Incertidumbres económicas de una guerra

Por José Manuel Fernández Norniella, presidente de las Cámaras de Comercio (ABC, 25/02/03):

EL imperativo de la supervivencia se ha basado en muchos factores apenas visibles. El primero de ellos, el de la integridad del mundo. La interdependencia de las naciones se manifiesta vívidamente en estos momentos de tensión e incertidumbre ante la posibilidad de una confrontación bélica a gran escala. La guerra nunca es buena, siempre es la justificación del fracaso de los hombres. Por eso, mientras estén en marcha las negociaciones y haya una posibilidad, por remota que sea, de salvar resoluciones y acuerdos sujetos a posibles correcciones internas, hay que apostar por la contención. Todo puede tener su momento y lugar adecuado. La fuerza siempre es el último recurso.
La mayoría de indicadores internacionales señala deterioro del clima económico global, especialmente en Europa, coincidiendo con la escalada bélica. Países ya con problemas en sus economías como Alemania o Japón verían seriamente afectadas sus posibilidades de recuperación en 2003, y por ende la Unión Europea y otras zonas de libre comercio. Tampoco es probable que, a corto plazo, Estados Unidos crezca internamente por la guerra. Eso significaría que el estancamiento europeo tendrá otro motivo más para prolongarse en el tiempo. La incertidumbre siempre afecta al crecimiento europeo.

En mayor o menor grado, la renta de los países desarrollados se verá, si no disminuida, al menos congelada en el futuro inmediato, incidiendo en otras zonas geográficamente alejadas del conflicto y políticamente neutrales, en forma de empeoramiento de sus perspectivas económicas. Un ejemplo claro es Iberoamérica, donde el previsible descenso de inversiones extranjeras y flujos turísticos conduciría a una mayor inestabilidad económica y social de la región.

En caso de que finalmente se produjera una guerra, las consecuencias para la economía mundial son de difícil predicción. La subida del precio del petróleo sería el principal factor de desestabilización de una economía ya de por sí ralentizada desde hace años. El nivel potencial de precios dependería de la destrucción de la infraestructura petrolera de Irak. Si la Alianza encabezada por EE.UU. consiguiera comercializar el crudo iraquí rápidamente tras un hipotético enfrentamiento, los efectos serían limitados a corto plazo.

No obstante, una política de «tierra quemada» obligaría a dedicar cinco o diez años a reconstruir infraestructuras, y colocaría el barril en 40 ó 50 dólares, casi el doble que en la actualidad. Podría producirse un fenómeno similar al de la Guerra de 1991: los precios se incrementarían durante un breve plazo de tiempo para luego descender a niveles anteriores al conflicto, pero todas estas previsiones están abiertas a múltiples hipótesis.

La economía española, una de las más abiertas del mundo, no sería una excepción a la regla, aunque es difícil expresar en cifras hasta qué punto podría verse afectada. Los efectos directos de un posible conflicto sobre el sector exterior son pequeños. Las relaciones que mantenemos con Irak solamente suponen un 0,08 por ciento del total. Las importaciones no llegan al 0,3 por ciento. Además, con la zona de Oriente Próximo se realiza menos del 2,5 por ciento de todo el comercio exterior español.

Ambas situaciones nos aislan, a priori, de efectos frontales. Sin embargo, España no estará libre de los indirectos, más intensos a medida que se alargue la guerra.

El más importante, además del clima generalizado de incertidumbre, será el que afecte al turismo: miedo a volar, a posibles acciones violentas y modificación de pautas de gasto. Las compañías aéreas españolas ya han elaborado planes de contingencia ante la posible contracción de demanda de pasajeros y la subida de precios del petróleo.

En cualquier caso, Iberia es una de las grandes aerolíneas europeas con menor actividad en Oriente Medio por lo que, en principio, vería resentirse su facturación en menor medida que sus competidores. En cualquier caso, el conflicto latente ya afecta a la economía, en forma de incertidumbre, uno de los factores que puede retrasar la esperada recuperación económica global.

Todo el comercio bilateral hispano iraquí pasa por el método «Petróleo por Alimentos», al que las empresas españolas, en gran medida, se han acogido. Repsol YPF y Cepsa han importado crudo iraquí desde la creación del programa. En el año 2000, desacuerdos entre la ONU y la Administración de Sadam Husein provocaron un cambio en la política de venta de crudo que obligó a las petroleras europeas a optar en buena medida por otros países de suministro. Las desavenencias político-económicas se resolvieron satisfactoriamente a finales de 2002, lo que incrementaría de nuevo las exportaciones de la principal materia prima iraquí, siempre que no se materialice el conflicto armado. En lo que respecta directamente a España, el crudo que tanto Cepsa como Repsol compran en Irak es, por volumen, fácilmente sustituible y podría adquirirse en otros mercados sin grandes dificultades.

A pesar del embargo internacional y la incertidumbre, Irak es un mercado de grandes oportunidades para la empresa española, que no ha dejado de participar en las acciones de promoción comercial de las Cámaras y de otras instituciones españolas durante 2002.

Tendremos que esperar a los acontecimientos de los próximos meses para retomar el pulso comercial a un país rico y pendiente de su reconstrucción desde la Guerra del Golfo.

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