Inmigración e integración social

No hace mucho, los demógrafos profetizaban que España nunca alcanzaría los cuarenta millones de habitantes.

Los masivos flujos inmigratorios han contradicho tal profecía, de modo que, según el último estudio del INE, se ha llegado a 44.708.964 habitantes al final del 2005. De ellos, 4.144.166 son extranjeros, un 9,3% de la población total.

Para tener un punto de referencia de lo que significan estas cifras y, en particular, de su acelerado ritmo de crecimiento, puede tomarse el caso de Italia, cuya transformación de país de emigración en país de inmigración se ha producido paralelamente a la de España. Pues bien, se calcula que en Italia los extranjeros en situación regular eran, al final del 2005, poco más de tres millones, lo que representaba el 5,2% de la población total. Es cierto que las características del padrón municipal en España permiten reflejar con mayor exactitud el quantum del fenómeno migratorio, mientras que los datos italianos deberían ser corregidos al alza, pero aun así estas cifras pueden ilustrar cabalmente cuál es la situación.

Así las cosas, se me antoja imprescindible comentar algunos aspectos del estudio del INE y, en especial, la composición de la población extranjera, al objeto, por un lado, de evitar algún equívoco que pudiera surgir de una lectura apresurada y, por otro, de extraer consecuencias desde la perspectiva de la integración social.

Por continentes de procedencia, son los nacionales del resto de Europa quienes ocupan el primer lugar por número de inmigrantes, con un total de 1.609.856, lo que, en términos relativos, significa el 38,8% de la población extranjera empadronada. De ellos, 918.886 pertenecen a la UE, pero en esta cifra no están incluidos aún búlgaros y rumanos, que son un total de 508.776, de modo que, si unos y otros, ahora en periodo transitorio a efectos de la libre circulación de personas, se contabilizan como ciudadanos comunitarios, resultará que éstos constituyen la inmensa mayoría de los europeos inscritos en el padrón. De otro lado, llama poderosamente la atención el espectacular crecimiento del número de italianos residentes en España. De 36.815 en el año 2001 han pasado a 115.791 al final del 2005. En este último año, el incremento ha sido del 20%. El desequilibrio respecto de los españoles residentes en Italia, que no llegan a 20.000, es notorio. ¿Cuál es la razón de este llamativo aumento, cuando Italia también se ha convertido en receptor de inmigración? La respuesta es que estas personas son, en buena parte, argentinos que han adquirido la nacionalidad italiana y que, convertidos en ciudadanos de la UE y aprovechando la libertad de circulación, se trasladan a España. Por tanto, la cifra de 152.252 inmigrantes procedentes de Argentina sería, en realidad, muy superior.

Por su parte, los rumanos ascienden a un total de 407.159. Esta cifra es consecuencia del viraje de los movimientos migratorios procedentes de Rumanía hacia los países mediterráneos, como lo confirma el hecho de que en Italia los rumanos lideran, desde el 2002, el ranking de la inmigración regular, con 270.845 personas al final del 2005, habiendo superado en número a marroquíes y a albaneses. La integración social de los rumanos se ve favorecida por la facilidad para el aprendizaje de la lengua, a causa de la raíz latina de su idioma. A nuestro compatriota el emperador Trajano debemos tal circunstancia.

No obstante, el elemento que singulariza nuestra situación inmigratoria es la presencia masiva de personas procedentes de Iberoamérica. En efecto, los iberoamericanos empadronados en los municipios españoles ascienden a un total de 1.500.785 - un 36,2% de la población extranjera-, es decir, un número muy próximo al de europeos.

Pues bien, según los expertos en la materia - y la lógica de las cosas-, la proximidad cultural contribuye a facilitar la aceptación de la población inmigrante por la sociedad de acogida y a favorecer su integración social. Ello no quiere decir que la divergencia de pautas culturales haga imposible dicha aceptación, pero cuanto más amplia sea aquélla, mayor será el grado de apertura y el nivel de tolerancia que se precisará para convivir con costumbres ajenas, como también lo será el esfuerzo de adaptación que deberá llevar a cabo el recién llegado. En un seminario en el 2003 dentro de los actos organizados por la presidencia italiana de la UE, el director del Instituto de Migraciones y Estudios Étnicos de la Universidad de Amsterdam subrayaba la importancia que, para la integración social, tiene el aprendizaje de la lengua del país de acogida. Pues bien, si es así, resulta que, en nuestro caso y en lo que al castellano atañe, no existe tal problema con buena parte de nuestros inmigrantes, dado el alto número de iberoamericanos. Es más, puesto que en algún país de Hispanoamérica - como Colombia- parece hablarse un castellano más correcto que en España, los alumnos no serían ellos, sino nosotros.

Es cierto que la integración social de los inmigrantes plantea retos y problemas, no siempre resueltos adecuadamente. No obstante, en términos globales, los datos del INE permiten mantener una visión optimista, como, además, lo confirman los estudios disponibles, de los que se desprende un grado de aceptación razonable por parte de la sociedad española y un nivel de integración apreciable por parte de la población extranjera.

Manuel Aznar López,  miembro correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación.