Imaginemos España

Las propuestas que se han hecho públicas para instar a Pablo Casado a tomar la iniciativa e investir a Pedro Sánchez obedecen casi siempre a las mejores intenciones, pero, a mi juicio, expresan un error político. Un error por amor a España, pero un error que no queda salvado por la intención.

Imaginemos España. Obviemos incluso el veto de Sánchez al PP. Imaginemos que dentro de unas semanas Casado sube a la tribuna del Congreso a defender la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno y a ofrecer los votos de su grupo para ello. Imaginemos que es capaz de encontrar algún argumento que no le acredite como alguien tan falso e inconsistente como el propio Sánchez. Imaginemos que logra encontrar alguna razón hipotética que permita establecer un vínculo al menos remoto y no completamente bufo entre el interés de España y la investidura de Sánchez, exceptuado el hecho de que amenace con volar el sistema si no se le hace presidente, lo que, a mi juicio, constituye un argumento definitivo contra su investidura. Imaginemos luego la escena de un Consejo de Ministros presidido por Pedro Sánchez con Casado a su lado. Y la escena de una sesión de control parlamentario a Pedro Sánchez con Casado junto a él y a la señora Calvo en el banco azul, aplaudiendo ambos sus palabras.

Se entiende muy bien la inquietud que ha generado el abrazo con el que Pedro Sánchez ha terminado de sellar su rendición ante el social-populismo, pero deslizarnos por la precipitación hasta terminar en una pesadilla no es un buen camino. La idea de que Sánchez sea el presidente del PP, o si se prefiere, que el PP sea el partido de Sánchez, que es lo que en el fondo se propone, no puede funcionar, salvo como confirmación del argumentario populista. Una gran coalición es la suma de dos soluciones frente a un problema común; una coalición del PP con Sánchez es que la solución haga presidente al problema.

Eso no daría a España un Gobierno constitucionalista, puesto que Sánchez no lo es; eso dejaría a España sin oposición constitucionalista. Tendría al frente y con los votos del PP a una persona cuyos actos han acreditado su clara voluntad de entenderse con cualquiera que ponga en cuestión la vigencia de nuestro sistema político a cambio de hacerle presidente, y frente a ese desgobierno estarían solos el nacional-populismo de Vox, el social-populismo de Podemos y todo tipo de extremismos, dispuestos a liquidar la constitución de 1978 y a avanzar a toda máquina hacia la confrontación civil directa por la que trabajan desde siempre. ¿Habría una sola lista PSOE-PP en las siguientes elecciones? ¿Sobre qué base? Entonces, ¿cómo terminaría esa legislatura y con qué saldo para cada partido y para la suma de ambos en mitad de una recesión como la que se anuncia y de una crisis nacional como la que vemos?

Sería un Gobierno imposible, no Frankenstein, pero desde luego sí un Gobierno salido de algún bestiario político, sin programa y sin propósito real. La "fascinación" pública por el acuerdo duraría exactamente el tiempo de comprobar su inoperancia y sus efectos. Sería un Gobierno del Sánchez de Pedralbes al precio de la destrucción del PP como alternativa democrática. Y de la destrucción del PSOE, por supuesto.

Se habla de "solemnizar" y "asegurar" el compromiso de Sánchez con todo aquello que hasta ahora ha despreciado. ¿Pero es que cabe mayor solemnidad que la promesa de guardar y hacer guardar la Constitución, que ya está vigente? ¿Y acaso aseguraría algo la entrada del PP en el Gobierno? Resulta ingenuo pensar que Casado puede devolver a Sánchez al buen camino en el que nunca ha estado. Sánchez sería el director del internado al que se le quiere enviar. No hablamos de un crío extraviado ocasionalmente por sus malas compañías: hablamos de un político maduro cuya trayectoria no deja lugar a ninguna duda. Hablamos de la moción Frankenstein para derribar a un Gobierno mayoritario que funcionaba; hablamos del acuerdo con Bildu, es decir, con quienes defienden el valor político del asesinato de españoles; hablamos de quien comisionó a Iglesias para que negociara unos presupuestos letales en una cárcel con un golpista; de quien ha comprado una vía negociadora con ERC al precio de la inacción en Cataluña, al precio de dejar quemar las calles, al precio de que la policía no pudiera imponer el orden; hablamos de quien aceptó 21 insultos a España en Pedralbes sin levantarse de la mesa, de quien sigue dispuesto a aceptar la presencia de un relator en una mesa de partidos que vacíe de sentido las instituciones del Estatut; de quien ha aceptado negar la existencia de la nación española por interés personal y ha cuestionado el compromiso democrático de su propio partido desde 1978; hablamos de quien afirma que el PP es la "podredumbre moral". ¿Exactamente qué tipo de milagro se piensa que Casado pueda obrar sobre Pedro Sánchez? Ya lo intentó su partido, y no pudo con él.

