Independentistas que niegan el derecho a decidir

Independentistas que niegan el derecho a decidir

Como mi mujer es valencianoparlante, como yo hablo español y el mundo inglés, decidimos que nuestro hijo tuviera una educación trilingüe que fomentase las dos primeras lenguas. Sin embargo, al ver que ningún colegio público o privado de Castellón capital nos ofrecía esa posibilidad, optamos por una educación bilingüe, mitad en valenciano, mitad en castellano.

Eran los días en que nos enteramos de que la conselleria d’Educació había presentado a los centros un nuevo programa educativo plurilingüe para el primer ciclo de primaria. Aunque dicha conselleria está en manos del partido catalanista Compromís -defensor de la inmersión lingüística-, le dimos un voto de confianza; pero enseguida descubrimos la trampa: los alumnos que elijan el nivel avanzado (seis asignaturas en valenciano, dos en inglés y una en castellano), tendrán doble premio al acabar el bachillerato, el título B1 en inglés y el Mitjà de valenciano (en los otros niveles, a pesar de dar casi las mismas horas de inglés, no se obtiene el B1).

El nuevo programa ya ha tenido tres impugnaciones en los tribunales de organizaciones que consideran que vulnera gravemente el derecho a la educación y a la igualdad con agravios comparativos. El ministro de Educación, Méndez de Vigo, dijo en un principio que denunciaría al Consell si no lo retiraba, pero, tras unas pequeñas modificaciones que en nada cambian la esencia del programa, ha acabado aceptándolo -¿qué podíamos esperar del Gobierno central, incapaz de hacer cumplir las sentencias en Cataluña?-.

Aún nos quedaba una última decepción: todos los colegios de Castellón capital han optado por el nivel avanzado, con lo cual, si queremos que nuestro hijo vaya a la escuela pública, sólo va a recibir una asignatura en español. ¿Dónde está nuestro derecho a decidir como padres en una comunidad con dos idiomas oficiales, cuyo Estatuto de Autonomía dice que nadie podrá ser discriminado por razón de su lengua?

Siempre he mirado con perplejidad la inmersión lingüística catalana, sin entender que periodistas como Julia Otero o Jordi Évole la defiendan. Me acuerdo de las palabras de Leo Messi: “Mi hermanita volvió a Argentina porque en la escuela le hablaban catalán y lloraba”. ¿Dónde estuvo el derecho a decidir de los padres de Messi?

Al ver cómo una variante de la inmersión lingüística ha llegado a mi ciudad siento indignación, pena. En algunos pueblos de nuestra provincia hace años que la escuela pública sólo ofrece línea en valenciano, pero nunca creí que pasaría en una ciudad con tantos castellanohablantes como Castellón.

El gobierno de la Generalitat, presidido por el socialista Ximo Puig, es el responsable de haber puesto de conseller de Educación a Vicent Marzà, quien en la Diada de 2014 dijo en una emisora catalana: “Sin Valencia no hay independencia. Sin desobediencia tampoco”. ¿Cómo puede depender de alguien así la educación pública de niños y adolescentes? El día que Ximo Puig le otorgó la conselleria se produjo la segunda transferencia educativa: si la primera había ido de Madrid a Valencia, esta segunda ha viajado de Valencia a Barcelona. La nueva Canal 9 se va a llamar À., un logotipo utilizado habitualmente por el independentismo catalán; su directora general será Empar Marco, corresponsal de TV3 en la Comunitat.

La catalanización de la Comunidad Valenciana tiene casi tantos años como la democracia. Ojeando mis libros de BUP de Llengua i Literatura, he encontrado varias aberraciones históricas: “A l’època de la dinastia Flàvia (69-96) hom ja pot parlar dels Països Catalans com d’un país romà, perquè és aleshores quan Tarragona proporciona a l’Imperi personatges d’un cert relleu i quan Barcelona s’omple de bells edificis públics i s’expansiona mercès al comerç i a la agricultura del seu entorn”; “a finals del segle XV, la unió de la Corona catalano-aragonesa amb la de Castella com a conseqüència del casament dels Reis Catòlics”.

En los libros, Cataluña es el Principat; la Comunidad Valenciana, el País Valencià; y Mallorca, les Illes. De todos estos territorios, el único que nunca ha sido reino es Cataluña (tan sólo Gerona fue principat en la Edad Media). El matrimonio de los Reyes Católicos unió la Corona de Aragón con la de Castilla. Quien miente tan burdamente a niños y adolescentes es capaz de cualquier cosa.

Para que las manipulaciones catalanistas hayan permeado una parte importante de la sociedad valenciana, ha sido necesaria la colaboración, por acción u omisión, del PSOE y del PP, que no han entendido, o no han querido entender con tal de conservar el poder, que lo más rancio e intolerante que ha habido en España desde Franco son los nacionalismos periféricos.

