¿Impulsa, realmente, la globalización al populismo?

A ambos lados del Atlántico, crece el populismo, tanto de la izquierda como de la derecha. Su más visible abanderado en Estados Unidos es Donald Trump, el presunto candidato presidencial del Partido Republicano. En Europa, hay muchas corrientes – desde el partido izquierdista Podemos en España hasta el derechista Frente Nacional en Francia – no obstante, todas ellas tienen en común oponerse a los partidos de centro y, de manera general, oponerse a la clase política tradicional. ¿Cómo se explica la creciente revuelta de los votantes contra el statu quo?

La explicación que prevalece dice que el creciente populismo es una rebelión de los “perdedores de la globalización”. La lógica de este argumento indica que los líderes de EE.UU. y de Europa, al ir en busca de sucesivas rondas de liberalización del comercio internacional, hubiesen “ahuecado” la base de manufactura doméstica de sus países, reduciendo la disponibilidad de puestos de trabajo que pagan salarios altos a trabajadores poco cualificados, quienes ahora tienen que elegir entre el desempleo prolongado y trabajos de poca importancia en el sector servicios. Hartos de esto, los trabajadores están supuestamente rechazando a los partidos políticos del sistema tradicional por haber encabezado este “proyecto de élite”.

Esta explicación podría parecer convincente al principio. Al fin y al cabo, es cierto que la globalización ha transformado las economías de manera fundamental, enviando los puestos trabajos para trabajadores poco cualificados al mundo en desarrollo – un aspecto que las figuras populistas no se cansan de poner de relieve.

Además, el nivel de instrucción se correlaciona fuertemente con el ingreso y el desempeño que tienen los trabajadores dentro del mercado de trabajo. En casi todas partes, los que tienen un título universitario tienen muchas menos probabilidades de estar desempleados en comparación con los que no tienen una educación secundaria. En Europa, los que tienen un título de post-grado tienen, en promedio, tres veces más probabilidades de tener un trabajo en comparación con los que no han terminado la escuela secundaria. Entre los trabajadores que tienen empleo, son aquellos con formación universitaria quienes perciben, en su conjunto, ingresos mucho más altos que sus contrapartes con menor nivel educativo.

Pero si estos factores explican el surgimiento del populismo, de alguna manera dichos factores deben haberse intensificado en el transcurso de los últimos años, debiendo haberse deteriorado más rápido las circunstancias y las perspectivas de los trabajadores poco cualificados en comparación con las de sus contrapartes con altas cualificaciones. Y, ese simplemente no es el caso, especialmente en Europa.

De hecho, la educación superior ha proporcionado significativas ventajas en el mercado de trabajo durante mucho tiempo. A juzgar por los datos disponibles, la “prima salarial” para los trabajadores en ocupaciones que requieren altos niveles de la educación ha sido más o menos constante en Europa durante la última década. Si bien se ha aumentado en algunos países (Alemania e Italia), se ha reducido en otros (Francia, España, y el Reino Unido). La diferencia entre las tasas de empleo de los trabajadores altamente cualificados y la de los menos educados también se ha mantenido relativamente constante; y, en los hechos, los trabajadores menos educados han cerrado ligeramente la brecha durante los últimos años.

Una comparación entre la evolución en EE.UU. y Europa debilita aún más el argumento sobre los “perdedores de la globalización”. La prima salarial es sustancialmente mayor en EE.UU. (300-400%) que en Europa (50-80%). Otras estadísticas del mercado de trabajo, tales como las tasas de desempleo, muestran un patrón similar, lo que indica que la educación superior es más valiosa en el mercado laboral de Estados Unidos. Sin embargo, la economía de Estados Unidos es menos abierta a – y se ve menos afectada por – el comercio en comparación con la economía europea.

El último clavo en el ataúd del argumento que se basa en la globalización para justificar el surgimiento del populismo en Europa es el hecho de que la proporción de trabajadores poco cualificados (quienes no han completado la educación secundaria) está disminuyendo rápidamente. A principios del siglo, los trabajadores poco cualificados alcanzaban una cifra que sobrepasaba en más del 50% a la de los trabajadores con títulos universitarios. Al presente, en la fuerza de trabajo, los trabajadores con títulos universitarios casi superan en número a los trabajadores poco cualificados; siguiendo la lógica que prevalece, la porción de votantes que apoyan a los partidos anti-globalización debería estar reduciéndose.

Una explicación económica clara para un complicado fenómeno político es, sin duda, atractiva. Pero, tales explicaciones son raramente precisas. El auge del populismo en Europa no es una excepción.

Tenga en cuenta la situación en Austria. La economía está relativamente fuerte, sustentada por una de las tasas de desempleo más bajas de Europa. Sin embargo, Norbert Hofer, el líder del “Partido de la Libertad de Austria” (FPÖ), que es un partido populista de derecha, logró derrotar el mes pasado a sus competidores de ambos partidos tradicionales del centro en la primera ronda de las elecciones presidenciales. La principal área en la que Hofer centró su atención fue la inmigración.

El atractivo de la retórica anti-inmigrante de Hofer dice mucho, y refleja un patrón más amplio a lo largo del norte de Europa. En medio de una relativa estabilidad económica, un aumento de los salarios reales, y bajas tasas de desempleo, las quejas sobre los impactos económicos de la globalización económica, simplemente, no son tan poderosas. En contraposición, los partidos populistas de derecha parecidos al FPÖ, como por ejemplo en Finlandia el partido Verdaderos Finlandeses, y el partido alemán Alternativa para Alemania, están adoptando políticas de identidad, apostando a movilizar miedos y frustraciones populares, que van desde argumentos sobre la inmigración “peligrosa” a la “pérdida de soberanía” – que pasaría a la Unión Europea – hasta argumentos con el propósito de impulsar sentimientos nacionalistas.

En los países del sur de Europa, sin embargo, el impacto duradero de la crisis del euro hace que los argumentos económicos populistas sean mucho más poderosos. Es por esta razón que los partidos populistas de izquierda están ganando más apoyo allí, con la promesa de, por ejemplo, el otorgamiento de créditos fiscales para los trabajadores con salarios bajos. El caso más extremo es el del partido izquierdista Syriza en Grecia, partido que cabalgó hacia la victoria en las elecciones del año pasado utilizando promesas relativas a poner fin a la austeridad. (Una vez en el poder, por supuesto, Syriza tuvo que cambiar la melodía de sus promesas y alinear sus planes con la realidad.)

Llamar al ascenso del populismo en Europa una revuelta por parte de los perdedores de la globalización no es sólo simplista; es engañoso. Si vamos a detener el ascenso de fuerzas políticas potencialmente peligrosas en Europa, tenemos que entender lo que realmente está conduciendo dicho ascenso – incluso si la explicación es más compleja de lo que nos gustaría que sea.

Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister. He is the editor of Economie Internationale and International Finance. Traducción de Rocío L. Barrientos.

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