¿Inmunidad o comunidad?

Las medidas gubernamentales que se han tomado frente a la pandemia del coronavirus, y las consecuencias que implican en la vida cotidiana, reflejan y refuerzan dos lógicas o principios contradictorios e incompatibles: el de inmunidad y el de comunidad. Es preciso analizar este hecho para explicar determinadas conductas y anticiparse a algunas consecuencias disruptivas.

La lógica inmunitaria es la que determina la política en Occidente desde la Modernidad hasta hoy. Nadie como Hobbes la definió en su Leviatán. Según éste, el objetivo del orden social es la supervivencia individual. El Estado la garantiza. Pero exige un alto precio: ceder la soberanía individual y renunciar al contacto con los otros ciudadanos, que es fuente de temor. Esto significa que la vida en sociedad reclama distancia. Una prueba es que las relaciones siempre están intermediadas y reguladas por el derecho, que regula y aísla. Otra es el valor trascendental de la autonomía y la propiedad privada. Desde la época de Hobbes hasta hoy, tal finalidad inmunitaria de la política estatal no ha hecho sino aumentar en intensidad y extensión. Actualmente la soberanía y la legitimidad de los Estados se basa en el cuidado de la vida de los ciudadanos, de ahí que la política se haya convertido en una bio-política, según famosa expresión de Foucault.

Esta lógica inmunitaria es el reverso de la lógica comunitaria. Ésta implica exposición, contacto, apertura. Implica levantar las barreras, perder las seguridades y dejarse afectar por el otro. La lógica comunitaria no equivale a la reunión a posteriori de unos seres concebidos como individuos autosuficientes. Por el contrario, implica concebir al individuo como un producto de la acción social, como una realidad constituida en los procesos comunicativos; en cierto sentido, como una función.

La historia intelectual de Occidente está repleta de cosmovisiones, teorías, discursos, prácticas, mitos, valores y creencias que reflejan y contribuyen a la prevalencia de una u otra lógica, a sus alternancias, a sus influencias, etc.

También las medidas públicas y privadas generadas en torno a la pandemia obedecen a una u otra lógica, potencian una u otra. En este sentido, constituyen un laboratorio privilegiado para observar las tensiones que produce el choque de ambas.

Estos días se suceden diversos fenómenos que suponen una búsqueda de inmunidad individual que es siniestra por su inédita intensidad y por exigir la exclusión de todos: el desconocido y el familiar. Para empezar, las medidas que limitan la circulación con el objetivo de evitar el contacto. La principal, la reclusión en casa para aislarnos de un enemigo que campa a sus anchas en el exterior. Aunque no es un enemigo con la épica de un extraterrestre o un zombi, su invisibilidad y ubicuidad lo hace más inquietante. Puede estar en cualquier parte: en el manillar del carro de la compra del supermercado o en el beso de un hermano o de un hijo. Sucede como en las películas en las que se ignora si el de al lado está ya infectado por la mordida del vampiro.

A las medidas de evitación del contacto mediante el veto directo del mismo, se suman las que pretenden lograr el mismo objetivo interponiendo barreras, es decir, mediante profilaxis: geles, máscaras, guantes, batas, etc.

A esto se añaden las imágenes de acopio de víveres en los supermercados, que reflejan una voluntad de afirmación individual egoísta e incompatible con la solidaridad.

El aislamiento, el individualismo y la inmunidad se refuerzan porque todos los individuos se convierten en vigilantes de todos, esto es, en agentes informales y circunstanciales de policía al servicio de la supervivencia. En este sentido, representan y refuerzan la soberanía estatal.

Pero la lógica inmunitaria que reflejan estos gestos convive con la lógica comunitaria. El principal índice y factor de ésta es el propio enemigo: su universalidad refuerza la unidad nacional. Como no respeta fronteras, frente a él no cabe sino una respuesta unitaria. Es significativo que diversos líderes repitan estos días, como si no lo creyeran del todo, que somos un gran país. Por lo demás, se suceden las muestras de solidaridad, se multiplican los gestos de homenaje, se celebra la abnegación de los diversos colectivos más implicados en la batalla, se exaltan los símbolos de unidad.

Habrá quien afirme que ambas lógicas, la inmunitaria y la comunitaria pueden coexistir pese a ser contradictorias entre sí. Para demostrar su incompatibilidad propongo dos argumentos. En primer lugar, reparar en que los gestos guiados por una lógica comunitaria se orientan a reforzar el Estado-nación, que no deja de ser él mismo una realidad individual. Medidas como el cierre de las fronteras, los gestos de xenofobia hacia los países supuestamente iniciadores de la pandemia, la preocupación por los efectos en la economía nacional, la comparación con las cifras del resto de países o la extensión del lenguaje bélico (el virus es el enemigo al que hay que dar una batalla que se espera vencer, etc.), testimonian que la aparente lógica comunitaria oculta un objetivo de inmunización nacional.

En segundo lugar, invito a hacer el siguiente experimento mental. Imagine que se recrudece la pandemia y que el Estado declara, sucesivamente, el estado de excepción y el de sitio. No es difícil prever que la intensificación de la crisis intensificaría la pulsión de autoafirmación individual, que parece un dato natural ineluctable. Previsiblemente, se relajarían los principios de civilidad y se multiplicarían los gestos de insolidaridad, de aislamiento, de inmunización, de protección de lo propio. En una situación extrema, cada cual tiraría para su lado. En este sentido se dice que los estados excepcionales son más reveladores que las situaciones de normalidad.

Afortunadamente, la crisis se mantiene dentro de límites compatibles con la convivencia. Y es probable que siga así y que logre resolverse sin alcanzar cotas que amenacen el orden social. Pero si ello es posible y probable no es porque la lógica inmunitaria no responda a una pulsión atávica de autoafirmación, sino porque dicha lógica, aun buscando la supervivencia individual, ha sido capaz de dotarse de instituciones. Éstas trascienden las voluntades individuales, son más estables e imparciales. De ahí la importancia de tener instituciones fuertes y la irresponsabilidad de quienes las amenazan y deterioran. De ahí, en suma, la necesidad de identificar y combatir las políticas que no pretenden perfeccionarlas cuanto acabar con ellas.

Alfonso Galindo Hervás es profesor titular de Filosofía Política en la Universidad de Murcia.

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