Incoherencias con el Estatut

Por Jordi Porta, presidente de Òmnium Cultural (EL PERIÓDICO, 30/12/05):

Agotado el plazo para presentar enmiendas y llegar a acuerdos previos a la tramitación en el Congreso del nuevo Estatut d’Autonomia de Catalunya, resulta conveniente repasar lo que ha ocurrido, o mejor, lo que se ha dicho desde el 30 de septiembre.

Es posible que el lector habitual de periódicos esté un poco desconcertado con los argumentos que han utilizado algunos políticos durante ese periodo. Por ejemplo, después de habernos explicado del derecho y del revés que estamos viviendo una época de globalización, de que la libre circulación de mercancías y capitales es obligada, de que no se pueden poner puertas al campo, de que hoy el mercado es internacional, pues ahora resulta que una persona ponderada y competente como el ministro de Economía, Pedro Solbes, nos dice que no puede aceptarse la propuesta de financiación del nuevo Estatut, porque, entre otras razones, se quebraría la unidad de mercado.

Sorprendente. Las preguntas son inevitables. ¿A qué mercado se refiere? ¿Al mercado español? ¿Al europeo? ¿No habíamos quedado en que los estados ya no justifican su existencia, como en el siglo XIX, por la necesidad de salvaguardar un mercado propio y protegido?

Por otro lado, en España, ¿qué unidad de mercado representa que una vivienda en Catalunya cueste el doble del precio que la misma vivienda en Extremadura? ¿Y cómo se salva la unidad de mercado con la deslocalización de las empresas? Las respuestas no parecen poder ser muy coherentes.

Otro de los temas objeto de argumentaciones contradictorias o curiosas es el que se refiere a la introducción del término nación en la denominación que el Estatut prevé para designar a Catalunya. Se ha dicho que éste es un aspecto secundario y simbólico y que no hay que darle importancia. Lo curioso es que para tener tan poca importancia haya levantado tanta polvareda en el resto del Estado.

La importancia se la damos, es evidente. Después de haber criticado durante años a catalanes y vascos por su nacionalismo, ahora resulta que lo que es intocable o de interpretación unilateral en la Constitución de 1978 es aquella expresión de la indisoluble unidad de la nación española. Nacionalismo puro y duro y, además, garantizado por las Fuerzas Armadas.

LA VERDAD es que, en otro contexto, el espectáculo de la pasada cumbre europea, en cuyo curso se tenía que aprobar el presupuesto de la Unión, ha sido ejemplar –es un modo de decirlo– como superación de los nacionalismos de Estado. Todos los jefes de Gobierno han intentado arrancar tanto dinero como han podido para casa. Tony Blair para conservar el cheque británico, Dominique de Villepin para aumentar la factura agrícola francesa, José Luis Rodríguez Zapatero para mantener las ayudas del fondo social hasta el 2013, etcétera.

No hemos escuchado muchas palabras de solidaridad interterritorial a favor de las necesidades de los países de nueva incorporación a la Unión. En el caso español, además, a la vuelta del presidente Zapatero de Bruselas hemos podido leer y escuchar las manifestaciones de algunas inefables personalidades del Partido Popular rasgándose las vestiduras por los pocos favores que se habían conseguido para España.

¿No habíamos quedado en que la construcción de espacios políticos más amplios exigía superar el marco de los estados? Y en este contexto aún surgió un grupo autodenominado de intelectuales que creían que todo el arco parlamentario catalán, desde el Partido Popular hasta Iniciativa-Verds, era nacionalista, y que se necesita una formación no nacionalista en Catalunya. Quizá sería más adecuado que fueran a predicar en el resto del Estado. En todo caso, visto el panorama, parece bastante difícil lograr este objetivo como no sea en un espacio extraterrestre. O quizá estos no nacionalistas sean nacionalistas españoles sin darse cuenta, lo cual ya sería curioso partiendo de una supuesta intelectualidad. Tenemos una larga experiencia de esta coartada anticatalanista, de tan vieja tradición.

En fin, la propuesta de un nuevo Estatut para Catalunya sigue siendo la apuesta jurídico-institucional para que nuestro país disponga de los instrumentos necesarios para afrontar los retos de futuro. Algunos son comunes en España y en Europa. Por esto formamos parte de ésta. Pero hay muchos más, desde las necesidades productivas y de infraestructuras, pasando por las políticas sociales específicas y acabando por las particularidades lingüísticas y culturales, que requieren unos niveles de autogobierno que en 1979 no podían afrontarse, tanto porque las condiciones de la transición, bajo la tutela franquista, no lo hacían posible, como porque las circunstancias históricas generales eran otras.

EN REALIDAD, los movimientos de globalización, por un lado, y de recuperación de los poderes nacionales subestatales, por otro, son complementarios. Es lo que va sucediendo en todas partes y que en el Reino Unido, a partir de derechos históricos, entendemos como devolution.

En cuanto a nuestro proyecto de Estatut, mientras se mantenga la unidad de las cuatro fuerzas políticas que aprobaron el texto el 30 de septiembre, habrá que reclamar el respeto para Catalunya y para la voluntad democráticamente expresada de sus ciudadanos. La unidad del 89% de nuestra representación parlamentaria es absolutamente indispensable si queremos contrarrestar los intentos de recortes de los contenidos.