Incongruente minuto 17'14

De nuevo, esta vez durante el partido entre el Barça y el Celtic, el Camp Nou estalló en un clamor independentista en el minuto 17 y 14 segundos, si bien el equipo escocés saboteó dichos cánticos con un contragolpe, marcando un inesperado gol que nos dejó a los culés algo aturdidos. Anécdotas aparte, y más allá del debate sobre si es legítimo mezclar fútbol y política, sorprende la forma como el soberanismo está convirtiendo lo que fue una guerra de sucesión a la Corona española en un relato secesionista que pretende establecer una relación directa y causal con el presente. Es evidente que existe un programa político, disfrazado de historiográfico, diseñado para convertir el tricentenario, el próximo 2014, en un momento cumbre a favor de la separación. Se trata de propagar la idea de que Catalunya, tras la derrota del 11 de septiembre, perdió la independencia y de que si le fuese restituida la soberanía y los derechos históricos, hoy tendría plena legitimidad jurídica para separarse de España al margen del actual marco constitucional.

Como demócrata acepto que pueda plantearse la secesión, pero no transijo con la manipulación de la historia. Si los independentistas desean recurrir al pasado, tentación inevitable, deberían buscar otras referencias más adecuadas. Podrían celebrar, por ejemplo, el minuto 16'41, cuando la rebelión contra la política del conde-duque de Olivares llevó al president de la Generalitat, Pau Claris, a proclamar una efímera república catalana. La influencia francesa hizo que Luis XIII fuese reconocido a los pocos días como nuevo soberano catalán y proclamado conde de Barcelona. La separación de Catalunya finalizó en 1652 con la entrada de las tropas de Juan de Austria, que fueron recibidas con alivio, pues la alternativa francesa, basada en el centralismo y el absolutismo borbónico, no era del agrado de las élites catalanas. En realidad, la guerra dinástica a la muerte de Carlos II, máximo exponente del retorno al foralismo de los Habsburgo, no se entiende sin ese sentimiento profundamente antifrancés que el periodo anterior inoculó en buena parte de la población. El Tratado de los Pirineos (1659) puso fin a la guerra de los 30 años, pero a Catalunya le fueron extirpadas las comarcas del Rosselló.

Creo que las preguntas interesantes sobre la guerra de sucesión son las siguientes: ¿hasta qué punto fue un conflicto inevitable? y, sobre todo, ¿por qué Catalunya apostó tan fuerte por el archiduque Carlos de Austria cuando en las Cortes de 1702 Felipe V dio satisfacción a las demandas catalanas? Pues bien, hay que subrayar ante todo que se trató de una confrontación europea, que solo después acabó derivando en una guerra dentro de España. El conflicto jamás hubiera estallado sin el temor de ciertos países (Inglaterra, Holanda y el Imperio Austrohúngaro) a que la unión de Francia y España bajo una misma dinastía, la casa de Borbón, acabase por imponer su hegemonía al resto de Europa.

El austricismo catalán, pues, se configura a partir de la seguridad en la superioridad militar de los aliados frente a Francia. La guerra estalla en 1704 y, en mayo, una flota angloholandesa intenta desembarcar infructuosamente en Barcelona, contando con el apoyo decidido de una parte de la nobleza, que huye ante las seguras represalias borbónicas. En 1705, un grupo de exiliados catalanes firma el Pacto de Génova con Miltford Crow, representante de la reina Ana de Inglaterra, comprometiéndose a luchar a favor del archiduque con el fin de proclamarlo rey de España. Por su parte, la reina de Inglaterra se compromete, si el resultado de la guerra fuera adverso, a defender los «privilegios y leyes del principado», cosa que al final no hizo.

A partir de ese momento, los acontecimientos bélicos se precipitaron y la sociedad catalana se vio arrastrada a un conflicto cada vez más cruento. Frente a la visión romántica, es importante aclarar que Catalunya no se embarcó en la guerra porque sus libertades estuvieran amenazadas. Solo al final la lucha revistió ese carácter ante el ánimo vengativo de Felipe V, cuando los catalanes fueron abandonados a su suerte ante el cambio de escenario internacional. Nuestras élites políticas y económicas se sumaron a la causa del archiduque porque pensaron que sería más respetuoso con una visión compuesta de España, obtendrían más ventajas y, sobre todo, porque creían segura la victoria militar. Sin duda, el sentimiento antifrancés y, en parte, también anticastellano enconó la lucha, sobre todo entre los sectores populares.

Hay guerras que pueden ser juzgadas inevitables, pero esta no lo era para Catalunya. La foralidad vasconavarra, por ejemplo, quedó a salvo tras los decretos de Nueva Planta. Alerta, pues, con el minuto 17'14, pues transforma esa dramática fecha en un falso precedente secesionista.

Joaquim Coll, historiador.

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