¿Y cuándo empezó a ser catalanista Cataluña? Francesc Cambó, el líder de la Lliga Regionalista, en sus Memorias nos da algunas pistas: “En su conjunto, el catalanismo era una cosa mísera cuando, en la primavera de 1893, inicié en él mi actuación... Organizamos excursiones por los pueblos del Penedés y del Vallés, donde había algún catalanista aislado... No creo que hiciéramos grandes conquistas: los payeses que nos escuchaban no llegaban a tomarnos en serio... Aquel era un tiempo en que el catalanismo tenía todo el carácter de una secta religiosa. Puede decirse que todos los catalanistas se conocían entre sí”. (Por cierto, cuando Cambó fue a una sociedad popular de Valencia y se puso a hablar, los silbidos le impidieron continuar, pues el público no quería que le hablasen en catalán).

Josep Pla corrobora la visión prosaica del líder de la Lliga: “Los catalanistas eran muy pocos. Cuatro gatos. En cada comarca había aproximadamente un catalanista: era generalmente un hombre distinguido que tenía fama de chalado”.

Ramón y Cajal dice que la mecha que provocó el incendio fue puramente económica: la pérdida del mercado colonial en 1898, la vuelta a la “nativa desnudez peninsular”, en palabras orteguianas. Ocho años después se celebró en Barcelona el I Congrés Internacional de la Llengua, organizado por el químico Pompeu Fabra. Según mis libros de BUP, Fabra “tenia la preparació tècnica d’un romanista i qualitats humanes excepcionals”; según Unamuno, “era un mal aprendiz de filólogo que elaboró una lengua bastarda infectada de galicismos”. En aquel congreso escogieron el dialecto más hablado de Cataluña -el barceloní- como lengua estándar con el objetivo de imponerlo en sus Països Catalans.

Era la época en que Noruega se había separado de Dinamarca, potenciando las mínimas diferencias léxicas entre el noruego y el danés (no mayores que las del catalán y el valenciano). Mientras los catalanes empezaban a ganar el partido con la táctica del aburrimiento, ningún congreso internacional, ningún brujo de laboratorio, quiso recordar que la reconquista del Reino de Valencia fue una iniciativa aragonesa, no catalana, con lo cual no pudieron traernos su lengua. Ningún congreso internacional, ningún brujo de laboratorio, quiso recordar que la primera traducción de la Biblia del latín a cualquier lengua romance fue la que hizo Bonifaci Ferrer en lengua valenciana; que el primer siglo de oro (del XIII al XV) de una lengua romance es de autores que dicen escribir en “romanç valencià” (Vicente Ferrer, Joanot Martorell, Ausiàs March…); que el primer diccionario traducido del latín a cualquier lengua romance fue El Liber Elegantiarum, de Joan Esteve; hay referencias a la lengua valenciana en el Compromiso de Caspe (1412) y en documentos de la Inquisición; también la nombran Cervantes, Quevedo, Galdós...

Alguien tan ecuánime como Dámaso Alonso escribió: “La lengua valenciana y la catalana están en paridad y al mismo nivel, existiendo una mayor antigüedad de la lengua valenciana, ya que sus raíces se hallan más próximas al latín”. Y otro sabio ecuánime, Salvador de Madariaga: “La lengua valenciana difiere lo bastante de la catalana para poder permitirse gramática y vocabularios propios”.

Pero ya nos advirtió Borges de que la verdad histórica no es lo que sucedió, sino lo que juzgamos que sucedió: si en 1912 Cataluña era una mancomunidad de diputaciones, con el estatuto del 32 ya era una región. Ese año Cajal señalaba que, en la Facultad de Medicina de Barcelona, “todos los profesores, menos dos, son catalanes y nacionalistas; por donde se explica la emigración de catedráticos y de estudiantes”. Después, gracias a la Constitución del 78, Cataluña ya era una nacionalidad. En un siglo, ha pasado de ser una mancomunidad de diputaciones a estar llamando a la mítica puerta de la independencia. Pompeu Fabra y sus acólitos han hecho un buen trabajo.

En las aulas de la Comunidad Valenciana, desde 1983, por obra y gracia del entonces conseller d’Educació, Ciprià Císcar, y del Gobierno socialista presidido por Joan Lerma, se enseña el dialecto barceloní, obviando el valenciano de los clásicos, que ha llegado hasta el siglo XXI a través de Les Normes del Puig.

En todos los colegios públicos de Francia, el francés es la lengua vehicular, potenciando su aprendizaje en primaria (a pesar de que también se habla el occitano, el bretón, el corso y el alsaciano). En España, los nacionalistas-independentistas ya hace años que borraron la enseñanza del español de las aulas públicas catalanas, y van camino de hacer lo mismo en las valencianas. El corresponsal de Cultura del Frankfurter, Paul Ingendaay, tildó de “limpieza lingüística” la política en Cataluña. Ingendaay veía una “utilización de la tutela lingüística, que una vez reprocharon a Franco y que ahora ellos practican”. Denunció también “la multiplicación de multas” contra comercios que rotulan en castellano.

Igual que a mí, a Vicent Marzà “lo nacieron” en Castellón de la Plana. Si algún día tiene hijos, defenderé que los pueda educar en la lengua valenciana (él preferirá llamarla catalana). No puedo entender por qué vulnera mi derecho a decidir que Adrián tenga una educación en español.

José Blasco del Álamo es periodista y escritor.

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