Imágenes y palabras

Hace unas semanas Carme Chacón presentó su candidatura a la secretaría general del PSOE en el pueblo almeriense donde nació su padre, con la voluntad de amortiguar su perfil catalanista, fraguado durante su meritoria y veterana militancia en el Partido Socialista de los Catalanes. Por su parte, Alfredo Pérez Rubalcaba lo hizo en la sede de la UGT, en este caso reivindicando -aunque las razones puedan resultar más oscuras- una posición política que hiciera olvidar las medidas económicas tomadas por el anterior Gobierno con la loable intención de enfrentarse a la crisis económica.

Los dos aspirantes han intentado con gestos de un fuerte contenido simbólico debilitar los flancos que consideraban más débiles para conseguir sus aspiraciones, y lo han hecho con imágenes -tal vez recordando a Cassirer: «Al principio el lenguaje no expresa pensamientos o ideas, sino sentimientos y afectos»-, haciendo innecesarias las palabras, las ideas y por lo tanto evitando una crítica expresa a un pasado reciente en el que han tenido un protagonismo estelar.

No dudo del valor de los símbolos, ni de la capacidad de las imágenes para hacer comprensible una idea, un sentimiento, una situación concreta... Pero pongo mis reparos al refrán tantas veces invocado que da más valor a una imagen que a mil palabras. Paradójicamente, en este tiempo en el que la imagen domina impetuosamente la vida pública, las ideas, los discursos, las palabras adquieren mayor importancia para interpretar la realidad que vivimos.

No dudo de la voluntad, de la buena voluntad, de los dos contrincantes a la secretaría general del PSOE, pero adolecen los dos del discurso necesario para que los militantes, y los ciudadanos que son el objeto de deseo confesable de todos los partidos, puedan optar desde el análisis y la razón por uno de ellos. Sería conveniente que Carme Chacón nos dijera qué piensa sobre el futuro de la nación española. ¿Somos la suma de las comunidades autónomas o algo más y distinto? ¿España es una nación de naciones? Si es así como piensa, estaría obligada a decirnos cómo contempla el futuro de este equilibrio inestable. ¿Sigue estando abierta a la configuración de la España autonómica? Para un número sorprendentemente amplio de españoles este país sigue sin terminar de fraguar y, por lo tanto, es lícito y obligatorio proseguir con el manoseo de aspectos básicos para nuestra convivencia, y justamente esa realidad obliga a quien quiera representar al PSOE -primer partido de la oposición- a hablar muy claro sobre su idea de España.

Por otro lado, durante los últimos ocho años los socialistas catalanes optaron por una política de alianzas con los nacionalistas más extremos. Ciertamente, esa inclinación también la tuvo el PSOE sin que nadie, o muy pocos para nuestra desgracia, se opusiera dentro de la disciplina del partido. ¿No es radicalmente necesario reflexionar más seriamente sobre esta opción que inevitablemente impuso una pérdida de centralidad política? ¿Se puede substanciar el asunto diciendo sencillamente que fue un error? ¿Justo cuando la suma no da para gobernar?

En un ámbito de importancia distinta sería conveniente saber si considera que el PSC debe tener un mayor grado de autonomía en el Congreso de los Diputados y en el Senado. Y si así lo considerara, la pregunta a contestar sería: ¿Es posible extenderlo al resto de las federaciones del PSOE? Todo ello sin perjuicio del derecho indiscutible de Carme Chacón a optar por la secretaría general del PSOE y constatando que la indefinición anotada en este artículo no es, por desgracia, exclusivamente achacable a la candidata catalana.

También Alfredo Pérez Rubalcaba nos debería aclarar el significado de su presentación en la sede de la UGT. Parece que quiso distanciarse de las decisiones tomadas por Zapatero para combatir la crisis económica que tan duramente golpea a la sociedad española. Si éste fuera el caso, sería conveniente conocer las alternativas posibles, porque sería un golpe brutal para los socialistas saber que las medidas del anterior Gobierno eran inevitables, pero que no debieron ser tomadas por el partido en atención a su definición de organización de clase, olvidando la definición más canónica de lo que es un partido político realizada por Burke: «Un partido es un cuerpo de hombres unidos para promover, mediante labor conjunta, el interés nacional sobre la base de algún principio particular acerca del cual todos están de acuerdo». Es evidente que el inglés pone el acento y da importancia superior al interés general, cuya búsqueda distingue a los partidos de las facciones, sobre el principio que aglutina a los integrantes del partido político.

Pero sería necesario también saber cómo vamos a modernizar el discurso del socialismo español para buscar una relación ventajosa con los sectores más dinámicos de la sociedad española que hemos ido perdiendo poco a poco desde hace más de 10 años, como demuestran fehacientemente las sucesivas elecciones municipales. Parece que lo primero es que los socialistas digan lo mismo en todos los lugares de España, pero para ello es imprescindible un discurso nacional, basado en una idea coherente de la nación española, perfectamente compatible con la España autonómica e incompatible con otros proyectos que en ocasiones han reivindicado algunos aprendices de brujo. Ayudaría desde luego que el Partido Socialista fuera federal y no una especie de confederación en la que cada cual en su ámbito hace y dice lo que considera, pareciendo que sólo nos unen una gran animadversión por el adversario político y unos intereses que tienen más de material que de idea política.

Por otro lado, el papel del Estado ha cambiado en las sociedades modernas y ricas en el siglo XXI, y nosotros lo somos a pesar de la crisis económica. Los ciudadanos no están dispuestos a renunciar a los beneficios del Estado del Bienestar, pero a la vez rechazan con contundencia la omnipresencia del Estado en las sociedades actuales, reivindicando una mayor autonomía individual en la definición de su propia vida. Ese nuevo papel no lleva al Estado a desaparecer, pero se verá obligado, lo quieran o no los nostálgicos de la toma del Palacio de Invierno y adláteres, a dimensionar su volumen y su presencia, no su legitimidad o su capacidad coercitiva y de dirección para enfrentarse a los nuevos problemas que nos plantea una sociedad en gran medida globalizada, cosida por los lazos tradicionales, pero cada vez más intensamente basada en las relaciones provocadas por las nuevas tecnologías que nos permiten a los ciudadanos tener menos tutelas hoy (las referentes a la herencia, los apellidos, los territorios, las identidades colectivas o religiosas) que las que pudieron intuir los padres de la Ilustración. En el mundo actual donde parecen predominar las contradicciones, las paradojas, el ser humano puede ser más dueño de su destino y de sí mismo que en cualquier otro momento de nuestra Historia, sin perjudicar su naturaleza solidaria, pública y cooperativa.

En esa nueva y en gran medida revolucionaria realidad, los partidos seguirán jugando el papel fundamental que han venido desarrollando durante los dos últimos siglos, pero de forma y manera muy diferente. Este momento lleno de incertidumbres, en el que han desaparecido las verdades absolutas, los libros rojos, verdes o amarillos, el PSOE puede ser un ejemplo si el debate se realiza sobre estos aspectos sustanciales para el próximo futuro de los ciudadanos o convertirse en una opción política prescindible e irrelevante durante muchos años si no lo hace y sigue perviviendo la imagen sobre la palabra, el gesto sobre la idea, el símbolo sobre el discurso. La palabra la tienen los afiliados pero la responsabilidad es de los candidatos.

Por Nicolás Redondo Terreros, abogado, presidente de la Fundación para la Libertad y ex secretario general del PSE-PSOE.

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