Indicios esperanzadores para la paz en Israel

Por Jimmy Carter, 39º presidente de los EEUU, recibió en 2002 el Premio Nobel de la Paz (EL MUNDO, 07/01/06):

El año pasado ha visto signos muy alentadores de cara a la resolución del conflicto entre Israel y sus vecinos palestinos como, por ejemplo, la elección de una nueva Autoridad Palestina y cambios espectaculares en el panorama político de Israel. Lo más importante, sin embargo, ha sido la retirada de Israel de la franja de Gaza.Estos cambios son quizá presagio de algunos movimientos de mayor calado todavía hacia una paz en toda la zona a largo plazo.

Hace un año, volví una vez más allí para realizar una visita a los dirigentes israelíes y palestinos y para dirigir un equipo del Carter Center que iba a supervisar en Palestina las elecciones del sucesor del presidente Yasir Arafat, que acababa de fallecer en Francia.

Después de aterrizar en Tel Aviv, mi primera parada fue el despacho del primer ministro, Ariel Sharon. Lo conocía desde hace más de un cuarto de siglo, en su calidad de agricultor, como yo, y ex oficial del ejército, y como uno de los pesos pesados del Gobierno israelí que en 1979 ayudó a convencer a su primer ministro, Menachem Begin, que no las tenía todas consigo, a aceptar mis propuestas definitivas de un tratado de paz entre Israel y Egipto.

Durante mi visita, él y yo empezamos por discutir el valor mutuo del tratado entre Israel y Egipto para las dos naciones y el hecho, digno de destacar, de que no se ha incumplido jamás en todo este tiempo ni una sola de las palabras contenidas en él.

Ninguno de los dos hizo mención de la decisión posterior de Sharon, en su calidad de ministro de Defensa, de invadir el Líbano en 1982, una decisión un tanto apresurada que dio como resultado la matanza de 1.100 personas inocentes e indefensas en dos campamentos de refugiados. La investigación que se abrió a raíz de aquello condujo a su dimisión y a la prohibición de volver a ocupar el cargo de ministro de Defensa de por vida. En aquella época, nadie podía imaginar que, en lugar de ese cargo, llegaría a ocupar un día el de primer ministro.

Estos dos aspectos del pasado político de Sharon, su compromiso tanto con la paz como con las acciones audaces e innovadoras, me facilitaban mucho la comprensión de su decisión, recién adoptada entonces, de retirar de Gaza las fuerzas armadas y a los colonos israelíes al mismo tiempo que no renunciaba a ejercer un control estricto sobre las vidas de todos los palestinos y rechazaba el desalojo de los colonos israelíes de toda la Cisjordania.

Le formulé algunas preguntas acerca de cómo iban a poder viajar a Egipto los palestinos liberados de Gaza, cómo iban a cruzar el territorio israelí hasta Cisjordania y cómo iban a tener acceso sin cortapisas al mundo exterior, si a través del vecino mar Mediterráneo o por vía aérea. Su única respuesta concluyente fue que Israel les facilitaría una línea ferroviaria para conectar Gaza con Cisjordania y que se autorizaría a los palestinos a tener y explotar un tren.

Dado que yo había tomado parte en la supervisión de la elección de Arafat y de un parlamento palestino en 1996, quise saber también si se permitiría a los votantes palestinos inscritos en el censo electoral ejercer su derecho en Jerusalén oriental y si se permeabilizaría el espeso sistema de puestos de control de los israelíes para permitir que los palestinos se trasladaran durante las elecciones de un lugar a otro a través de los territorios ocupados.

Sharon respondió que Jerusalén oriental era territorio israelí, que los escasos palestinos que se habían atrevido allí a inscribirse en el censo podían enviar por correo su voto a Cisjordania para que fuera escrutado y que se abrirían tantos puestos de control como permitiese la salvaguarda de la seguridad.

