Indispensable universidad

Ahora que llegan los exámenes, estudie, estudie si usted aún está en eso porque su título universitario es la mejor inversión de su vida. En términos medios, en el mundo, cada año adicional de enseñanza superior aumenta los ingresos en un 15%. Cuanto más pobre es el país, mayor retorno. De ahí que la proporción de universitarios en el mundo creció del 14% de la población al 32% en dos décadas. En nuestro país un 30% de la población son titulados superiores, equivalente a la media de la OCDE, igual a Francia y por encima de Alemania. El gran problema de nuestro sistema de educación se sitúa en la secundaria. Los que completan secundaria sin ir a la universidad (22%) son la mitad del porcentaje de la OCDE. Lo cual tiene consecuencias tanto en la calidad de los universitarios como en la desigualdad social, porque la educación es determinante en salario y carrera laboral. También en España se observa la ventaja de tener una carrera universitaria.

En contra del estúpido tópico de “la universidad, fábrica de parados”, en el 2012, con un paro del 25% para el conjunto de la población, la tasa de paro para universitarios era del 15%. Y además el 48% tenían un trabajo que requería enseñanza superior. Dicha proporción sube hasta el 60% cinco años después de graduarse. Para los universitarios, la probabilidad de tener trabajo aumenta un 25%, y la de ocupar un puesto directivo, un 12%. Y no todos son ingenieros. La mayor rapidez en tener un empleo corresponde a los licenciados en derecho y ciencias sociales, aunque luego las ciencias toman la delantera. Pero lo importante es que la diferencia salarial entre niveles de educación es notable y se acentúa a lo largo de la vida profesional hasta hacerse máxima tres décadas después de la graduación. Por eso un problema social fundamental en todo el mundo es qué pueden hacer los grupos de edad, mayoritarios, que no han podido acceder a la universidad en su momento y que ya están en una vida laboral y familiar. Ahí está el papel de las universidades virtuales que hoy proliferan en todo el mundo y en el que Catalunya fue pionera con la UOC, junto a la renovada UNED en España, o la reina madre de las universidades a distancia, la Open University del Reino Unido. Su foco de atención es la educación superior (por titulación o formaciones especializadas) de la población adulta, que representa la gran mayoría de sus estudiantes. Gracias a estas universidades, muchas personas tienen una segunda oportunidad. Pero la trascendencia social de estas universidades no desplaza a las universidades presenciales que refuerzan su hegemonía en todo el mundo. El impacto de los MOOC (Massive Open Online Courses), anunciados como revolución, ha ido reduciéndose a su dimensión real: una fórmula novedosa de lo que siempre se llamó extensión universitaria, es decir, poner conocimiento (pero no titulación) al alcance de grandes grupos de la población para los que la enseñanza regular es inaccesible. Es cierto que las tecnologías de información y comunicación están transformando las universidades porque casi todas son híbridas, en particular por las prácticas digitales de los estudiantes. No se concibe una universidad hoy sin la interacción entre estudiantes y profesores por correo electrónico, redes sociales o comunicación electrónica de documentos y de imágenes. O sin la interacción global con centros de todo el mundo. Esa universidad en red digital, tanto interna como externa, es ya una práctica generalizada y tiene consecuencias sobre contenidos, pedagogía y resultados de formación e investigación. Y aunque a las viejas generaciones académicas nos cuesta adaptarnos, no se preocupen, es cuestión de tiempo biológico. Lo esencial es que no bloqueemos el cambio antes de desaparecer.

Ahora bien, no sólo de enseñanza vive la universidad, aunque es, y debe ser, su función esencial, al servicio de los estudiantes y no de los profesores. La investigación, tanto básica como aplicada, es un factor fundamental de la economía del conocimiento y de la calidad de vida de todas las sociedades. De ahí que gobiernos y empresas (¡salvo en España!) inviertan cada vez más en investigación universitaria (la que tiene mayor calidad y difusión) como instrumento de poder, riqueza y prestigio. No todo es positivo en ese necesario énfasis. A los profesores nos pagan por enseñar y nos promocionan por publicar, suponiendo que lo que se publica es investigación. Y como el tiempo es finito, los que sufren son los estudiantes de grado, aunque los doctorandos se benefician de su proximidad a los procesos de investigación. Compatibilizar ambas funciones es el desafío de la administración universitaria. Evitando que los de plantilla puedan investigar y la enseñanza quede en manos de los precarios. Es aquí en donde las resistencias al cambio de los privilegiados funcionarios (o tenured en el mundo) tienen que ser superadas, fundamentalmente con medidas de incentivación que premien dedicación y productividad diferenciando sueldos y prebendas según nos portemos.

Porque el sistema universitario es diverso, no todas las universidades pueden hacer todo ni puede haber café para todos, sino sitio para todos, cada universidad con su función. Esa es la fuerza del modelo estadounidense. Representa 17 de las 20 primeras universidades del mundo en excelencia (medida esencialmente por investigación) y 200 universidades investigadoras pero hay 3.500 instituciones universitarias, con pasarelas posibles entre ellas. El sistema europeo, que seguirá siendo esencialmente público, no puede copiar la flexibilidad estadounidense, pero sí puede flexibilizar, diferenciar y combinar los distintos procesos mediante la autonomía real de las universidades. Lo más importante de Estados Unidos es que no hay un Ministerio de Universidades. Sólo desde la libertad se puede innovar. Y no hay innovación más importante hoy día que la refundación de la institución universitaria.

Manuel Castells

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