondo de la mencionada ponencia, que tiene una carga ideológica de altísimo voltaje, inusual en un partido moderno y democrático. ¿Por qué es preocupante? Porque supone una reafirmación del nacionalismo étnico, muy lejos de una actualización de sus postulados partiendo del concepto de ciudadanía y del esencial pluralismo de nuestra sociedad. Dice Imaz que se retira para evitar traumas en el partido, pero es claro que ha fracasado en su intento, tantas veces anunciado, de promover la modernización ideológica del nacionalismo vasco.

Para la ponencia de marras, el PNV no es un partido político normal, sino que se reafirma en su condición de «movimiento político». Un partido, como su nombre indica, reconoce que es una parte, pero que hay otras; que refleja unos intereses y una forma de ver la sociedad, pero que existen otras posibles maneras de interpretar y de priorizar, y que, por tanto, la pluralidad no es un mal a tolerar, sino una condición de la libertad y una riqueza a salvaguardar, aunque incomode. Por el contrario, un movimiento -y tenemos cercano el franquismo- aspira a encarnar el espíritu del pueblo, a englobar todas las dimensiones de la vida personal y a colonizar todas las dimensiones de la vida pública (cultural, deportiva, financiera, recreativa...). Quien no se incorpora al 'movimiento' es alguien a conquistar o a estigmatizar como 'desafecto'. El pluralismo se tolera como un mal y porque no hay más remedio.

La sombra del 'movimiento' atraviesa toda la ponencia, que tiene su gran quicio en la construcción de 'Euzkadi' como sujeto político propio e independiente. Y esta es una tarea proselitista e insaciable. Subrayo algunos elementos que me parecen especialmente significativos. Hacer del pueblo vasco un sujeto político requiere como paso inexcusable y ya planteable, y en resumidas cuentas, eliminar las vinculaciones existentes con un Estado que es visto como un opresor esencial y ancestral. Hay un uso terminológico curioso y falaz, porque cuando habla del Estado español (por supuesto, la palabra España no se usa) se refiere a sus organismos centrales, como si las instituciones autonómicas no lo fueran. Se elude la complejidad de un Estado democrático, en el que la soberanía está, de hecho, compartida porque hay ámbitos competenciales propios y no invasibles, junto a otros compartidos por diversas instancias y otros subordinados. Se explica así ese comportamiento, característico de muchas autoridades nacionalistas, de ocupar las instituciones democráticas y aprovecharse de ellas, a la vez que irresponsablemente se deslegitiman las bases sobre las que se sustentan. El antiespañolismo de Sabino permanece, naturalmente con una terminología más tecnocrática. Y se mantiene ese concepto de un pueblo vasco sustancial, disperso, agredido a lo largo de la Historia, pero que está llamado a tomar conciencia de sí mismo y de ir conjuntándose hasta formar la Gran Euskal Herria (desde el Adour hasta el Ebro, como dice la ponencia: 'territorialidad') para convertirse en un sujeto político independiente ('soberanía'). Como se ve hay reivindicaciones pendientes para rato. Lo peor es que el mito del pueblo preexistente conduce de forma inexorable al ideal del sujeto político monolítico. El mito del pasado está al servicio de la quimera de futuro, al coste de frustración y violencia, como enseña la Historia. Por el contrario, una nación de ciudadanos acoge la pluralidad de identidades, las relativiza a todas para articularlas y hacer posible su convivencia. Gusta al actual nacionalismo vasco de alardear de solidaridad con los lejanos para ocultar su naturaleza insolidaria y conservadora, porque la solidaridad cuando es real empieza siempre por los cercanos.

Sorprende en la ponencia que se valore positivamente a Nafarroa bai, por su carácter progresista y su capacidad de transversalidad, sin mencionar para nada su dominante nacionalista. Es la vieja historia de pedir libertad, en este caso transversalidad, cuando se está en minoría, pero imponer la propia verdad, el nacionalismo, cuando las circunstancias lo permiten. Con todo lo dicho no es extraño que la ponencia sólo haga una ligera mención de «apoyo y reconocimiento social de las víctimas» sin que nos enteremos a quienes se está refiriendo. No se usa nunca la palabra terrorismo. Es un texto que se desmarca de la violencia de ETA, pero que, en mi opinión, asume sus objetivos políticos. No sólo se afirma la estrecha vinculación de la paz y el conflicto político, sino que todo el énfasis se pone en el segundo como condición de la primera. Es un sarcasmo pedir perdón a las víctimas y luego presentar un documento que está muy lejos de deslegitimar políticamente a los victimarios.

Rafael Aguirre