Incentivos y universidad: visión desde la economía

Por Luis C. Corchón, Universidad Carlos III (ABC, 16/11/06):

EL tema clásico de los economistas es el estudio de la competencia. Nuestra creencia en los efectos generalmente beneficiosos de ésta no se limita al mercado, sino que alcanza a organizaciones como partidos políticos o universidades. La importancia de la competencia entre éstas para el logro de la excelencia es un hecho documentado históricamente: a la vista del desgraciado estado de la Sorbonne, Francisco I, en vez de intentar reformarla, creó el College de France, con efectos beneficiosos sobre ambas instituciones.

El enfoque de los incentivos estudia las organizaciones creando modelos según los intereses de los sujetos que las componen. Este enfoque subsume al anterior ya que considera a la competencia como un sistema de incentivos más. Pasemos revista ahora a algunos ejemplos de los incentivos en acción.

Consideremos primero el caso de los manuscritos del Mar Muerto. Al principio, los arqueólogos ofrecían a los beduinos una recompensa por cada trozo de manuscrito. Y aunque muchos manuscritos estaban originalmente de una pieza, los beduinos los troceaban para obtener mejor recompensa. Parte del problema de recomponer los manuscritos fue causado por un sistema de incentivos inadecuado.

Los incentivos, a veces, determinan el rendimiento de los deportistas. Sergei Bubka batió el récord del mundo de pértiga en diez ocasiones por un centímetro. Pues bien, Bubka recibía 18.000 dólares cada vez que batía el récord del mundo y, por tanto, tenía fuertes incentivos para batirlo por la mínima altura posible.

Monumentos tan impresionantes como Santa Sofía tardaron seis años en construirse, mientras que muchas catedrales tardaron siglos en terminarse. Pero Santa Sofía fue construida por encargo de un emperador que tenía incentivos para invertir en su construcción, mientras que las catedrales fueron financiadas por contribuciones voluntarias de individuos para quienes este proyecto no era prioritario.

Un contrato típico de un futbolista tiene un fijo -que en los contratos de la Bundesliga suele ser un 50 por ciento del total-, una parte que depende de los puntos conseguidos por el equipo y una parte que depende del tiempo jugado. Las dos últimas partes incentivan que el esfuerzo individual redunde en la clasificación del equipo. El fijo se explica porque los futbolistas están sujetos a riesgos -pueden lesionarse, enfermar, etcétera- y un contrato que pague sólo en función de la participación es demasiado arriesgado. Pero si el contrato les cubriera totalmente contra el riesgo, no tendrían incentivos para esforzarse.

La conclusión es que los problemas de incentivos no se arreglan con dinero, sino con esquemas de remuneración adecuados. Así, el éxito económico reciente de China y Vietnam se debe a que la población tiene incentivos para esforzarse y para no esconder sus capacidades productivas.

Los resultados anteriores pueden aplicarse a cualquier institución, y en concreto a la universidad. Podemos decir que así como los beduinos rompían los papiros, así se rompe una universidad que tiene los incentivos equivocados.

La universidad pública tiene un amplio campo de acción en las economías de mercado. Cualquier persona con talento, pero sin los medios para obtener una buena educación privada tiene derecho a realizar su potencial intelectual. Y la mejor garantía de una movilidad social regida por la valía y el esfuerzo personal, y no por el azar o la pertenencia a ciertos grupos de amigos, es una universidad pública que persiga la excelencia.

Pero en el caso de España hay otra razón. Hemos conquistado un lugar entre las naciones más desarrolladas, entre otras cosas, exportando bienes de calidad aceptable a buenos precios. Esta función está siendo tomada por países como China, India o Vietnam ¿Qué vamos a producir entonces? Si deseamos seguir siendo un país rico, sólo podremos producir bienes intensos en tecnología, y esto sólo será posible teniendo una universidad de calidad comparable a la de los países más desarrollados.

Llegados a este punto debemos reflexionar sobre la universidad española. Como ésta es una tarea demasiado ambiciosa, me limitaré al campo que mejor conozco, la economía.

Existen muchos rankings de universidades en Europa. En todos ellos aparecen cuatro universidades españolas: Autónoma de Barcelona, Carlos III, Pompeu Fabra y Alicante (ver Dr_ze y Estevan «Research and higher education in economics: can we deliver the Lisbon objectives?», disponible en la red). ¿Cómo se han conseguido estas clasificaciones tan meritorias? Una mirada a estas instituciones revela rasgos organizativos comunes:

1) Los doctorados se imparten en inglés y están abiertos a estudiantes de todo el mundo.
2) Los egresados del doctorado nunca se colocan en sus departamentos de origen.
3) Acuden a los mercados de trabajo español y americano para reclutar a sus fichajes y colocar a sus estudiantes de doctorado.
4) Tienen sistemas de incentivos que remuneran la investigación de calidad.

Todos estos procedimientos son baratos, por lo que hemos podido alcanzar posiciones envidiables sin grandes gastos. Pero esta situación está cambiando. El Gobierno francés ha promovido la Paris Graduate School con una inversión millonaria. Y en un movimiento que recuerda al antes citado de Francisco I, L´Ecole Polytechnique ha comenzado a planear su doctorado ofreciendo contratos millonarios a académicos franceses residentes en USA. Termino así con una nota de preocupación: una universidad competitiva a nivel europeo necesita dinero (aunque menos que un club de fútbol que quiera ser competitivo a nivel europeo) y, sobre todo, unos esquemas de incentivos que remuneren la excelencia medida de manera objetiva por órganos independientes. Si queremos seguir jugando la Champions de la ciencia, el dinero se tendrá que repartir de manera distinta a la tradicional en la universidad española, y si no... «que inventen ellos».