Indicadores engañosos

“Si no se puede medir, no se puede controlar”. Ese es el pensamiento en el que se sustentan medidas como el Producto Interno Bruto y otros indicadores agregados que informan sobre la salud de economías nacionales de todo el mundo. Los responsables del diseño de políticas y planificadores han usado estas cifras durante décadas para ayudarse a guiar el crecimiento económico interno.

Sin embargo, depender del PIB y de otros indicadores tradicionales puede estar saboteando un objetivo profundamente buscado: el desarrollo de economías innovadoras prósperas. Ahora, algunas partes fundamentales del sector de tecnologías de la información casi no se registran en las cuentas nacionales. Mientras que el PIB mide el valor de mercado de todos los bienes y servicios producidos en un país, muchas empresas exitosas de la era digital (por ejemplo, Wikipedia, Facebook, Twitter, Mozilla, Nestcape, etc.) no producen bienes y los servicios que ofrecen son gratuitos.

Dichas empresas son las mismas que tienden a recortar la productividad de firmas tradicionales. Aplicaciones de navegación gratuitas han contraído las ventas de Garmin, el sistema de navegación pionero, GPS, que alguna vez fue una de las empresas de más rápido crecimiento de los Estados Unidos. Skype está acabando con el sistema de llamadas internacionales por minuto.

Estos avances llaman la atención sobre la necesidad de crear nuevas mediciones de crecimiento que consideren nuevos tipos de empresas. Además, como estas mediciones tienen que ver con la innovación, también deben tener características de creación. Los responsables del diseño de políticas tienen que entender cómo establecer, gestionar y, por ende, medir las condiciones que alienten a innovadores a congregarse en una región y forjar ahí un futuro próspero. Los indicadores de innovación deben reflejar el valor de nuevas ideas antes de que estas ideas se hagan rentables de acuerdo a las formas tradicionales de medición.

En el mundo en desarrollo es especialmente urgente crear estas mediciones. Las economías emergentes usualmente usan la Inversión Extranjera Directa (IED) como criterio para medir el progreso. Dicho indicador es pertinente usarlo en las etapas tempranas de desarrollo: las economías pobres necesitan capital externo para construir fábricas, capacitar a trabajadores e invertir en los ciudadanos comunes.

Sin embargo, la inversión extranjera a menudo se dirige a proyectos de margen y riesgo bajos: fundidoras de hierro, fábricas de cemento, etc. En contraste, la innovación es un esfuerzo de alto riesgo y gran recompensa. Incluso las principales multinacionales no son las primeras en invertir en una nueva idea. La innovación más disruptiva del mañana puede no tener efecto en la IED o el PIB actuales.

Así pues, para países como China, la India y Brasil, que están tratando de impulsar sus culturas nacionales de innovación, los objetivos de la IED en realidad impiden a los planificadores gubernamentales llegar a las personas y compañías que más probablemente adoptarían enfoques creativos para abordar problemas.

Así pues, ¿cómo es la innovación valiosa en términos de datos macroeconómicos, que años antes dio paso a Google, Bayer, Porsche o Alibaba? ¿Cuáles son las cifras que expresan mejor un ecosistema de  innovación pujante en su etapa temprana?

Ya conocemos algunos de los ingredientes esenciales. Incluyen, talento de alto nivel, emprendedores constantes con buenas trayectorias, empresas nuevas (start-ups) respaldadas por capital respetable y productos vanguardistas, y con derechos de propiedad intelectual. Analistas de mi compañía recientemente realizaron un estudio para saber si estos ingredientes se podrían cuantificar. Los resultados preliminares muestran que sí.

Por ejemplo, descubrimos que cinco de las start-ups más exitosas de hoy en el sector de tecnologías de la información tenían dos atributos en común para finales de su tercer año de operación: habían solicitado más de una patente y habían creado más de una firma central de capital de riesgo. En los siguientes años, el ingreso acumulado de estas cincos compañías era seis veces mayor al de aquellas start-ups escogidas aleatoriamente.

Los economistas podrían ampliar dichos análisis para desarrollar una serie de indicadores de desempeño centrales para las economías innovadoras jóvenes. Y los gobiernos podrían usar estas mediciones para identificar start-ups, talentos y productos que tengan el mayor potencial de éxito futuro. Este enfoque se podría aplicar a cualquier incubadora de proyectos de alta tecnología –en los países en desarrollo o en otros lugares– que mide el éxito actualmente solo en dólares.

Por supuesto, dichas mediciones solamente mejorarían las probabilidades de éxito, no lo garantizarían. Las economías innovadoras siempre necesitarán inversiones en numerosos ámbitos para producir los pocos ganadores que en última instancia consolidarán el ecosistema maduro. Sin embargo, una ligera mejoría en las probabilidades daría resultados cuantiosos si ello significa crear dos compañías Apple o Samsung, en lugar de una –o ninguna.

Cambiar nuestra manera de considerar el valor económico no será fácil. Con todo, los países cuyo PIB ha disminuido –un cohorte siempre en aumento– podrían recibir bien las nuevas mediciones que muestren señales de progreso real. Además, crece la sensibilización entre los responsables del diseño de políticas y planificadores de que los activos virtuales como el talento creativo y cualidades de emprendedor pueden contribuir todavía con una proporción creciente de la riqueza de un país.

La Oficina de Análisis Económico de los Estados Unidos así lo reconocía el verano pasado cuando cambió la definición de PIB a fin de representar mejor los aportes de la propiedad intelectual e investigación y desarrollo a la productividad y dinamismo económicos. Esfuerzos para reformar el PIB, de mayor alcance, incluidos iniciativas patrocinadas por la OCDE y la Comisión Europea, intentan integrar sostenibilidad, estándares de vida y otros aspectos importantes del bienestar de un país. Grupos como el  Instituto de nuevo pensamiento económico están promoviendo el estudio de la economía innovadora para ofrecer datos y análisis a estos esfuerzos.

Como señaló el ex presidente de la Reserva Federal estadounidense, Ben Bernanke, en un discurso de 2011, “podríamos promover la actividad innovadora si lográramos medirla más efectivamente y documentar su papel en el crecimiento económico”.

De hecho, las mediciones que ayudan a los países a impulsar la innovación podrían cambiar nuestra propia comprensión del crecimiento económico. Los gobiernos las quieren, las economías las necesitan y la comunidad global podría beneficiarse de ellas. Es tiempo de que la macroeconomía mida las ambiciones de los innovadores del siglo XXI.

Edward Jung, former Chief Architect at Microsoft, is Chief Technology Officer at Intellectual Ventures. Traducción de Kena Nequiz.

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