Indulgencia electoral

La campaña para las elecciones europeas ha revelado la existencia de una especie de tongo ambiental, prácticamente común al conjunto de los partidos que se presentan a los comicios de esta semana en los países de la Unión, con la excepción de las formaciones populistas o xenófobas y de las nuevas plataformas que aspiran a obtener algún escaño en Estrasburgo. Aunque suene exagerado, se diría que nadie quiere ganar estas elecciones, y que las siglas tradicionales se conforman con no perderlas. Hay diversas razones que explicarían el fenómeno. Por ejemplo, en el caso español está pesando la dificultad que muestran partidos y candidatos para aprehender un electorado disperso en una circunscripción única, acostumbrados como están sus aparatos a predecir y hasta modular el comportamiento de los votantes en ámbitos provinciales o locales. Algo parecido ocurre a causa de la adscripción de las principales formaciones a una lista general europea encabezada por quienes en principio tendrían mayores posibilidades de alcanzar la presidencia de la Comisión. Junto a ello la mera visualización de un cuerpo electoral de tanta gente para conformar una cámara legislativa tan lejana al día a día noticioso incrementa la sensación de que no está pasando nada porque nada puede pasar con esto de las europeas.

En cualquier caso estas elecciones, las de este año, que se celebrarán tras confirmarse la salida definitiva de las recesiones económicas y de la crisis del euro, adquieren una característica específica, porque todas las formaciones que han ejercido alguna tarea de gobierno en los distintos países y en la propia UE durante estos últimos seis años concurren a las urnas solicitando implícitamente, y en algunos casos hasta de manera expresa, la indulgencia electoral. Esta vez no sólo esperan no perder sino que están rogando por favor que los electores no les inflijan una derrota, porque sería peor para ellos. Así es como se disipa la mala conciencia por no haber previsto lo que venía, de haber contribuido al desastre, de no reaccionar a tiempo o de acabar aplicando drásticas medidas de ajuste que afectan a todos los grandes partidos en los países europeos. Y aunque en algunos de ellos los electores han tenido la oportunidad de castigar a sus gobernantes en comicios nacionales, y hasta de hacerlo hasta un par de veces, tanto los sancionados ya por el voto como quienes todavía no han sido juzgados están solicitando el indulto mientras intentan pasar de puntillas por la campaña.

La solicitud permanente de indulgencia como actitud política podría convertirse en una patología crónica en las elecciones europeas, aunque también está presente en el resto del comportamiento partidario e institucional. Los comicios para Estrasburgo ya llevan ganada la indulgencia porque, de entrada, al elegir a los integrantes del legislativo europeo no se enjuicia la actuación del Ejecutivo de la UE, cuya responsabilidad aparece diluida en tanto que así lo permiten los procesos de decisión comunitarios y la coparticipación en ellos de las principales familias políticas. La indulgencia exime de responsabilidad a quien la solicita desde el momento en que procede a su tramitación electoral. De tal forma que, sea cual sea el resultado del escrutinio, siempre tendrá razones para sentirse comprendido y perdonado. Incluso, en el caso de quedar como primer partido, la indulgencia se convertirá en una suerte de apoyo merecido a lo que haya hecho el agraciado, sin que importe el cómputo de los votos obtenidos respecto a los que pudieran quedarse en el camino en comparación a convocatorias anteriores.

El problema es que sin asunción de responsabilidades y sin depurarlas mediante el juicio electoral no es posible la realización de la democracia. O cuando menos la indulgencia institucionalizada desvirtúa el sentido mismo del sistema de libertades y de la convivencia. El entorno más propicio para ello es el que hemos conocido en estos últimos años, en los que la política gobernante se ha ceñido en los países de la Unión a lo único que podía hacerse ante la crisis. El desarrollo de la campaña de las europeas así lo atestigua. Sería ingenuo suponer que ello se debe únicamente a la liturgia propia del periodo electoral. Veremos cómo cuando dentro de una semana se reúna el Consejo Europeo para deliberar sobre el nombramiento del nuevo presidente de la Comisión aquí no habrá pasado nada porque los presidentes y jefes de gobierno se darán por indultados en grupo.

Kepa Aulestia

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