Imposturas de género

La igualdad de género es un valor realzado en las declaraciones de derechos humanos, y consagrado en las constituciones y tratados europeos. Por lo que respecta a la ciencia, es difícil de creer que en pleno siglo XXI vaya a producirse discriminación en razón del sexo de nadie. No parece el ámbito más propicio para el victimismo basado en impresiones, lugares comunes y tendencias ideológicas políticamente correctas. Por ello, a quienes nos importan genuinamente tanto la igualdad entre hombres y mujeres como la valoración académica basada en méritos objetivos, nos sentimos particularmente concernidos por la corrupción ideológica que afecta actualmente al estudio científico de los temas de género.

Y es que, si bien el conjunto de la ciencia –particularmente la psicología y las ciencias sociales– se está viendo afectado por una crisis de confianza, fiabilidad estadística y replicabilidad, no hay área que concite más críticas que los estudios de género.

Un estudio reciente dirigido por Therese Söderlund, de la Universidad de Umeå, por ejemplo, concluyó que los artículos científicos revisados por pares y relacionados con estudios de género en una base de datos sueca tienden 1) a estar más sesgados –y por tanto a ser menos objetivos– en comparación con los trabajos publicados en otras áreas de las humanidades; y 2) a sobreestimar las explicaciones sociales y ambientales y subestimar las posibles explicaciones individuales y biológicas de los fenómenos. Esto es llamativo, habida cuenta de la cuantiosa financiación de que disfrutan los gender studies en virtud de su creciente influencia política. Según calcula Söderlund, en Suecia, y durante el periodo 2001-2011, estos estudios recibieron hasta el 16% de la financiación estatal –en total, unos 38 millones de euros– dirigida a todas las humanidades y las ciencias sociales.

James Lindsay, matemático y escritor científico, y Peter Boghossian, filósofo de la Universidad Estatal de Portland, ya le sacaron los colores a la Academia global con la publicación, en 2017, de un nuevo hoax al estilo Alan Sokal (coautor de la célebre refutación del posmodernismo Imposturas intelectuales junto a Jean Bricmont, en 1997): «El pene conceptual como constructo social», donde volvían a ridiculizar las extravagancias del construccionismo social. Ahora han vuelto a la carga con la ayuda de Helen Pluckrose, editora de la revista Areo, tras lograr publicar hasta siete papers científicos falsos en revistas revisadas por pares en que parodian los estudios posmodernos de género y lo que denominan «estudios de agravios». Su propósito, tal como resumen en el digital Quillette, era «exponer lo fácil que resulta publicar ideas políticas absurdas y moralmente de moda como si fuera investigación académica legítima».

Los resultados del experimento prueban que prácticamente no hay disparate que no pueda abrirse camino en el sistema de publicación científico de las humanidades, con tal de que esas ideas resuenen en la cámara ideológica del posmodernismo feminista e interseccional: relacionar la frecuentación de restaurantes como Hooters (cadena de comida rápida donde las camareras visten minishorts y camisetas ajustadas) con la nostalgia del dominio patriarcal; combatir el sesgo sexista de la astronomía mediante la elaboración de horóscopos (digo bien, horóscopos) feministas, queers e indígenas; plantear (¡en una deliciosa autoironía!) cómo las sátiras tipo hoax, además de carecer de ética, están imbuidas del afán de preservar ciertos privilegios; sugerir que la masturbación masculina es una forma de violencia sexual contra la mujer; evaluar (y corregir) la propensión masculina a la violencia sexual tomando como catalizador la «desenfrenada cultura de la violación canina» de los parques para perros (es probable, por lo que deduzco de la ficha elaborada por los autores, que la idea consistiera en exponer a los individuos al apareamiento animal); insinuar que la inteligencia artificial es peligrosa debido a sesgos machistas inspirados en el psicoanálisis lacaniano; presentar un monólogo poético feminista sin tesis aparente, elaborado en gran parte por un generador automático de poesía; recomendar que a los chicos blancos no se les permita hablar en las clases, y que en cambio sean encadenados como «experiencia de reparación»… Todo vale.

Como guinda del pastel, uno de los falsos artículos publicados utilizaba frases textuales del capítulo XII del Mein Kampf de Adolf Hitler a modo de reescritura feminista (en este caso, lo único que tuvieron que hacer fue reemplazar a los judíos por personas blancas, o por la «blanquitud»). En conjunto, se trata de las conclusiones de un año de trabajo, en el que los tres autores propusieron artículos a revistas académicas legítimas, contabilizando en total unas 350.000 palabras, sobre al menos 15 especialidades académicas, incluyendo estudios de género, estudios de masculinidades, estudios queer, sexualidad, psicoanálisis, teoría crítica racial, whiteness, estudios sobre la gordura, sociología y filosofía educacional.

Algunos críticos del hoax original de Sokal y Bricmont señalaron en su momento que su falso artículo no fue revisado por ningún comité de pares. Pero esta vez, como señala el filósofo Nathan Cofnas, ya no hay excusa: los trabajos de Lindsay, Boghossian y Pluckrose han pasado por supuestos filtros de calidad en revistas prominentes dentro de su especialidad: Sexuality and culture, Hypatia, Affilia, Sex roles, Journal of poetry therapy, Porn studies, Feminist theory. Es difícil escapar a la conclusión de que en una parte significativa de las humanidades ya no es posible distinguir entre el disparate planificado y la teoría establecida. Esto no sólo es una desgracia para la ciencia, y en particular para las humanidades; además, resulta cada vez más difícil de justificar para el sufrido contribuyente, del que se detraen los recursos para perpetuar las mismas imposturas intelectuales y morales.

El sistema inmunitario intelectual de la Academia se empecina en buscar enemigos contra quienes afilar sus armas cuando lo cierto es que cada vez estamos más cerca de solventar los terribles problemas (hambre, guerras, maltrato de los grupos de poder a las minorías...) que motivaron las críticas, del todo justificadas, de los estudiosos sociales de toda la vida. Todo sería una distracción más de una sociedad opulenta si no fuera porque el odio es el combustible que la alimenta. Los Estados modernos pusieron coto a los agravios eternos y reiterados entre grupos al asumir el monopolio de la violencia y el ejercicio de la Justicia. Y los resultados están a la vista: el mundo transcurre por el camino de una paz cada vez más generalizada. No parece en absoluto inteligente que la intelligentzia redescubra las amenidades de las venganzas históricas, reales o inventadas. Tampoco tiene nada de estético que, ahora que las leyes y los tratados nos garantizan una igualdad de trato que es palpable a nivel general, se alienten con el dinero de todos vendettas cool.

Teresa Giménez Barbat es eurodiputada del grupo ALDE y miembro de la comisión de Cultura y Educación del Parlamento Europeo.

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