Indicios de que Zapatero reacciona

Hay algunos indicios de que Rodríguez Zapatero reacciona, de que empieza a salir lentamente de su crisis personal de desconcierto y abatimiento de los últimos tiempos. Eso no quiere decir que empecemos a salir de la crisis económica y política, ni de la depresión psicológica colectiva que padecemos, pero abre las puertas a la posibilidad de hacerlo. Para remontar la situación, es condición necesaria que el presidente del Gobierno haga la política idónea, pero eso solo no resulta suficiente. Son precisos otros dos factores: acertar y recuperar la credibilidad en sus mensajes, dos elementos imprescindibles en las rectificaciones.

Desde que negó la crisis que ya teníamos encima, la realidad no ha dejado de propinarle a Zapatero un encadenamiento de sonoras bofetadas. Algunas, particularmente dolorosas. Como el humillante empujón público que tuvieron que darle los líderes internacionales para que cambiase el rumbo de la política económica interior. Porque quienes le machacaron eran los dirigentes con los que se codea y presume, y encima obligaron al izquierdista sentimental que Zapatero lleva bajo la camiseta a materializar una política de recortes sociales. Otro golpe mal asimilado resultó ser la nefasta coincidencia de la presidencia de turno de la Unión Europea con el peor momento de la imagen internacional de España y de la imagen de su propia eficacia como político.

Con todo, es posible que si dentro de unos años analizamos con perspectiva esta etapa percibamos que los dos días más llamativos de julio del 2010, con la manifestación de Barcelona y la victoria de nuestros futbolistas en Suráfrica, fueron su revulsivo. La marcha multitudinaria de catalanes enfadados alejándose de él, con Montilla amenazándole con romper la baraja (y no desde el soberanismo, sino desde el posibilismo federalista), pudieron hacerle caer del burro de la estúpida creencia de que no es grave que los problemas ya podridos se descompongan más. Luego, la victoria en el Mundial de fútbol seguro que mejoró su moral de combate.

Aludo a ese fin de semana porque inmediatamente después Zapatero cambió su tono. Respecto a Catalunya, reconoció públicamente que en democracia no se puede tapar la boca a miles y miles de personas que se consideran sinceramente una nación, por primera vez mostró comprensión con el rechazo a que un tribunal modifique un pacto político rubricado por dos parlamentos y un referendo de la ciudadanía, y habló sin ambigüedades de rehacer por la vía de redactar otras leyes lo que el Tribunal Constitucional había demolido en el Estatut.

Sus compañeros del PSOE percibieron con nitidez que Zapatero estaba volviendo a su pedagogía sobre la crisis económica en el comité federal del sábado pasado. Allí recuperó discurso, estuvo convincente al subrayar con cifras y ejemplos que, pese al tijeretazo actual, el saldo socialista de la mejora del Estado del bienestar es completamente positivo, y se comprometió a seguir en ello. Ese día, tanto en eso como cuando recuperó su apoyo al modelo de la España plural, estuvo más explícito e inspirado que en el pulso con Mariano Rajoy en el Congreso, un debate que no perdió gracias a la decepción general provocada por el líder popular al no detallar, ni siquiera en esta ocasión, nada de lo que él haría, en términos de austeridad y relanzamiento, para resolver la crisis económica.

La posibilidad de que Zapatero prescinda de su miedo electoral, abandone las abstracciones y agarre por los cuernos los diferentes toros que le acechan, puede invalidar las cuentas que hacen sus opositores. Pero ha de ir deprisa. Todo está preparado para que, en cuanto el Gobierno socialista deje lista la reforma laboral y la reforma financiera, redondee su desgaste. Es una evidencia que todos sus adversarios han decidido dejarle solo para que doble la rodilla y caiga al no poder aprobar los presupuestos para el próximo año. Ese es el cálculo del PP y el poco disimulado acuerdo que han tejido las minorías vasca y catalana del Congreso.

Tras fracasar en el intento de que Montilla y el PSC cruzasen la raya de ofrecer una imagen soberanista al trasladar al Congreso la queja catalana, CiU ya no dará marcha atrás en su corte de relaciones con Zapatero. Prisionera de sus ambigüedades y de su lo digo o no lo digo, la formación de Artur Mas sopesa entenderse pasivamente en Madrid y Barcelona con el PP después de las próximas convocatorias electorales, o forzar el «experimento nacionalista» con los otros soberanistas, o intentar la sociovergencia en caso, claro está, de no obtener la mayoría absoluta en el Parlament. Dejado en soledad, para Zapatero todo depende de su capacidad personal de recuperar la consistencia, tal como apuntan algunos indicios. Pero, en especial, de saberle dar a la España que no quiere al PP algo más que mensajes anti. Porque tanto respecto a la economía, como con el modelo de Estado, como en las políticas ideológicamente progresistas, si Zapatero habla, pero no vuelve a avanzar con decisión, una buena parte de su antiguo electorado preferirá olvidarle.

Antonio Franco, periodista.