Los eventos como la pandemia de COVID-19, el desplome del mercado inmobiliario estadounidense en 2007-2009 y los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 suelen ser llamados «cisnes negros». Es un término que busca sugerir que nadie pudo haberlos previsto. Pero, de hecho, en todos esos episodios hubo elementos desconocidos conocidos, por contraposición a la tan difundida expresión del ex secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld, quien se refirió a los «desconocidos desconocidos».
Después de todo, en esos casos, los analistas informados no solo sabían que algo así podía ocurrir, sino que era probable que sucediera en algún momento. Aunque no se podía predecir la naturaleza y el momento exactos con una probabilidad elevada, la gravedad de las consecuencias, sí. Si los responsables de las políticas hubieran considerado los riesgos y tomado acciones preventivas con antelación, podrían haber evitado o mitigado el desastre.
En el caso de la COVID-19, los epidemiólogos y otros expertos en salud vienen advirtiendo sobre el peligro de una pandemia viral desde hace décadas, e incluso, sin ir más lejos, el año pasado. Pero eso no evitó que el presidente estadounidense Donald Trump afirme que la crisis fue «imprevista» y que se trata de una cuestión que «nunca nadie pensó que sería un problema». De igual forma, después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, el presidente George W. Bush incorrectamente afirmó que: «Nadie, al menos en nuestro gobierno —y creo que en el gobierno anterior tampoco— pudo prever que atacaran edificios con aviones a una escala tan grande».
A la luz de esas afirmaciones, resulta tentador atribuir estos desastres exclusivamente a la incompetencia del poder ejecutivo, pero el error humano en la cúpula es una explicación demasiado simplista, considerando que el público en general y los mercados financieros también fueron tomados por sorpresa a menudo. Los mercados bursátiles habían alcanzado máximos históricos justo antes de la crisis financiera de 2008 y también antes del último quiebre que comenzó a fines de febrero. En ambos casos, hubo gran cantidad de riesgos de eventos excepcionales previsibles, que debieron haber disminuido la exuberancia irracional.
En esas ocasiones, los inversores no solo se basaron en pronósticos de base excesivamente optimistas, sino que no percibieron riesgos en absoluto. Los valores del VIX —una medida de la volatilidad percibida en los mercados financieros (a veces llamado «índice del miedo»)— se encontraban cerca de sus mínimos históricos tanto antes de 2007-2009 como de 2020.
Son varios los factores que pueden explicar por qué los eventos extremos nos toman por sorpresa con tanta frecuencia. En primer lugar, incluso los expertos técnicos pueden perder de vista el panorama general si no consideran datos lo suficientemente amplios. A veces solo se basan en datos recientes, suponiendo que en un mundo que cambia rápidamente, lo que ocurrió 100 años atrás es irrelevante. Los estadounidenses suelen llevar anteojeras adicionales: un foco excesivo en los Estados Unidos. Prestar poca atención al resto del mundo es uno de los peligros del excepcionalismo estadounidense.
El 2006, por ejemplo, los ases de las finanzas que fijaban los precios de los títulos estadounidenses respaldados por hipotecas se basaron principalmente en el historial de precios de las viviendas en EE. UU. y trabajaron sobre la base de que los precios de la vivienda nunca caen en términos nominales. Pero esa regla solo reflejaba el hecho de que los propios analistas nunca habían presenciado la caída simultánea en términos nominales de los precios de la vivienda. Los precios de la vivienda sí habían caído en EE. UU. en la década de 1930 y en Japón no hace tanto, en la década de 1990. Pero esos episodios no coincidían con la experiencia de vida de los analistas financieros en EE. UU.
Si esos analistas hubieran consultado un conjunto de datos más amplio, sus estimaciones estadísticas hubieran contemplado la posibilidad de que los precios de la vivienda eventualmente cayeran y los títulos respaldados por hipotecas se desplomaran. Los analistas financieros que limitan sus datos a su propio país y época son como los filósofos británicos del siglo XIX que concluyeron por inducción, a partir de sus observaciones personales, que todos los cisnes son blancos. Nunca visitaron Australia, donde se habían descubierto cisnes negros el siglo anterior, ni consultaron a un ornitólogo.
Por otra parte, incluso cuando los expertos aciertan suele ocurrir que los líderes políticos no los escuchan. En este caso, el problema es que los sistemas políticos no suelen responder ante alertas para las cuales el riesgo de desastres es del 5 % anual, un número aparentemente bajo, incluso cuando los costos predecibles por ignorar esa probabilidad son gigantescos. Los expertos que alertaron sobre una pandemia grave hicieron un análisis correcto de los riesgos. También lo hicieron Bill Gates y muchos otros observadores astutos en sectores tan diversos como la salud pública y el cine. Pero el gobierno federal estadounidense no estaba preparado.
Todavía peor es que en 2018 el gobierno de Trump haya eliminado la unidad del Consejo de Seguridad Nacional creada por el presidente Barack Obama para lidiar con el riesgo de pandemias; y reiteradamente intentó recortar los presupuestos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades y otras agencias de salud pública. No sorprende que el manejo de la pandemia en Estados Unidos —la falta de análisis de laboratorio y la peligrosa escasez de equipamiento e instalaciones para cuidados intensivos— sea tan decepcionante frente al de otras economías avanzadas, especialmente Singapur y Corea del Sur.
Pero, además de reducir la capacidad de respuesta estadounidense ante las pandemias, la Casa Blanca carecía de planes y no reconoció que podría necesitarlos, ni siquiera después de que se tornara obvio que el brote del coronavirus en China se difundiría por todo el mundo. En lugar de eso, el gobierno titubeó y desvió hacia otros las culpas, no aumentó la cantidad de análisis y mantuvo así la cantidad de casos confirmados en un número artificialmente bajo, tal vez para sostener el precio de las acciones.
En cuanto a la declaración de Trump de que «Nadie vio jamás algo parecido a esto», no hace falta ir más allá de cuatro años atrás, cuando el brote del ébola mató a 11 000 personas. Pero estaban lejos, en el África Oriental. La pandemia de gripe de 1918-19 ultimó a 675 000 estadounidenses (junto con aproximadamente 50 millones de personas en todo el mundo), pero eso fue hace 100 años.
Aparentemente, nuestros líderes políticos solo se impresionan cuando un desastre mata una gran cantidad de ciudadanos en sus países y en un momento que puedan recordar por experiencia propia. Si nunca viste un cisne negro con tus propios ojos, debe ser porque no existen.
El mundo ahora está aprendiendo una dura lección sobre las pandemias. Esperemos que el costo en vidas no sea muy elevado y que aprendamos las lecciones correctas.
Jeffrey Frankel, Professor of Capital Formation and Growth at Harvard University, previously served as a member of President Bill Clinton’s Council of Economic Advisers. He is a research associate at the US National Bureau of Economic Research, where he is a member of the Business Cycle Dating Committee, the official US arbiter of recession and recovery.