Según el vocabulario correcto que rige las relaciones internacionales, el discurso político, el periodismo y el pensamiento académico, se suele designar a los países más pobres como naciones ‘emergentes’. El término da a entender que solo existe en el mundo una norma legítima, la democracia liberal en política y el mercado en economía, y que ambos convergen hacia lo que comúnmente se llama progreso. Esta fe en la emergencia no es nueva, pues ya se puede encontrar en la bandera de Brasil, que tiene como divisa ‘Orden y Progreso’, algo que los brasileños siguen esperando. Como ellos mismos dicen, ‘Brasil es un país de futuro y lo seguirá siendo’.
El punto culminante del culto a la emergencia fue, sin duda, el año 1989, cuando el sistema y la ideología comunistas se derrumbaron; entonces parecía evidente que la democracia liberal y la economía de mercado eran el fin de la historia, como escribió el economista estadounidense Francis Fukuyama, retomando una expresión del filósofo alemán Hegel. Fukuyama, como Hegel, no anunció un fin inevitable de la historia, sino que indicó que la historia seguía una dirección, y que esta dirección era de sentido único. Al comparar las naciones con trenes sobre raíles, Fukuyama imaginó una única estación, pero previó que algunos trenes llegarían más rápido que otros, y que algunos de ellos caerían en la zanja. La emergencia resumía bien este pensamiento metafórico: todos estaban destinados a emerger de la pobreza de masas y el despotismo, pero algunos emergerían antes que otros.
Lo que los optimistas de entonces no contemplaban era el retroceso por la vía única, el avance en sentido contrario, la regresión política y económica, el paso de la emergencia a lo que propongo llamar ‘inmergencia’. Está claro que, en este momento, las situaciones de inmergencia son más numerosas que las de emergencia. Inmediatamente me viene a la mente la pandemia viral, una manifestación evidente de la inmergencia, sin ser, no obstante, la única causa. El Covid-19 es más bien una llamada a la modestia: independientemente de cuánto avance la ciencia médica, esta no elimina la condición humana que, desde toda la eternidad, ha estado marcada por epidemias que han destruido imperios y civilizaciones. Esta vez, siendo la pandemia brutal sin ser mortal, asistiremos a una desaceleración de la emergencia, aunque sin duda no a su aniquilación. Pero, en todas partes, la esperanza de vida está disminuyendo y los más pobres, África, por ejemplo, se volverán más inmergentes que los más ricos. La pandemia será un acelerador de la inmergencia, pero sin ella y antes que ella, la inmergencia ya estaba en marcha.
Consideremos la democracia liberal. Inmediatamente después de la caída de la URSS, Europa del Este tomó de entrada el camino de Fukuyama. Parecía que, con Boris Yeltsin, Rusia la seguiría, aunque de forma caótica. La Primavera Árabe de 2011 llevó a la gente a creer que la democracia liberal no era exclusiva del mundo occidental, sino compatible con todas las civilizaciones. En Suramérica, el caudillismo se disipó. En la década de 1990, India y Turquía pasaron del régimen de partido único al de alternancia democrática.
Por desgracia, la mayor parte de estos trenes de Fukuyama nunca llegaron a la estación de destino, por no mencionar los que están retrocediendo, incluso en Europa: Hungría y Polonia son inmergentes y Rusia está inmergida. De la Primavera Árabe, solo emerge Túnez, que siempre fue más romana que islámica. En Suramérica, la tentación caudillista está de vuelta en Brasil, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Argentina, Nicaragua y México. ¿Y qué hay de India? Apodada durante mucho tiempo ‘la mayor democracia del mundo’, está retrocediendo hacia una especie de teocracia, donde el partido en el poder se esfuerza por implantar una religión única, un hinduismo autoritario, en un mosaico de culturas. ¿Y Turquía? Cada día menos democrática, vuelve al sultanato. ¿Y quién negará que, si las instituciones estadounidenses no estuvieran tan firmemente ancladas, Donald Trump se habría imaginado con gusto a sí mismo como un autócrata? África, que emergía ligeramente, está inmergiendo cada vez más, incluso en los raros enclaves democráticos como Senegal. Si los años 1990-2010 fueron la ‘Primavera de los pueblos’ (la expresión se remonta a las revoluciones liberales de 1848), los años de 2010 en adelante son la primavera de los golpes militares y los pronunciamientos.
Las economías también inmergen, empezando por la más grande, China. Las privatizaciones, la aclamación de los empresarios privados y el creciente respeto por las reglas del mercado internacional, que progresaban de manera constante desde 1986, han dado paso a una nueva toma del poder del Partido Comunista bajo la férula de Xi Jinping. Los dos pilares de la economía china son ahora el capitalismo de Estado y la piratería internacional, una inmergencia. En los pocos países emergentes de África y Latinoamérica, las clases medias se reducirán y empobrecerán, mientras que los oligarcas, dueños de las materias primas, prosperarán. Esta es también la situación de Rusia y del mundo árabe, en plena inmergencia. Cuando la inmergencia es económica, también se vuelve social a través de la concentración de la riqueza en beneficio de un puñado de superricos. El nuevo fenómeno de la superriqueza (oligarcas rusos, nigerianos o brasileños, emires árabes) es la expresión social de la inmergencia económica.
Esta inmergencia no satisface ni a la mente ni a la gente; sin embargo, es tan inevitable como la emergencia. Si queremos mostrar algo de optimismo, podemos felicitarnos por el éxito de los productores privados de vacunas anti-Covid. Podemos estar satisfechos de que la Unión Europea resista los ataques de los independentistas y de que se restablezca la democracia en Estados Unidos. Podemos maravillarnos de que Putin no pueda extinguir el deseo de democracia de un Navalny o de que los birmanos se enfrenten a puño limpio a un golpe militar. En este momento, cabalgamos sobre la línea divisoria entre la inmergencia y la emergencia. Creo que reconocerlo y decirlo en voz alta es el primer paso para rechazar la inmergencia. El segundo paso, la semana que viene, será preguntarnos por las causas fundamentales de la inmergencia. Y el tercero, dentro de dos semanas, proponer soluciones para volver a la emergencia.
Guy Sorman