Jugar a la política en vez de hacer política. La sobreactuación permanente como forma de distinción, la intransigencia como prueba de radicalidad y determinación, la frivolidad de alargar una situación con una posición ganada aun a riesgo de perder lo adquirido, aparentando dureza para disimular las propias debilidades. Esta es la fórmula que distingue al infantilismo político. Y abunda más de lo que parece. Junts, que lleva ya tiempo transitando por esta regresión, alcanzó un punto que puede ser de no retorno el pasado martes, votando no a la amnistía. Demostró que es incapaz de entender que todo, incluso las operaciones más atrevidas, tiene un límite y que cruzarlo casi nunca tiene premio. Y así optó por un gesto solo explicable si se vive fuera de la realidad, que es lo que le ocurre a Junts: hace tiempo que un sector de la coalición se niega a reconocer dónde estamos. Entregados incondicionalmente a las exigencias de Puigdemont, atrapados por la ficción construida sobre sí mismo, están perdiendo la noción de las cosas. La realidad de este país hay que buscarla en Cataluña, no en Waterloo, y el reducido entorno que jalea al presidente héroe, que queda lejos del palpitar diario de la vida cotidiana después de la larga resaca de 2017.
El enunciado ya es patético de por sí: Junts vota con PP y Vox para frenar el decreto de amnistía. Cualquiera diría que su infantilismo lo ha llevado a la miserable creencia de que cuando peor, mejor. Y al mismo tiempo deja al Gobierno Sánchez en una situación incómoda. A Junts le gusta el regate permanente que le da protagonismo, pero hay un momento, cuando se alcanza el límite de lo posible, que hay que concretar. Y para Junts, siempre falta algo. En vez de celebrar lo que hace meses parecía imposible —y que con el PP no hubiera llegado nunca: liberar al independentismo de las cargas penales con las que se lo atenazó—, pretende demostrar que todo le está permitido. Y que hasta el último momento podrá marcar el paso. Pero esta vez, se ha pasado de frenada. El aprendiz de brujo siempre acaba quemándose. Y ahora mismo solo le cabe una salida: la rectificación, acabar votando lo que el martes se negó a votar. Sería el colmo del infantilismo que por unas dudas sobre el caso concreto de Puigdemont, se negara la posibilidad de liberarse de las cargas penales a más de 1.500 personas acusadas por los hechos de octubre de 2017. ¿Cómo lo explicaría Junts a los afectados?
La necesidad de protagonismo —de marcar perfil frente a los compañeros de viaje con ERC en el punto de mira (la eterna psicopatología de las pequeñas diferencias)— hace estragos. Junts parece que quería atribuirse en exclusiva el premio por la negociación, como si hubiera sido una conquista estrictamente suya, y ha optado por un camino que puede llevarle al fuera de juego. O se aprueba el texto devuelto o no habrá amnistía. Dicho de otro modo, o Junts vuelve al redil de lo acordado o se decanta por una huida hacia adelante que solo podría servir para abrir la caja de los truenos dentro de esta convulsa familia, despertando a gentes que tuvieron protagonismo en la fase anterior y que han quedado fuera de las fotos, dejando al partido en manos de una restringida camarilla. En vez de estar ya resituándose en el nuevo escenario, asumiendo sin más desvaríos el rol de derecha nacionalista que lleva puesto como marca de origen, en vez de recuperar la relación con sectores económicos y sociales que le dieron solidez en el pasado, se mete en un conflicto contra la izquierda y contra las otras familias del independentismo que ven como se juega frívolamente con una gran oportunidad: una amplia amnistía.
¿Qué busca Junts? ¿Qué el PP siga inflamando el escenario? Las encuestas demuestran que la amnistía no está entre las primeras preocupaciones de los españoles, por mucho que el PP se empeñe en hacernos creer lo contrario sacando periódicamente miles de personas a la calle en su pugna con Vox por la agitación. Pero también es cierto que si Junts sigue alimentando la imagen de vulnerabilidad de la mayoría de gobierno, al PP se le abrirán las expectativas. ¿Es posible que el infantilismo de Junts lo lleve a creer que esta situación podría ser favorable para sus intereses? En fin, entre derechas anda el juego.
Después del martes, al PSOE no le queda margen. La dinámica acuerdo-presión-acuerdo tiene un límite. Y Junts lo ha cruzado. O sus parlamentarios se las ingenian para votar lo que no quisieron votar o no hay amnistía. Y ya me explicarán cómo se lo cuentan a la opinión pública catalana, que ya empieza a estar saturada de ver la facilidad con que se pasa de la política a jugar a hacer política. Hay en Junts algunas voces que llevan tiempo silenciadas: quizás les tocaría ya tomar la palabra.
Josep Ramoneda es filósofo y periodista.