Infraestructura ilimitada

Consideren una simple estadística. En el mundo en desarrollo, cada mes son más de 5 millones de personas las que migran hacia áreas urbanas, donde suele ser más fácil encontrar empleo, escuelas y oportunidades de todo tipo. Pero cuando la gente migra, lleva consigo sus necesidades de servicios básicos –agua, energía y transporte–, lo que pone de relieve el boom en la demanda de infraestructura.

La realidad es evidente desde Kenia hasta Kiribati: dondequiera que hay urbanización rápida, la necesidad de apoyar al comercio y al espíritu emprendedor, y los esfuerzos por enfrentar los desafíos del cambio climático han expuesto un amplio déficit de infraestructura. Se trata de un déficit que también enfrentan las economías avanzadas.

En resumidas cuentas, la construcción y modernización de la infraestructura en todo el mundo debe ser parte de una estrategia de crecimiento mundial a largo plazo. Por ello, los ministros de finanzas del G20, que se reunieron recientemente por primera vez este año en Sídney, Australia, destacaron la inversión en infraestructura como uno de los elementos fundamentales para garantizar una recuperación sólida, sostenible y equilibrada.

Pero, mientras los ministros de finanzas del G20 se preparan para su reunión del mes que viene en Washington D. C., corresponde considerar lo siguiente: simplemente aumentar la infraestructura no alcanza para impulsar el crecimiento y la creación de empleos.

Al principio de la crisis financiera, tanto las economías avanzadas como los mercados emergentes inyectaron dinero en proyectos de infraestructura «listos para su implementación» para impulsar el crecimiento económico a corto plazo y crear empleos. Ahora, tras la crisis, el desafío de la infraestructura es más difícil de encarar. Tanto en las economías emergentes como en aquellas en desarrollo, los presupuestos gubernamentales están limitados, mientras que el sector privado representa, en promedio, menos del 15 % de la inversión total en infraestructura.

De hecho, un desafío clave para financiar las inversiones de infraestructura en las economías emergentes es que muchos de los bancos comerciales (principalmente europeos) con presencia significativa en el pasado se han retirado y es poco probable que regresen hasta que recuperen sus balances golpeados por la crisis y acumulen capital para adecuarse a los estándares regulatorios más restrictivos.

Eso nos deja con enormes necesidades de financiamiento sin cobertura. Se estima que en las economías emergentes y en desarrollo será necesaria una inversión adicional anual de entre 1 y 1,5 billones de dólares hasta 2020 para cubrir las metas de crecimiento. Los gastos adicionales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero o la adaptación al cambio climático podrían sumar entre 170 y 220 mil millones de dólares cada año a las necesidades de infraestructura en esos países.

Obviamente, el G20 no se equivoca al enfatizar la importancia de cubrir esas necesidades para muchas personas. Por ejemplo, más del 69 % de la población del África subsahariana carece de electricidad; el 65 % de los habitantes en el sur de Asia no tiene acceso a una simple letrina de pozo; y el 40 % de quienes habitan en zonas rurales en Latinoamérica y el Caribe carecen de caminos utilizables independientemente de las condiciones climáticas.

Pero también sabemos que promover la inversión en infraestructura requiere más que dinero. En algunos países los beneficios en términos de crecimiento gracias al gasto en infraestructura son enormes, mientras que otros apenas notan algún cambio. Como indica una nota explicativa preparada por el Grupo del Banco Mundial para el G20, los gobiernos deben prestar más atención a la selección, la calidad y la gestión de los proyectos de infraestructura, así como a la calidad del clima de inversión subyacente.

La priorización de las inversiones, una buena planificación y un sólido diseño de los proyectos pueden aumentar significativamente el impacto de la creación y modernización de infraestructura sobre el crecimiento y la generación de empleos, así como aumentar la rentabilidad de los recursos escasos. Una mejor planificación de las inversiones también puede ayudar a evitar que los países queden atrapados con infraestructura tecnológicamente ineficiente y menos «verde».

Sí, es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Según lo que escuché en Sídney, muchos países en desarrollo enfrentan verdaderas dificultades para identificar, preparar e implementar los proyectos. Los costos de los estudios de factibilidad técnica, financiera, económica y medioambiental y los planes a largo plazo pueden ser elevados y suponer millones de dólares.

El Grupo del Banco Mundial ha estado ayudando a los países en desarrollo a aumentar su capacidad en esas áreas. Pero es necesario hacer más para que los países desarrollen un sólido sistema de generación de proyectos que apoye un programa de inversión pública más fuerte, fundamental para cualquier estrategia que busque atraer recursos sustanciales del sector privado.

En el clima económico actual, atraer financiamiento privado es fundamental, porque sencillamente no hay manera en que el financiamiento público por sí solo pueda eliminar el déficit de infraestructura. Ello requerirá garantizar una gobernanza apropiada, estructuras de precios predecibles, y un entorno regulatorio creíble.

Los países no pueden darse el lujo de perder tiempo. El papel único de la infraestructura en la provisión de servicios básicos a los pobres, la creación de empleos y oportunidades, la mejora del acceso a los mercados y para garantizar el crecimiento sostenible en nuestras ciudades, cada vez más populosas, requiere que los responsables de las políticas actúen rápida y decididamente.

Bertrand Badré is Managing Director and CFO of the World Bank Group. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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