Muy poco después me hallaba reunido con los dirigentes palestinos en Ramala, en un despacho desde el que se veía el patio, todavía cubierto de escombros, en el que se encuentra la tumba de Arafat.Su portavoz más importante era Mahmoud Abas, por otro nombre Abu Mazen, que algunos días más tarde iba a salir elegido sucesor de Arafat en el cargo de presidente.

Los palestinos pusieron en duda mi creencia de que Sharon estuviera decidido a desalojar de Gaza a los colonos israelíes, e incluso que estuviera en condiciones de hacerlo, y no concedían una gran importancia a la restitución de Gaza, incluso aun en el supuesto de que efectivamente se produjera.

Aparte de las inmediatas elecciones a la presidencia y de las elecciones al Parlamento de Palestina, en aquel momento previstas para julio, su principal preocupación era la ocupación de Jerusalén oriental y de Cisjordania por los israelíes.

Los palestinos estaban completamente al tanto de las previsiones de la «hoja de ruta», un ambicioso plan de paz propuesto por un cuarteto internacional integrado por la Unión Europea, Rusia, las Naciones Unidas y los Estados Unidos.

Tanto Abas como los demás contertulios aseguraron que estaban comprometidos por entero con ese plan, como lo estaban también tres de los miembros del cuarteto, pero se quejaban de que Sharon se había opuesto en público a la aplicación de una docena de las condiciones básicas del plan, entre ellas, la retirada israelí de la Cisjordania ocupada, y de que no había ningún indicio de que el Gobierno Bush fuera a corregir su deferencia absoluta hacia las decisiones del Gobierno de Sharon.

Poco después de la elección de Abas como presidente el 9 de enero, visité el Despacho Oval para poner en conocimiento del presidente George W. Bush un informe sobre mis conversaciones y sobre las elecciones en Palestina. El presidente puso en duda la impresión transmitida por los dirigentes palestinos y me dijo que él personalmente estaba entusiásticamente decidido a aplicar la «hoja de ruta» en todos sus extremos.

Posteriormente, las elecciones al Parlamento palestino se aplazaron hasta 2006 y los 8.000 colonos israelíes, sin excepción, fueron desalojados de Gaza con éxito. El grado de libertad de los palestinos de Gaza está todavía por ver, no obstante, especialmente sus comunicaciones a largo plazo con Egipto, con otros países por mar y aire y con los demás palestinos que viven en Cisjordania.

Es más, se sigue procediendo a la expansión de los asentamientos israelíes en la Cisjordania ocupada como también prosigue la erección de un muro de gran altura en territorio palestino. Los israelíes están construyendo además un laberinto de autopistas que conectan sus asentamientos unos con otros y con Israel, unas carreteras que, en la mayor parte de los casos, se pretende que sean utilizadas exclusivamente por vehículos israelíes.

Por otro lado, han continuado los actos de violencia de los palestinos, aunque se han reducido enormemente desde las elecciones presidenciales, y algunos dirigentes de Hamas y de la Yihad Islámica han proclamado en público su determinación de proseguir los atentados contra objetivos civiles y militares de Israel en Cisjordania, la franja de Gaza e Israel.

Una decisión que resulta por una parte conflictiva y por otra francamente alentadora es la de Hamas de que sus candidatos participen en las elecciones locales de Gaza y Cisjordania, así como sus planes de hacer campaña en busca de escaños en el Parlamento palestino. El sorprendente éxito que han cosechado al hacer frente a la organización Al Fatah de Arafat y Abas ha acrecentado las esperanzas de que Hamas no esté tan volcada en la violencia en los próximos días, aunque también despierta preocupación el que su futura presencia pueda radicalizar el Parlamento.

La cuestión fundamental en estos momentos es si la retirada israelí de Gaza constituye en verdad una decisión que no tiene marcha atrás o se trata simplemente de otro hito frustrado en un imposible camino hacia la paz.

La respuesta depende de la política de los Estados Unidos y el punto clave es la desaparición de asentamientos israelíes de una parte suficiente de Cisjordania como para permitir la creación de un Estado palestino política y económicamente viable. Otros temas importantes que hay que resolver son el estatus de Jerusalén Oriental y el número de palestinos desplazados a los que se permitirá regresar al nuevo estado palestino o a las propiedades que ellos o sus familias perdieron en 1948.

Los objetivos últimos enunciados en la hoja de ruta y las propuestas integrales de paz negociadas en privado, incluido el Acuerdo de Ginebra, constituyen un proyecto de propuestas muy adecuado para que las negociaciones culminen con éxito. Mi opinión personal es que estas premisas básicas contarán con el apoyo de la comunidad internacional y de los dirigentes de casi todas las naciones árabes y con una sólida mayoría de los ciudadanos israelíes y palestinos.

¿Cuáles son, entonces, los impedimentos para seguir avanzando? El más evidente son las continuas amenazas de violencia procedentes de los palestinos radicales, la determinación de algunos colonos israelíes de proseguir la ocupación de territorios palestinos, la adhesión incondicional de otros países a la posición de preeminencia de los Estados Unidos en el proceso de paz y las reticencias de algunos destacados políticos norteamericanos a plantar cara a la fuerza del poderoso grupo de presión que defiende a Israel en Washington y en otros lugares.

Este último motivo de preocupación no tiene por qué ser fatal.Por lo que he aprendido en este último cuarto de siglo, la mayor parte de los dirigentes judíos norteamericanos estarán a favor de que Israel haga concesiones, incluso poco agradables, a cambio de que haya un avance claro hacia la paz.

Habrá algunos que se opondrán prácticamente a cualquier concesión, pero se trata de una minoría reducida.

La disposición de Israel a consolidar los beneficios de la restitución de Gaza con el fin de conseguir una paz negociada duradera sigue siendo una incógnita. Una consecuencia negativa directa de la retirada de Gaza ha sido la voluntad demostrada de los dirigentes israelíes de tomar decisiones unilaterales en cuestiones relativas al proceso de paz sin tener en cuenta para nada ni a los Estados Unidos ni a los palestinos.

Cabe la posibilidad de que los beneficios manifiestos y a corto plazo que la retirada de Gaza ha tenido para ambos bandos subviertan en su totalidad otros esfuerzos genuinos de los israelíes en aras de una paz integral y permanente. A la vista del control cada vez mayor de Jerusalén Oriental, de la mejoría de la seguridad tras el molesto muro erigido en Cisjordania y de las decenas de miles de colonos de Cisjordania bajo la protección de unas poderosas fuerzas de ocupación, a muchos israelíes les asalta simplemente la tentación de no realizar más esfuerzos en pos de un acuerdo justo de paz basado en la hoja de ruta del cuarteto o en cualquier otra propuesta equivalente.

Una retirada israelí del proceso de paz dejaría a los palestinos en una situación de tener que afrontar un futuro imposible de aceptar para ellos y para una parte de la comunidad internacional.Tal y como está definida y circunscrita en la actualidad, Gaza es una entidad política y económica sin la menor viabilidad y no hay ninguna posibilidad de que pueda formarse un Estado palestino soberano a partir de lo que en estos momentos queda de su territorio en Cisjordania.

Los esfuerzos de Israel por perpetuar esta situación serán cada vez más difíciles de mantener porque proporcionalmente se incrementa de manera inexorable el número de ciudadanos palestinos, tanto dentro de Israel como de los territorios ocupados.

La única respuesta racional a estos problemas es revitalizar el proceso de paz, con la fuerte influencia que se ejerce desde los Estados Unidos. Que el año 2006 reserva muchas promesas es algo innegable: la elección sorprendente de Amir Peretz como jefe del Partido Laborista, unida a la desaparición del escenario político de Sharon representan unos cambios radicales y de consecuencias inciertas.

Con semejantes novedades, la retirada de Gaza puede y debe significar un punto de inflexión, en el caso de los israelíes hacia la paz permanente y en el de los palestinos hacia la libertad y la justicia.