Imaginarios contra la paz

Vivimos en un país que se ha movilizado desde hace décadas contra la guerra y a favor de la paz. Quizás por reacción frente a una dictadura que ignoraba cómo resolver las cosas mediante el diálogo. Este pacifismo ha sido especialmente dominante en las organizaciones y militantes de la izquierda, de toda la izquierda. Las grandes manifestaciones contra la guerra de Irak todavía son recordadas por la mayoría, pero también hubo numerosas manifestaciones contra la guerra del Vietnam durante la dictadura que eran reprimidas inmisericordemente. En todo caso, aunque la paz no haya sido patrimonio exclusivo de la izquierda, desde luego las izquierdas españolas siempre han sido pacifistas. Por eso ahora sorprende la saña con la que algunos militantes de izquierda, que incluso han tenido responsabilidades políticas en el pasado, se han lanzado contra dos iniciativas confluyentes como Hablemos y Parlem, que convocaron manifestaciones frente a los ayuntamientos del Estado a favor del diálogo y la convivencia, en definitiva a favor de la paz, lo que quedaba subrayado por el color blanco elegido para identificarse. Independientemente de si han sido espontáneas o dirigidas por organizaciones políticas son una llamada a la solución de las diferencias mediante la negociación y no mediante los gritos y las amenazas, ni por supuesto mediante los golpes y la represión.

Los argumentos que utilizan estos críticos de izquierda se basan en que son instrumentados partidariamente y, fundamentalmente, que no tomaban partido al mantener una supuesta equidistancia. Desde su punto de vista la no condena explícita de la “violencia del Estado” (la represión policial durante el 1-O) hace sospechoso al movimiento, que sólo tendría por objeto evitar la Declaración Unilateral de Independencia, que al parecer sería el instrumento de “liberación del pueblo” catalán. Sorprenden más estos ataques cuando son compartidos por los más rancios y extremos partidarios de la unidad de España, que se acercaban el día de la convocatoria desde Colón hasta Cibeles para increpar y provocar a los que estaban allí reunidos. Con sus banderas españolas hostigaban a los concentrados por no mostrar su españolidad, que les haría, desde su punto de vista, ser cómplices de los separatistas.

Si invocar una solución pacífica a un conflicto político que se asoma a un precipicio violento es tan criticable por ambas partes (la extrema derecha y la extrema izquierda) sólo podemos concluir que se está procediendo al cierre simultáneo de una geografía binaria que sólo contempla un ellos y un nosotros, excluyentes entre sí y que se refuerzan mutuamente.

La creación de geografías binarias es un recurso omnipresente en el pensamiento político occidental, especialmente en la imaginación geopolítica moderna desde finales del siglo XV. Esta operación, en el caso de la construcción de naciones, es fundamental para pasar a un estadio de formalización y concreción más allá de la idea política. La virtud de la convocatoria era la de intentar evitar este salto y preservar la paz frente a los que buscan el enfrentamiento. Esto sólo se puede hacer con el diálogo para hablar de todo, no sólo de referéndums.

La articulación de una nueva relación entre los diferentes territorios que componen el Reino de España, la misma organización monárquica del mismo o la separación de una parte no deben constituir hechos trágicos para nadie. Forman parte de la vida política, y hasta la última de las transformaciones se puede realizar de forma razonable y pacífica como demostró la disolución de Checoslovaquia. Lo importante es que, cualquiera que sea el objetivo, se alcance mediante el diálogo y no mediante la imposición y la supresión de derechos de las minorías. Y el diálogo se puede realizar en Barcelona, en París, en Madrid o en la ponencia sobre la reforma constitucional del Congreso de los Diputados. No excluyamos ninguna a priori.

Por otro lado, si la mayoría de la comunidad política organizada en los términos actuales prefiere seguir ajustada a los límites de la Constitución de 1978, los que pensemos de otra forma tendremos que aceptarlo y seguir luchando por cambiarlo. En eso consiste la democracia. Aferrarse al clavo ardiendo de la cuestión nacional catalana, más enmarcado en las revoluciones democráticas de la burguesía del siglo XIX, para desmontar eso del “régimen del 78” poco tiene que ver con la revolución social que siempre ha defendido la izquierda para liberar de sus ataduras a la clase obrera.

Heriberto Cairo es profesor de Geografía Política y decano de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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