Impulsar la resiliencia al COVID-19

Más de 180 países y territorios han confirmado un caso de coronavirus, y la cantidad de casos a nivel mundial ha superado los 870.000. Como un gigantesco frente de tormenta, la crisis amenaza no sólo con hacer colapsar los sistemas de atención médica sino también con impactar de maneras impredecibles en el cuidado infantil, la educación, el empleo y el transporte.

La pregunta para los líderes nacionales es si sus países pueden o no capear esta crisis sin precedentes cuando atraviese las fronteras. Para hacerle frente, hace falta aceptar dos axiomas fundamentales. Primero, los riesgos globales como las pandemias se expresan tanto a nivel nacional como local. Segundo, ningún país por sí solo puede impedir que ocurran o mitigar su impacto.

Desafortunadamente, muchos líderes no parecen entender estas reglas. Algo en lo que generalmente coinciden es en que deben tomarse medidas económicas inéditas para abordar un shock de demanda y un shock oferta simultáneos de esta magnitud y duración. Mientras los ciudadanos esperan que se implementen estas medidas, cada comunidad está siendo puesta a prueba.

Los gobiernos y las empresas pueden hacer frente a estos desafíos aprendiendo a conocer –y fortaleciendo- su resiliencia, un término históricamente asociado a los materiales de prueba de tensión o estructuras en ingeniería. Luego de la Gran Recesión post-2008, la resiliencia surgió como un concepto medular para afrontar los riesgos financieros globales. Por ejemplo, en la edición de 2013 del Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial, la resiliencia se definió como la capacidad para “recuperarse más rápido después del estrés, tolerar un estrés mayor y estar menos perturbado por una cierta cantidad de estrés”.

El informe también destacaba que como “los riesgos globales se pueden manifestar en muchos países al mismo tiempo, pueden propagarse a través de los países que comparten fronteras, tener elementos fundamentales similares o depender de los mismos sistemas críticos”. El FEM propuso un marco nuevo para evaluar la resiliencia financiera. Mediante el uso de indicadores cualitativos y cuantitativos, la herramienta de diagnóstico funcionaba como un rayo X que los responsables de la toma de decisiones a nivel nacional podían utilizar para revelar los puntos débiles en la preparación para el riesgo global que no resultaban aparentes a través de métodos de evaluación de riesgo más tradicionales.

Una lección crucial para los líderes (particularmente a nivel local) es que la resiliencia es más importante cuando se trata de riesgos que son difíciles de predecir o, debido a una falta de conocimiento, de gestionar de manera efectiva. La lección más importante consiste en evitar examinar esos riesgos de manera aislada. Por el contrario, los líderes deberían adoptar la actitud del pensamiento sistémico, dependiendo de un proceso de múltiples capas para determinar los riesgos.

Los líderes ahora necesitan pensar en su país como un sistema que está conformado por sistemas más pequeños y es parte de sistemas más grandes que afectan la resiliencia de su país. Los riesgos globales pueden tener efectos profundos en la capacidad de gobernar de los políticos, en las relaciones entre empresas y gobierno, en la eficiencia del gasto del gobierno y la implementación de reformas, en la confianza pública, en las medidas anticorrupción y en la provisión de servicios para mejorar el desempeño de las empresas.

A diferencia de cómo se predicen las tensiones en un edificio en un huracán, predecir el estrés relacionado con el COVID-19 es una tarea de Sísifo. Los sistemas como la atención médica o la educación son demasiado complejos para que cálculos matemáticos determinen el riesgo y las consecuencias. Pero el pensamiento sistémico puede ofrecer una base para evaluar la resiliencia al considerar la robustez, redundancia, inventiva, respuesta y recuperación de un sistema –y de un país.

Cabe explicar algunas definiciones. “Robustez” significa diseñar sistemas infalibles y cortafuegos en las redes críticas de una nación y hacer que las cadenas de mando en la toma de decisiones sean modulares para responder a las circunstancias cambiantes. “Redundancia” implica tener capacidad de exceso y sistemas de respaldo para que la funcionalidad central de la infraestructura y las instituciones críticas se pueda mantener durante las turbulencias. “Inventiva” es la capacidad de adaptarse flexiblemente a las crisis de manera que las industrias y las comunidades puedan generar confianza y descubrir soluciones para resolver los retos no anticipados. “Respuesta” se refiere a la capacidad de movilizarse rápidamente frente a las crisis, equipados con métodos contundentes para reunir información relevante de todas las partes de la sociedad y comunicársela a los demás. “Recuperación” es la capacidad de recuperar un grado de normalidad después de una crisis o un acontecimiento.

Es imperativo que los líderes aumenten la resiliencia. Para hacerlo, los gobiernos deben garantizar la confianza pública para actuar de manera efectiva y eficiente, y el sector privado debe trabajar con los gobiernos para asegurar una preparación y una respuesta local. Otra manera de aumentar la resiliencia es que la sociedad civil sea un guardián de la corrupción, el despilfarro y la transparencia. La Plataforma de Acción ante el COVID del FEM, en alianza con la Organización Mundial de la Salud, está movilizando a las partes interesadas con el fin de proteger vidas y subsistencias, y mejorar esos esfuerzos en todo el mundo.

En el caso de aquellos países en todo el mundo que ya enfrentan brotes serios del COVID-19, la solidaridad, la compasión y la colaboración que estamos observando son un testimonio del poder de la resiliencia local. En el caso de los países o comunidades que todavía no se han visto afectados gravemente, los líderes deben actuar ahora.

Lee Howell is a member of the Management Board of the World Economic Forum.

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