Inés Arrimadas, el precio de la lealtad

El 21 de diciembre de 2017, Inés Arrimadas, candidata a la Presidencia de la Generalitat por Cs, obtuvo 1.109.732 votos (25,37%) en las elecciones autonómicas convocadas tras la aplicación del artículo 155. Fue una victoria dolorosa, ya que la suma de los diputados de los partidos independentistas superaba la mayoría absoluta del Parlamento catalán. Casi dos años después, en las elecciones generales del pasado domingo, Inés Arrimadas lideró la lista de Cs por Barcelona. El partido naranja obtuvo 216.373 votos (5,61%). Fue el octavo partido más votado.

Hace menos de dos años, esta catalana de Jerez, de origen familiar salmantino, estaba en la cúspide de la política española. Nacida el 31 de julio de 1981, era el pararrayos audaz, joven y sin ambigüedades contra el desafío separatista. En Cataluña, su valentía había encandilado a votantes procedentes de muy distintas posiciones políticas. Ganó en los barrios de mayor renta de Barcelona que votaban al nacionalismo moderado de CiU y al PP; pero también saboreó la victoria en buena parte del cinturón industrial de la capital catalana, feudo tradicional del PSC. Había nacido una estrella. Si en aquel momento en España se hubiese podido apostar en un mercado de futuros políticos, Arrimadas hubiera sido la primera de la lista.

Inés Arrimadas, el precio de la lealtadLlegó a la política por casualidad. Arrimadas trabajaba en la consultora Daleph en Barcelona en 2010 cuando una amiga la llevó a ver un mitin de Albert Rivera. Empezó a entablar relación con Cs hasta que en 2011 acabó afiliándose. Salió diputada en las elecciones al Parlament del 25 de noviembre de 2012, donde el partido obtuvo nueve escaños.

En aquellos tiempos, en los que Artur Mas precipitaba la política catalana hacia la ciénaga, Arrimadas empezó a despuntar como parlamentaria. También logró establecer buenas relaciones con políticos de otros partidos y de su misma generación que aún mantiene. Entre ellos, el diputado de Convergència Xavier Cima, con quien acabó casándose. Cima es de Ripoll (Gerona), una de las cunas históricas del catalanismo. A medida que los nacionalistas se hicieron independentistas, no podían entender la historia de esta política que les daba lecciones de pluralidad y les acusaba de discriminar el aprendizaje del español en las escuelas con un catalán perfecto.

Rivera apostó por ella y ella apostó por él. Lealtad absoluta. En los momentos buenos y los malos. Eran dos personalidades muy distintas que enseguida congeniaron. Él más extrovertido, rápido e intuitivo. También más acelerado y, aparentemente, más ambicioso. Ella más reflexiva, introvertida y analítica. Pregunta y escucha. Dos rasgos destacan de Arrimadas: no titubea cuando habla, tampoco le tiembla la mirada. Mira a los ojos, fijamente. Ahora bien, la persona (Inés) está lejos del personaje (Arrimadas) cuando no existe suficiente confianza. Cuida su ropa al detalle y, sobre todo, cuida su maquillaje.

Si en la escuela Rivera ya apuntaba a ser un maestro del debate, nadie hubiera previsto que Arrimadas pudiera convertirse en gran debatiente. Ideológicamente, en sus inicios, nada les separaba. Ambos defendían lo que se ha bautizado como social liberalismo. Una apuesta por el liberalismo económico y por la tolerancia social. Adolfo Suárez era la referencia histórica de ambos en España. En Europa pronto congeniaron con las ideas de Emmanuel Macron.

Cuando Rivera decide apostar por Madrid para hacer crecer a Cs en toda España, deja la bandera del partido en Barcelona a Arrimadas. Con la victoria de 2017, deja de ser una política de ámbito sólo catalán. Rivera ve en ella su mejor activo a futuro para lanzarse definitivamente a la conquista de España. La fallida experiencia del pacto del Abrazo entre PSOE y Cs en 2016 ya era parte de la historia. En esta España que se movía a velocidad de vértigo, Cs carecía de techo. O eso creía su líder.

En 2018, el Parlamento catalán se convierte en un mal vodevil. Quim Torra preside la Generalitat con una sola obsesión: seguir enfrentándose con el Estado. Los principales responsables del desafío separatista están en prisión. El ex presidente de la Generalitat, huido. Arrimadas es la principal enemiga del separatismo. Lo que más odian y temen. No puede pasear con tranquilidad por Cataluña. Ni en Barcelona ni en el pueblo de su marido. Siempre acompañada de un mosso, cada vez se le hace más complicado vivir en su tierra de acogida. Ganó las elecciones, pero su papel ha quedado emborronado. Pudo ser su principal error: no haber presentado su candidatura aun a sabiendas de perder. Ella siempre lo justificó: no quería dar una victoria a los separatistas. Los tiempos empezaban a ser otros.

Rivera le abre la oportunidad para cambiar de aires. A diferencia de todo lo que se ha escrito y comentado, él nunca tuvo celos de ella. La admiraba. Y ella no le defraudó, aunque no siempre pudiera compartir todas sus ideas. En 2019, con un panorama político nuevo en España, Arrimadas acepta la oferta de embarcarse en la política nacional. Ya es, de facto, la número dos del partido. Por el contrario, esta decisión dejar un hueco de liderazgo en el partido en Barcelona. El independentismo celebra la marcha de Arrimadas.

28 de abril y 10 de noviembre. Las dos fechas electorales que retratan el ascenso y la caída de Cs y de Rivera. Oportunidades perdidas y estrategias erróneas que todavía siguen analizándose. Arrimadas debe ahora decidir qué pasos dar tras la dimisión de su padrino y amigo. Ayer fue un día triste para ella. Embarazada del que va ser su primer hijo, es demasiado pronto pensar cuáles serán sus próximos movimientos. En su partido piensan que es la candidata ideal para sustituir a Rivera. Sigue teniendo ascendencia sobre los militantes y simpatizantes de un partido que, pese a la debacle, tuvo 1.637.540 votantes. Si da el paso al frente tendrá la oportunidad de empezar a aplicar sus ideas, liberarse del pasado y gestionar un fracaso.

Martí Saballs

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