Inmigrantes en Estados Unidos

El Senado estadounidense ha dedicado tres días a la nueva ley de inmigración... y el final no se vislumbra. El Congreso hace frente a numerosas cuestiones: la regulación de la venta de armas, el Obamacare (servicios médicos), el presupuesto y otros problemas económicos. El asunto de la inmigración va para largo en medio de un sentir creciente de que hay que hacerle frente.

¿Cuál es el problema? Unos 11 o 12 millones de inmigrantes ilegales viven actualmente en EE.UU., de los cuales casi tres millones en California. Son estimaciones; los cálculos oscilan entre siete y veinte millones. El mismo término de inmigración ilegal está pasando de moda. Los demócratas quieren que se les llame “inmigrantes indocumentados”.

Sea cual fuere el término empleado, el problema persiste. Es sobre todo una cuestión de identidad étnica. Como el índice de natalidad entre los inmigrantes, legales e ilegales, es elevado, es sólo cuestión de tiempo que varios estados, sobre todo del sur, posean mayoría inmigrante. Hoy los latinos son alrededor de un 15% de la población; según las proyecciones, serán un 29% hacia el 2050. Se advierte oposición a la inmigración no sólo entre los angloamericanos sino acaso todavía más entre los afroamericanos porque son relegados al tercer puesto.

La situación actual es caótica porque varios estados, como Arizona, tienen su propia legislación sobre inmigración, que es más severa que la federal.

En épocas anteriores de crisis económica, la inmigración cayó drásticamente. En 1933 sólo hubo unos 25.000 recién llegados. En los últimos años sólo se ha advertido una pequeña disminución, ha seguido registrándose una inmigración de más de un millón al año. El mayor número procede actualmente de México, casi diez millones. Siguen los filipinos, un millón trescientos mil; los chinos, un millón doscientos mil; indios y vietnamitas, un millón cada nacionalidad. Mientras que antes llegaban más hombres que mujeres, ahora la inmigración femenina es más elevada.

Con relación a la inmigración ilegal, las mayores críticas se centran en que no pagan impuestos pero se benefician de la mayoría, si no de todos, los servicios públicos: hospitales, escuelas, etcétera. En teoría, los inmigrantes ilegales no tienen derecho a asistencia médica y prestaciones, ni tampoco a permiso de conducir. Pero, en la práctica, no serán rechazados en un hospital si llegan graves. Y, de un modo u otro, consiguen el permiso de conducir.

Según el plan de Obama y de los demócratas, habrá un indulto para los inmigrantes ilegales; hubo uno similar durante el mandato de Reagan, cuando tres millones de indocumentados recibieron estatuto legal. Pero la mayoría tardará diez años en obtener la ciudadanía. Un grupo de ocho senadores, cuatro demócratas encabezados por Schumer, por Nueva York, y cuatro republicanos, encabezados por McCain, por Arizona, han ideado un arreglo aceptable para los dos partidos principales. Es seguro que su nueva ley sobre inmigración obtendrá una mayoría en el Senado. La situación entre los miembros de la Cámara de Representantes es menos segura, y ciertos congresistas pueden diluir la cuestión hasta la saciedad, de modo que se aplace la aprobación de una nueva ley.

Los republicanos reconocen que es prácticamente imposible devolver inmigrantes ilegales dada la longitud de la frontera y buena parte de ellos estarían de vuelta al día siguiente. Pero saben también que la mayoría de los latinos vota demócrata y la concesión del derecho a votar reduciría a los republicanos a una minoría en estados del sur. Entre otras minorías étnicas, como asiáticos, la posición de los republicanos es más fuerte.

Hay argumentos económicos contra un indulto: aun en el caso de que los inmigrantes ilegales pagaran el impuesto sobre la renta, obtendrían muchas más prestaciones económicas que votando. Ello representaría una considerable carga sobre los servicios sociales que aún hoy se hallan infradotados. Hay argumentos contrarios; los inmigrantes ilegales realizan tareas como la limpieza pública o los empleos agrícolas estacionales que pocos estadounidenses realizarán. Algunos economistas creen que los inmigrantes legales proporcionarán un renovado impulso a la economía, por ejemplo, comprando o construyendo viviendas. Existen, asimismo, cuestiones que no se pueden predecir. Por ejemplo, la situación económica general en los próximos años o la cuestión de cuánto tiempo necesitarán los inmigrantes para integrarse socialmente (cuántos matrimonios mixtos habrá), cuántos constituirán mano de obra cualificada o cuánto tardarán en obtener una formación adecuada. Los hijos de inmigrantes de Extremo Oriente obtienen mejores calificaciones en la enseñanza secundaria y superior que el resto, incluidos blancos estadounidenses.

El caos actual ha impedido que muchos estudiantes dotados de todo el mundo accedieran a universidades estadounidenses –y buena parte de ellos se habrían quedado en EE.UU.–. Las universidades estadounidenses son actualmente las mejores del mundo, pero por la constante afluencia de científicos de todo el mundo. Y esto es verdad para EE.UU. en su conjunto; todo honra hasta las tribus indias, los hurones y los cherokees, los sioux y los apaches. Pero si EE.UU. se convirtió en una superpotencia es porque ha sido un país de inmigrantes y la mayoría de ellos empezaron desde muy abajo.

Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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