La propuesta de la coalición pretende vencer el temor a que una vez investido Sánchez hiciera lo que quisiera y fuera incontrolable. Pero lo cierto es que ese temor está más que justificado, porque una vez investido Sánchez efectivamente podría hacer lo que quisiera y sería incontrolable. La ley se lo garantiza como presidente del Gobierno. Podría destituir a su vicepresidente y a los ministros que considerara oportuno cuando lo estimara oportuno. Imaginemos entonces a un Sánchez que es presidente con los votos del PP, y al Partido Popular, incluido Casado, expulsado de ese Gobierno y sustituido por Pablo Iglesias a mitad de legislatura, o dentro de tres meses, en el momento en que se notaran las inevitables tensiones que sin duda emergerían en un Gobierno así. No hay forma alguna de garantizar nada, y dispondría de una mayoría alternativa para hacer lo que quisiera. Él tendría todo el poder, todo el control y todas las opciones en su mano, incluido al PP, no al revés.

Un Gobierno con Sánchez de presidente para salvarnos de Sánchez es un error.

Para reorientar el camino político de España ni hace falta ni sirve una gran coalición. Basta con que el PSOE rectifique su deriva de los últimos 15 años, cuando decidió sustituir al PP por el extremismo y el secesionismo como socios. No hace tanto, en la legislatura de 2008, el PP y el PSOE podían haber sumado 323 escaños, y en la de 2011, 296 escaños. 83 y 73 por ciento del voto, respectivamente. ¿Qué pasó? Pasó que Zapatero, igual que Sánchez, no quiso saber nada del PP. Mayorías ha habido de sobra, pero voluntad de acuerdo, no. Eso está más vivo que nunca en la persona de Pedro Sánchez, y no hay forma de que quien ha encarnado el "todos contra el PP", hasta hacer de eso la única constante verificable de su trayectoria política, pueda merecer la confianza para encarnar ahora el "solo con el PP".

Seguirá fracasando solo o en coalición, y arrastrará con él a quien tenga cerca. Destruir al PP como alternativa de Gobierno frente al fracaso seguro de Sánchez no es contribuir a la gobernabilidad. Un Gobierno sin oposición constitucionalista es un país sin red de seguridad. Si nos preocupa España, lo que debemos hacer no es sumarnos al fracaso de Sánchez, sino preparar la alternativa a ese fracaso. Ese es el mandato primario que las urnas han dado al Partido Popular, preparar la alternativa. Se dice que ha ganado las elecciones y que eso no se puede ignorar. Es cierto. Pero las urnas le han dado lo que le han dado, menos de lo que tenía, y pretender que el PP esté obligado a darle lo que las urnas y el parlamento le han negado siempre, carece de sentido. A mi juicio, no hay ninguna razón política, ni de partido ni nacional que aconseje que el Partido Popular facilite la investidura de Pedro Sánchez.

Se ha afirmado hace apenas unos días: Sánchez debe irse y el PSOE debe volver y debe dar un paso al frente. Así es. Y entonces PP y PSOE quizás puedan volver a imaginar para España juntos, pero cada uno en su sitio, algo que no termine en la peor pesadilla populista.

Miguel Ángel Quintanilla Navarro es politólogo

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