Inquietantes coincidencias

Una vez suprimida la institución inquisitorial, el ingenio popular y el del comercio la convirtieron en atractivo turístico, junto a los toros, los bandidos generosos, las Cármenes con la navaja en la liga y las posadas españolas. Todo esto entusiasmaba a nuestros visitantes, y los españoles se apresuraron a mostrar por doquier cárceles, cámaras e instrumentos de tortura supuestamente inquisitoriales.

Para esto era suficiente disponer de un local, preferentemente subterráneo, en el que reunir toda clase de chatarra oxidada, cepos de caza, punzones o sierras y clavos, sogas, poleas y jergones como para ejercicio de un faquir, explicando dentro de esos recintos verdades y cuentos inquisitoriales entremezclados, y el negocio estaba hecho; y España adquiría una reputación de país negro y atrasado, y muy pobre, aunque también país en el que la gente comía muy bien, como escribía el doctor Lassalle a su suegro, don Carlos Marx.

Con el paso de tiempo, se concluyó por olvidar lo que había sido el antiguo Tribunal, y éste se convirtió casi de modo exclusivo en el santo y seña mismos de la persecución de la libertad de expresión y de imprenta, pero olvidando algo otros aspectos más decisivos, tales como una estrictísima corrección política y un fundante espíritu demagógico.

La Inquisición en efecto, perseguía no a los judíos sino a los falsos conversos judíos e islámicos que se sospechaba que habían vuelto a sus antiguas creencias y estableció unos indicios que delataban esta realidad, enfatizando también los signos propios de la casta limpia cristiana y española a parte entera: el tipo ejemplar del labrador de secano, y gente del pueblo llano en general, amantes del tocino y nunca mezcladas con judíos o moros, mercaderes o banqueros, y tampoco en discusiones intelectuales, y ni siquiera en lecturas.Y Cervantes hace un guiño a este asunto, en las páginas de «Los alcaldes de Daganzo», cuando Humillos, el labrantín que es candidato a alcalde, dice que él no sabe, ni quiere saber, leer, porque es cosa que «lleva a los hombres al brasero y a las mujeres a la casa llana», esto es, a los hombres a la hoguera inquisitorial y a las mujeres al burdel. Así que el andar con libros y escrituras fue no poco peligroso para muchos.

Y personas en lo más bajo de las situaciones sociales, con el orgullo de casta limpia a su favor, tenían en su mano el destino del resto de las gentes, y especialmente de los más altos señores, con insinuar solamente su posible condición de sangre no limpia de judíos, islámicos o conversos de ellos, testificando que no comían cerdo, o animal de pezuña partida, gustaban de libros, se mudaban de ropa interior para el sábado y no encendían lumbre en este día, y no hablaban «en cristiano», o lengua que no entendía el común de las gentes.

Así que es claro que a lo que más se parecía aquel ambiente social era a una democracia popular, con sus tabúes contra la clase social burguesa, y sus signos de pertenecer a ella. Pero es que, ahora mismo, entre nosotros, algo pasa aunque sólo sea porque no hay dos calles próximas y paralelas, como en París, una de las cuales se llama «Voltaire» y la otra «Santos Padres», y esto es sencillamente porque, en nuestra vida pública se da algo así como un funcionamiento perfectamente inquisitorial, a comenzar por el establecimiento de una especie de pureza grupal de sangre, limpieza de pensamiento y expresión democráticos que definen quienes tienen, o no, esa limpieza, y a quienes se silencia como si estuvieran muertos, o se malsina o denuncia y se saca a irrisión y odio públicos en los medios públicos como con sambenito a cuestas, para que sean despreciados: «ganado roñoso y generación de afrenta que nunca se acaba», que decía el Maestro fray Luis. Y no sólo hay nombres de calles con sus nombres que se borran, sino memorias que se destrozan en efigie. Así que tantas coincidencias digo yo que debieran inquietarnos.

José Jiménez Lozano, Premio Cervantes.

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