Inocencias

El ya largo periodo de crisis, incertidumbre, decepciones, y señales de cambio que venimos atravesando ha dado lugar también a un clima de efervescencia todavía confuso. Fenómenos como Podemos o Guanyem presentan un rasgo común al soberanismo independentista: la atropellada búsqueda de la inocencia para explicar el pasado, afirmarse en el presente e imaginar el futuro. La gente no quiere sentirse corresponsable de lo que ha ocurrido, ni por activa ni por pasiva. Los sectores más directamente afectados por las políticas de austeridad que comenzaron a aplicarse tras la primera recesión tuvieron que soportar, sin especial reacción, la culpa que se les imputaba por haber vivido por encima de sus posibilidades. Tampoco el “cepillado” primero y los ajustes que después introdujo el TC en el Estatut generaron una eclosión inmediata de indignación en la sociedad catalana, que había refrendado el texto sin demasiado entusiasmo. Lo característico de la respuesta actual es que trata de ajustar cuentas con lo ocurrido en los últimos años reivindicando la inocencia. Es lógico que así sea. Aunque resulta menos admisible que hasta los responsables públicos y los poderes económicos traten de hacerse también un hueco en esa misma corriente. En cualquier caso hay una inocencia que se vindica frente a la injusticia cierta, y hay otra inocencia impostada que habitualmente adopta los modos del victimismo. Ocurre cuando la legítima expresión de una queja o de una demanda se convierte de inmediato en un reproche hacia quienes no la comparten y a los que, inmediatamente, se les niega la inocencia para acto seguido catalogarlos de culpables.

Pero aunque la reivindicación de la inocencia presente siempre sus dobleces morales, lo preocupante del caso es la otra vertiente que presenta esa búsqueda desesperada. La necesidad que tanta gente siente de pensar que de esa inocencia surgirá un tiempo nuevo y feliz, una nueva política impoluta, una nueva economía de la equidad, o una independencia que lo sea de verdad aunque no sea posible. Sólo hace falta esperar a que la inocencia, una vez hallada en el fondo de tantas almas pretendidamente justas por inocentes, vaya dando sus frutos. Y germinen alternativas y programas cuya bondad estará siempre por encima y a salvo de su realización y de sus consecuencias. “Sonreíd –les decía Pablo Iglesias el pasado sábado a los suyos– cuando os insulten, griten o difamen, sonreíd, porque vamos a ganar”, en una admonición que sonaba evangélica. “Mostrad vuestra inocencia” podría ser su traducción. “No es correr, sino llegar, votar y ganar” era el registro más pragmático con que ese mismo día Josep Rull advertía de la inconveniencia de las prisas en el éxodo independentista.

Lo más desconcertante de este tiempo que vivimos es que la demagogia lleva siempre razón. Desde la denuncia más radical a la promesa más quimérica, pasando por el balance más autocomplaciente, no hay posibilidad alguna de rebatir los argumentos de la inocencia. Ese aferrarse con las dos manos a la inocencia lleva una enorme carga de ingenuidad, pero también de simulación y de farsa por parte de las élites emergentes. Ocurre con Podemos y ocurre con el independentismo. En medio de la más profunda desconfianza hacia lo establecido, absolutamente justificada –basta ver la naturalidad con la que los viajes de diputados y senadores han pasado a ser poco menos que secretos oficiales–, aflora la confianza absoluta en la inocencia. La inocencia exige la apertura de procesos constituyentes, un auténtico cambio de régimen, el enterramiento de una transición invalidada –porque no era nada inocente– para dar paso a otra transición, que esta vez quedará santificada gracias a la incorruptibilidad de los cuerpos políticos que le darán forma. Una vez que nos hemos desecho de los Pujol no se tendrá que hablar siquiera de pospujolismo. Tampoco de izquierdas y de derechas.

La inocencia exige vaciarlo todo para que todo sea llenado de nuevo. Eso sí, como los recipientes no pueden seguir siendo los mismos, ya se nos dirá qué nuevo contenido va a ir a qué nuevo continente. La excitación del momento desvía la atención del público. Todo parece llenarse y todo se está vaciando. Pero no parece políticamente correcto señalarlo tan crudamente, porque lo que la inocencia demanda es ilusión y en ningún caso escepticismo. “Llegar, votar y ganar” es el lema que parecen compartir Podemos y el independentismo. Prohibido hablar de soluciones puntuales, del “mientras tanto”, cuando lo que está en juego es el Futuro con mayúscula. Prohibido importunar a la inocencia advirtiendo de que, por ahora, los problemas no se reducen sino que se van incrementando.

Kepa Aulestia

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