Inevitables crisis, necesarias renovaciones

Uno de los axiomas de la ciencia política nos señala que los partidos políticos no existen únicamente como reunión de electores o simpatizantes aglutinados en torno a un ideario común, sino que fundamentalmente funcionan con el propósito de alcanzar determinadas cuotas de poder. En el caso del PP este ratio de influencia pasa necesariamente por lograr la mayoría parlamentaria. En caso contrario, devienen las crisis de manera automática. Sin embargo, y a tenor de lo explicitado en alguna acepción del diccionario, 'crisis' no es sino el conjunto de cambios en determinados aspectos de una realidad social, ente u organismo tendente a la renovación. Las crisis, pues, son inevitables, necesarias y hasta me atrevería a decir que higiénicamente democráticas.

La hemeroteca política de los últimos lustros se encarga de recordarnos que esta situación, pese al incontestable liderazgo de Aznar durante más de una década, en nada es ajena a la formación partidista que preside Mariano Rajoy y cuyo liderato aspira a reafirmar en el Congreso que se inicia hoy en Valencia. Ya Fraga, fundador de AP y padre político de muchos de los dirigentes populares actuales, tuvo que vérselas en pleno debate constitucional con el ala más 'ultra' del partido. A finales de los 80, la debilidad de Hernández Mancha, la vuelta de don Manuel y la final cesión del bastón de mando al joven Aznar marcan el segundo de los momentos críticos. Los procesos de realineación partidista son, pues, necesarios y hasta inevitables, además en modo alguno constituyen una patología exclusiva del conservadurismo español. También el PSOE tuvo que afrontar su particular travesía en el desierto tras la derrota de 1996, que no perdonó ni al propio González, y hasta un 'descensus ad inferos' tras la mayoría absoluta popular en 2000. Similares escenarios son pronosticables para IU y ERC, y ya antes, aunque de manera más atenuada, los sufrieron PNV y CiU.

La situación actual presenta, no obstante, cierto carácter singular. El gran problema de Rajoy, del que derivan todos los demás, ha sido su reciente, segunda y consecutiva derrota electoral. El varapalo ha amparado dos lecturas explicativas, en ningún caso incompatibles, acerca de la crisis interna del PP. Una primera de tipo histórico-ideológico y una segunda relacionada con la búsqueda de nuevos espacios de poder. El Partido Popular, lejos de ser un ideológico bloque común, es un conglomerado de distintas percepciones del espacio que va desde el centro reformista a la derecha más furibunda. Es un hecho constatado que no existen partidos homogéneos con un mínimo de democracia interna, por lo que el ideal de férrea unidad doméstica ha devenido en falacia la mayor parte de las veces. La herencia ideológica más conservadora de la AP de Fraga (recuérdese que nace como la versión prodemocrática de la derecha franquista) aún es perceptible en algunos de los actuales miembros del partido, filas que se vieron engrosadas por muchos otros procedentes de la extinta UCD, un partido de centro-derecha que supo canalizar las iniciales preferencias electorales ciudadanas. Es notable igualmente la existencia de una creciente familia liberal, encabezada por Esperanza Aguirre, y que ha ido ganando progresivo peso en la organización. Como en el resto de los partidos, de igual modo hay cabida para una importante gama de conversos, políticos procedentes del polo opuesto del espectro ideológico que abrazan la nueva fe con indisimulada vehemencia. Entre los centristas, por fin, los hay más reformadores y hasta progresistas junto a otros más conservadores.

Pero es también, y sobre todo, una crisis vinculada con la búsqueda de nuevos espacios de poder y una comparativa poco honrosa entre Aznar y Rajoy. El primero consigue implantar una importante coherencia partidista después de un notorio cúmulo de malos resultados electorales, con una decidida apuesta por el centro reformista, que pretendía borrar la hipoteca 'derechista' que había lastrado a la antigua Alianza Popular. Con Aznar el porcentaje de voto aumenta exponencialmente y, lo que es más importante, el partido se convierte en alternativa real de gobierno, arropado por una conjunción de medios afines a su persona de la que Rajoy nunca ha disfrutado. Itinerario opuesto es el cursado por el aún líder popular. Dos victorias consecutivas, la última con mayoría absoluta, han dado paso a dos derrotas encadenadas, acabando drásticamente con la herencia aznarista. Los episodios de desafecto, cuando no de abierta hostilidad, se han sucedido desde entonces. A la primera desbandada encabezada por Zaplana han seguido otras deserciones como la de Acebes, María San Gil o la muy simbólica de Ortega Lara. El órdago lanzado por Aguirre no deja de sobrevolar el horizonte, y pese a su renuncia a convertirse en alternativa en este congreso, no son muchos quienes descartan a la presidenta de Madrid como candidata presidencial de los populares para las próximas generales. En las últimas semanas el partido se ha convertido en una auténtica jaula de grillos con un denso intercambio de declaraciones (Elorriaga, Costa, Cascos, San Gil, Lassalle...).

Sin embargo, y pese a todas esas discrepancias, la unidad del centro-derecha es imprescindible como alternativa electoral frente a un PSOE aparentemente más cohesionado tras las últimas victorias. Si en el partido prevalecen finalmente quienes desean desmarcarse de la propuestas más centristas, el atasco electoral estará servido. Nunca un partido abiertamente de derechas ha ganado unas elecciones en la reciente historia de la democracia: no fue el caso de la centrista UCD ni del PP en 1996 y 2000. Es por ello por lo que una necesaria adecuación del ideario más reformista a las nuevas y cambiantes realidades constituye una tarea primordial. La gran baza de la derecha es su unidad, frente a la más consentida algarabía interna de los partidos de izquierdas. Al tiempo, el partido debe desvincularse de algunos incendiarios medios de comunicación que convierten en cenizas aquello que promocionan (véase Ciutadans y el más reciente ejemplo de UPD). Por último, si se desiste en el acercamiento a electorados tradicionalmente nacionalistas, y ello no debería suponer ningún deje de funciones programáticas, el techo electoral seguirá siendo insuficiente para alcanzar La Moncloa. Ante la ausencia de posibles pactos entre sectores que rodean a Rajoy a uno y otro lado, es posible que éste resista por el momento. La cuestión es saber hasta cuándo. Un líder atacado de esta manera está herido de muerte. El congreso que se inicia hoy es su primera prueba. Llegar a 2012 como una candidatura fiable al PSOE es más que dudoso. Asistiremos mientras tanto a una nueva etapa de predominio electoral del PSOE, que prudentemente tampoco debería hacer leña del árbol caído, consciente como es de que las penas como las alegrías siempre van por barrios.

Rafael Vázquez García, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Granada.